Capítulo XXVII

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El día había salido, el sol saludaba a las personas que poco a poco salían a las calles de un pintoresco pueblo de Gales, en donde la guerra parecía ser algo tan lejano, que solo tenía vida en los periódicos y la radio. El viento susurraba ferozmente que en Gales los sueños podían cumplirse de una manera u otra, ese era el caso de James, quien contemplaba el alba a través de su ventana, fascinado por las vistas de las imponentes montañas meditaba en silencio, reflexionando sobre su vida.

A su lado, una joven pelinegra descansaba abrazada en su pecho, su respiración tranquila y pausada lograba calmar la ansiedad del joven, quien comenzaba a preocuparse por su futuro, ahora lo tenía todo, estaba al lado de la mujer que quería, pero sabía que ese oasis perfecto pronto acabaría, le costaba reconocer que aquella vida que había imaginado al lado de Erin, solo era realidad en sus sueños. Su uniforme estaba derramado en el suelo, junto a la ropa de James y ambos, formaban un desastre perfecto. Pequeñas caricias que repartía desde su hombro hasta la punta de sus dedos, el joven castaño intentaba memorizar con precisión casi exacta, todos los artículos que habían en la habitación y sobre todo, cada parte del cuerpo de la chica que empezaba a quejarse dormida.

Su ceño fruncido indicaba que algo raro estaba pasando, James deseo entender la razón de sus quejidos, pero se convenció que tenía que ser producto de alguna pesadilla que atormentaba sus sueños, cuando estaba a punto de sacarla de aquel trance, su ceño se relajó, mostrando nuevamente el perfil que más le gustaba de Erin. Sus labios ligeramente entre abiertos, con un tinte rosaceo, hacia la combinación perfecta con su rostro realmente blanco, su melena oscura llegaba a su cuello, entrando peligrosamente a la altura de su espalda, atentando así con el corte a la moda de aquel momento, pequeñas ondas curvadas iniciaban en su cuero cabelludo y terminaban en sus puntas, las mismas ondulaciones de su cabello, estaban presente en su cuerpo. Con una cintura lo  bastante pequeña que la hacía perfecta para el agarre de cualquier hombre que quisiera recorrer descaradamente por su extensidad, luego venían sus piernas, bastante delgadas para medir sólo 1.65 al lado de James, quien media 1.78, ella parecía tan pequeña, y la diferencia de estatura fue inevitablemente evidente en la cama donde estaban acostado. Intentando grabar cada diminuto detalle de su compañera, llegó la hora que no debía de llegar y con extrema pesadez y enfado, removió a la chica a su lado, intentando que así despertará de sus sueños.

James había querido permanecer así toda la vida, deseando que el tiempo se detuviera, para contemplar eternamente a su amada. Erin, quien arrugó la nariz y su frente formando pequeñas líneas que el joven jamás había visto en ella, pero de las cuales había quedado fascinado, ahogó un suspiro cuando abrió sus ojos, ahora contemplaba lo más hermoso de la creación humana, unos tremendos ojazos de coloración miel, abiertos de par en par, con la mirada inocente y cansada, Erin cerró sus ojos nuevamente, quedándose con la imagen perpetua de un James despeinado. Nuevamente abrió sus ojos, topandose con la misma imagen que la había flechado por completo, parecía tan despreocupado, sus hoyuelos no tardaron en aparecer delante de su rostro, haciendo aún más hermosa la vista que ella contamplaba con gran admiración.

—Buenos días. — murmuró cerca de sus labios, tan cerca que pudo sentir la vibración que omitieron. — creo que estoy muerto... —susurró arrastrando las palabras por su lengua. — debo estar muerto porque estoy en el cielo, al lado de la mejor creación de Dios.

Antes que Erin pudiera responder, lo primero que sintió, fueron los suaves y delgados labios de James sobre los suyos, un vaivén extremadamente excitante comenzaba a tomar cabida, sus labios bailaban una balada que parecía no tener fin y cuando el oxígeno comenzaba a faltar en sus pulmones, la distancia los separó por unos instantes.

—Buenos días. — respondió la joven, emitiendo una gran sonrisa. — es un placer levantarse de ésta manera. — indicó, de forma pícara mientras pasaba de forma delicada, su lengua por la comisura de sus labios.

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