Epígrafe.

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Sus ojos destilaban bondad y amor, no nos conocía a ninguno de nosotros, ni siquiera tenía idea de quienes éramos antes de todo ésto y sin embargo, tomó nuestras manos mientras bailabamos sobre la cuerda floja; entre la vida, la muerte y la locura.

Nunca nos abandonó, no dejo de creer en nosotros, en ningún momento, incluso cuando nosotros mismos pensábamos estar en nuestros momentos finales. Sus ojos llenos de esperanza y esa alegría que la caracterizaba, nos mantuvo con  la fé de que al final del túnel, se encontraba una chispa de luz y si algo salvo a nuestras almas del abismo, fue su sonrisa.

Anónimo.

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