Capítulo XXXXII

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A pesar de que aparentemente las cosas estaban bien entre Erin y Terrence, el joven escocés había encontrado la manera perfecta de mantener a su esposa a su lado, con la vaga excusa de que necesitaba a alguien de confianza, Erin comenzó a trabajar a su lado como secretaria, no era algo que ella esperaba ya que el dinero no hacía falta, pero desde su punto de vista, agradeció el tiempo que podía pasar haciendo algo más productivo que cuidar las flores de su jardín. Y fue entonces que la rutina comenzó a formar parte de su día a día, se levantaba más temprano que Terry, preparaba el desayuno y cuando esté estaba listo, la comida le esperaba mientras su esposa terminaba de arreglarse para ir juntos en su auto al hospital. Erin no había captado las verdaderas intenciones de Terrence y eso favorecía al joven que cada vez pasaba más tiempo con ella, evitando así el problema que tenía nombre y apellido: James Buckley.

El joven se encontraba en una reunión de negocios, la llegada de Erin lo había desorientado, pero debía seguir sus deberes y responsabilidades, como siempre lo hacía, igual a su padre. Los hombres a su lado hablaban y hablaban, no dejaban de adular, comentar y aportar ideas que a James en particular no le importaban en lo más mínimo, debido a que el día anterior se había quedado bebiendo hasta el amanecer, su aspecto no era el de un hombre lozano, parecía algo cansado a simple vista y sus bostezos silenciosos lo dejaban muy en claro. Al terminar la reunión le pidió a Margaret Grant, su secretaria y amante ocasional, que trajera todos los papeles que la junta directiva le había entregado.

La joven tenía unos cuantos años menos que él, veintiún para ser exactos. Se vestía con colores llamativos para dejar en claro que estaba en la flor de su juventud, su perfume de azuzenas y sus largas piernas dejaban a todos los hombres perplejos solo con su forma de caminar, pero al final era tan solo era una joven que no había tenido mucha suerte en la vida, porque a pesar de que James no conocía mucho sobre su vida, tenía conocimiento de que sus padres habían muerto en un accidente y desde entonces había sido criada por una tía gruñona. Margaret era esa clase de mujer que hacía a las esposas dudar y hasta temer, poseedora de una belleza y encanto natural, no era de esperar menos que James no pudiera dejar de fijarse en ella y en todos sus atributos de mujer. Con su cabello pelinegra semi ondulado y ojos intensos, la hacían un tanto familiar a Erin Smith, quizás eso fue lo primero que notó cuando la entrevistó para el puesto hace un año. La relación entre ambos comenzó como siempre sucede en esos casos, con un coqueteo inocente disfrazado de amabilidad, él sabía muy bien a dónde quería llegar la joven y no hizo nada para impedirlo, mientras tanto los problemas con Danielle comenzaban a aumentar y necesitaba a alguien que quisiera escucharlo, esa persona era Margaret Grant.

Estaba casada con ex soldado que se había convertido en carpintero, no lo conocía en persona, pero cuando la acción había terminado, ella hablaba maravillas de su marido, cosa que le sorprendía a él, porque no podía dejar de cerrar su boca  para hablar de todos los errores que noraba en su esposa. No eran exclusivos y quizás al principio su relación fue más carnal que otra cosa, pero al pasar el tiempo, los encuentros se convirtieron en esa terapia y oxígeno que necesitaba respirar y sentir cerca de él. Margaret no estaba enamorada de su jefe y él tampoco lo estaba de ella, solo eran una mujer y un hombre compartiendo cama de vez en cuando y uno que otro consejo.

—Te noto algo tenso. — dijo la joven cerrando la puerta de su oficina y dejando los papeles que había solicitado frente a su escritorio. — ¿Problemas con Danielle de nuevo? — ella alzó la ceja mientras se sentaba y colocaba sus brazos en el posa manos de la silla.

—Es mi pan de cada día. — murmuró con fastidio al recordar la última discusión que había tenido, la cual había sucedido ayer. — es algo peor. — Margaret abrió sus ojos con sorpresa dando el aspecto de una ardilla asustada.

—Debe ser algo muy malo. — comentó cruzando sus piernas. — Dime que sucede, sabes que guardaré tu secreto mi querubín.

James respiró ondo, buscando la fuerza que le hacia falta. — Volví a ver a Erin. — indicó, ella sabía de Erin Smith a diferencia de Danielle. Margaret se sorprendió por la expresión de su rostro, pero no dijo una sola palabra, dándole tiempo para que el jóvenes siguiera con su relato.— está casada con el tipo que siempre pensé que andaba tras ella y él es ahora el director general del hospital Saint Martín, el mismo en el que tengo parte de mi capital invertido.

La pelinegra hizo una mueca que James no pudo descifrar y apoyo su barbilla en la palma de su mano derecha.

—Vaya. — fue lo único que pudo decir antes de guardar silencio por unos minutos.

—Y es que sigue siendo tan hermosa como la recuerdo. — acotó el muchacho dejando caer su cuerpo en la silla de cuero que le había costado unos cuantos miles. — si tú la hubieras visto Maggie, parecía una diosa de otro planeta.

James recordaba todo de esa noche ¿como podría olvidarlo? Su perfume de rosas, la suavidad de sus manos, habían pasado tres años y el de sentía como un imbécil, aún no lograba superar a la mujer que se había instalado en su corazón y que no quería abandonar su estadía.

—Logre citarla en un restaurante y cuando ya estábamos hablando un poco mejor, llegó su marido. — recordó el joven.

Margaret sonrió de forma burlona. — Creo que tanto tiempo siendo amante no haz aprendido nada cariño. — ronroneo de forma delicada.

James hizo una mueca y antes de poder decir que no había sido esa clase de reunión, el teléfono de su oficina sonó, Maggie respondió y su rostro pasó de ser inexpresivo a preocupado, tranco rápidamente, mirando a su jefe y amante.

—Querubín. — lo llamó. — algo malo le sucedido a Danielle, está en el hospital Saint Martín.

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