Capítulo VI

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Algunos días habían pasado y tanto Regina como Adelaide sentían curiosidad por conocer quién era el chico que con tanta fervosidad le insistía a Erin, está última, deseaba que sus compañeras olvidarán el mal entendido. Las tres paseaban por los pasillos del edificio dirigiéndose a sus habitaciones.

—Tenemos una charla pendiente Erin. — comentó Regina intentando así darle inicio al interrogatorio que deseaba llevar a cabo.

La chica tenía algunos libros en sus manos, se giro para ver a su compañera, sus labios estaban pintados de rojo carmín y aunque estaba prohibido utilizar maquillaje, se permitía el uso de labiales que le daba un pequeño toque de color a las muchachas que permanecían casi todo el tiempo vestidas de blanco.

—No se a que te refieres. — dijo la peli negra a la defensiva intentado disminuir la importancia del asunto.

—Por Dios Erin, ese chico no fue para nada caballeroso contigo. —  volvió a comentar Regina quién miró a su amiga.

—Ningún hombre es caballeroso. — murmuró Adelaide interviniendo por primera vez en la conversación de las otras dos muchachas. — deberían de aprenderlo cuanto antes.

—Deja de ser tan amargada Adelaide. — objetó Regina frunciendo su ceño. — algunas si esperamos a nuestro príncipe azul ¿verdad Erin?

Las dos chicas miraron a la muchacha, quien iba perdida en sus pensamientos.

” —¿nos estás escuchando? — preguntó.

Erin miró a sus compañeras y asintió.

— Lo siento. — se disculpó. — estaba distraída. — confesó.

—Bueno Adelaide cree que no existen los príncipes azules. — recapitulo Regina girando sus ojos. — es demasiada amargada.

Adelaide bufo y Erin la miró.

—Quizás Adelaide tenga razón Regina, los cabelleros quizás sólo existen en los cuentos de hadas. — murmuró. — sólo he conocido a Archibald y él está muy lejos de ser un caballero.

Las tres jóvenes llegaron a la habitación que Erin y Adelaide compartían, buscaron la llave y rápidamente entraron al lugar, Erin acomodo los libros que llevaba sobre una mesa de noche hecha de madera y bastante sencilla. Todo lo que se encontraba en la habitación había sido hecho para que cualquier chica pudiera instalarse. Las muchachas procedieron a sentarse, Erin sobre su cama al igual que Adelaide mientras que Regina busco acomodo en un silla de madera.

—Ahora si, cuéntanos ¿como lo conociste y por qué es tan desesperante? — preguntó Adelaide.

Erin suspiro, aquella historia que había tenido con Archibald, no era algo que le gustase recordar.

—Somos vecinos. — murmuró. — bueno, éramos vecinos. — corrigió. — siempre supe que él gustaba de mi, pero nunca estuve muy segura si a mi me gustaba.

Las dos chicas estaban atentas al relato mientras se hacían una imagen mental de todo lo que su compañera contaba.

—No quise ir a la universidad cuando recién había salido del instituto, así que comencé a trabajar en el negocio de mis padres. — mencionó. — tenía apenas unos escazos dieciséis años, no sabía lo que quería para mí vida, y mi madre deseaba que Archibald y yo fuésemos más que amigos.

” Digamos que ella lo planeó todo, incluso hablaba conmigo, para que yo aceptara salir con él, al final. Le hice caso. — suspiró. — y no saben cuanto me arrepiento. — sentenció. — fuimos novios durante dos meses, pero no lo quería hasta que tomé el valor de cortar la relación.

Adelaide y Regina estaban hechas una tumba y al percatar que el relato de su amiga había concluido, hablaron.

—No lo puedo creer. — comentó Regina. — ¡Parece ficción!

Adelaide intervino.

—Yo sí lo creo. — murmuró. — pero, ¿por qué tanta insistencia?

—Ni yo se la respuesta de eso. — Erin apoyo su cabeza en la pared y jugó por unos segundos con su corto cabello. — hace algunos meses, antes de entrar a la academia, le pidió mi mano a mis padres, y ellos habían aceptado.

Ambas chicas abrieron los ojos de manera exagerada.

—¿Y te uniste para huir del compromiso? — cuestionó Regina.

—No, lo de unirme a la escuela de enfermería fue algo espontáneo, pero ahora que lo pienso, eso podrían pensar mis padres. — murmuró. — de cualquier forma, no podían obligarme a contraer matrimonio con Archibald, por más que sea el deseo de mi madre.

Las dos compañeras de Erin guardaron silencio e intentaron cambiar de tema, al caer la noche, Regina se despidió para irse a su habitación para descansar, Adelaide ya estaba acomodada para acostarse a dormir, al igual que Erin, apagaron la luz de la habitación y el único brillo que entraba al lugar provenía de una ventana que dejaba entrar algunos destellos de la luna y las estrellas.

—Tu no me haz contado como llegaste aquí. — murmuró Erin, dirigiéndose a su compañera unos años mayor.

—¿Que puedo decirte Erin? — cuestionó la peli negra, pero aquello sonó a una pregunta interna, a una interrogativa para su compañera. — Vengo de una familia pudiente.

Suspiró con pesadez y miró hacia el techo.

—Mi hermano, murió mucho antes de que yo naciera, falleció en la primera guerra, por falta de personal médico. — comentó, en su tono de voz se escuchaba como el alma le dolía. — mis padres jamás lograron superar eso, en sus rostros podía notar que por más que yo fuera la niña de sus ojos, no habían podido superar la muerte de mi hermano.

Erin se dio la vuelta y observó a su compañera, que seguía con la vista fija en el techo.

” Así que me uni a la escuela de enfermería, para que los hijos regresen con sus padres. — Adelaide se dio la vuelta y miró a Erin. — mis padres, ellos no se lo tomaron nada bien. — dijo sonriendo con melancolía, pero aquel gesto no permaneció en su rostro por mucho tiempo. — no querían perder a otro hijo. — susurró. — pero, es mi destino. Estoy segura. — concluyó.

La pesadez con la que cerraba sus ojos, delató que aquel relato había sido extremadamente doloroso de contar por la peli negra, Erin se sintió inmadura por unos instantes, se había unido a la escuela de enfermería para hacer algo con su vida, pero, ella no tenía una razón tan, clara y válida como la tenía su compañera de cuarto.

—Si le cuentas a alguien, incluso a Regina, te mataré mientras duermes. — amenazó sonriendo de nuevo. Se dio la vuelta y cerró sus ojos, intentando así, quedarse dormida.

Erin asintió aunque Adelaide no pudo ver dicho acto, se acomodo en su cama y luego de divagar unos minutos contemplando la luz nocturna, se quedó dormida.

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