Capítulo XXVI

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El plan de Howard estaba a punto de ser ejecutado, luego de ir en la tarde y encontrar la ubicación del hospital, había llegado el momento de aventurarse y ayudar a una pareja de enamorados. Armados con valor, emprendieron el pequeño recorrido hasta el hospital militar donde Erin servía, unos pequeños binoculares prestados por el dueño de un bar en el pueblo, se convirtieron en sus segundos ojos. Estacionados a unos pocos kilómetros habían decidido dejar el vehículo lejos, para no levantar sospechas.

La noche cayó rápidamente y el turno de Erin comenzó.

La muchacha se encontraba completamente desconcertada, no era capaz de retirar una venda sin temblar en el proceso, estaba muy nerviosa y todo era por culpa de la presencia de James en su mente, no era como si el jovencito antes no estuviera antes en sus pensamientos, porque siempre había estado, pero en esos momentos, su cabeza no dejaba de pensar en él, recordaba cada vez más su rostro, lo poco que había cambiado en esos dos años, lo guapo que se veía y lo sumamente atraída que se sentía hacia él.

Saturada por pensamientos que la hacían imaginar todo lo que podía haber sucedido con él, sin tan sólo Terrence no hubiera estado presente, hizo que sintiera mariposas en su estómago.

—¿Todo bien Erin? — preguntó la enfermera en jefe del turno nocturno.

Una mujer de edad media y de aspecto amigable.

—No me siento muy bien. — comentó la menor, sintiendo como las ganas de vomitar volvían a hacerse presentes.

—Ten.— la mujer extendió un cigarrillo, la cual dudosamente Erin aceptó. — tomate la noche. —sugirió con una cálida sonrisa.

—¿Estás segura? — preguntó con el ceño fruncido. — puedo quedarme yo...

—Todo estará bien linda. — dijo interrumpiendo las palabras de la subordinada. — mereces un descanso, haz trabajado muy duro.

La muchacha asintió conformada a la decisión que su jefa había tomado y se despidió de ella, deseándole unas buenas noches. Los pasillos estaban desolados, daba el aspecto de un hospital fantasma, no se escuchaban las quejas de los pacientes ni ninguna otra algarabía que lograra perturbar la paz del silencio perpetuo que se había instalado. Erin observó el cigarrillo que aún tenía en su mano, jamás había sido muy dada de fumar y era un vicio al cual no se sentía atraída, aunque dentro del hospital casi todos los doctores y enfermeras fumaban, un hábito que cada día se hacía más común en las instalaciones, iba a desecharlo pero por el contrario, quería probar aquello que para muchos significaba un pequeño método de escape.

Se dirigió rápidamente al jardín trasero de las instalaciones, la noche era maravillosa y aunque el frío azotaba con fuerza, Erin no dejaba de contemplar las estrellas, se sentó en una banca y miró el cigarrillo, no podía ser más estúpida ¿con que lo iba a encender?

En su poder no llevaba un encendedor y cuando estaba por marcharse, una voz la detuvo.

—¿Necesitas ésto? — la muchacha de dio la vuelta y para su grata sorpresa, James se encontraba de pie a unos pocos metros de distancia, con un encendedor en su mano derecha y una sonrisa encantadora.

Erin sonrió y corrió a su lado, por segunda vez en el día, ambos jovenes fundieron sus cuerpos bajo un cálido abrazo, el corazón de la joven comenzó a latir con mayor ferozidad cuando se percató del lugar en donde se encontraban.

—¿Qué haces aquí? — dijo separándose un poco de su enamorado, pero no lo suficiente como para romper el abrazo.

—No podía desperdiciar la oportunidad de tenerte en mis brazos, una vez más. — en su rostro, dos pequeños hoyuelos aparecieron, los mismos que Erin tanto había extrañado.

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