Capítulo VII

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El año dentro de la escuela de enfermería pasó en un abrir y cerrar de ojos, 1941 había estado lleno de bombardeos en algunas ciudades de Inglaterra y ya ningún londinense se sentía seguro, el verano de 1942 y las calles si antes tenían una que otra propaganda para unirse al ejército, ahora se trataba de algo completamente diferente, las calles estaban siendo bombardeadas por la propaganda, en absolutamente cada esquina habían pancartas invitando a los jóvenes para unirse y formar parte de un conflicto mundial sin precedentes. Muchos jóvenes comenzaron a enlistarse al ejército, la marina y la aviación inglesa y como no, muchas aspirantes a enfermeras se encontraban recibiendo clases, justo como Erin lo había hecho, la única diferencia, es que ahora el numero de nuevas chicas, era estratosferico y la atmósfera de paz que se respiraba en la escuela de enfermería, se acabó rápidamente.

Erin, Regina y Adelaide habían terminado ya sus prácticas, las mismas las habían realizado en un hospital militar a las lejanías de Londres, ya estaban listas para ser enfermeras militares de tiempo completo y después de firmar, sellar algunos documentos y de entrar oficialmente al registro de enfermería militar, estaban listas para ejercer su labor. Les habían entregado su uniforme, ya no eran aspirantes, ya eran enfermeras hechas y derechas, a la espera de la orden que les indicará, cual sería su destino.

Con sus maletas listas, y con dos días de descanso para estar con sus familias que se le habían sido otrago antes de empezar con el trabajo, las tres chicas se despidieron, partiendo en rumbos diferentes para encontrarse con sus seres queridos y con la promesa de volverse a ver a tan solo dos días.

Viernes por la tarde y ya Erin había atravesado la puerta de entrada del negocio de sus padres, nada había cambiado en le lugar, una combinación de olores que a ella le resultaba tan familiar; café y vainilla.

El establecimiento estaba concurrido pero no lo suficiente para que su madre quien se encontraba en la caja, no fuera capaz de notar la presencia de una joven muchacha con una maleta en cada mano. Alzó la vista y vio a su hija, la misma de siempre, pero tan irreconocible para ella, debido a los conflictos que ambas habían tenido en el pasado, resultado de una relación tormentosa entre ambas, su madre optó por irse del mostrador e informarle a su esposo, que su hija se encontraba ahí de frente.

Erin tomó asiento y pidió un café, como si fuera otra cliente común y corriente. Había elegido el único tipo de café que era de su agrado, café con leche y vainilla, también ordenó un panecillo y su orden no se hizo esperar, ya que en cuestión de segundos, su pedido se encontraba en la mesa.

Por los vidrios de la calle observó como Archibald caminaba y entraba al recinto, se maldijo. A la última persona que deseaba ver, era a Archie. Pero, el joven no se percató de la presencia de la chica, tenía un maletin en sus manos y un uniforme que indicaba que era todo un estudiante universitario. El joven Williams había decidido estudiar el arte de las leyes, siendo muy bueno en dicha carrera y por eso no era de esperar menos de que fuera un chico extremadamente insistente y decidido.

Ambos padres de Erin salieron de su escondite y miraron en todos los lugares del lugar, en busca de su hija, hasta en la encontraron en una mesa en un rincón del mismo. Archibald los saludo, pero su padre prefiero contestarle con un ademán y presentarse con su hija, como debería de ser. Pero, su madre, decidió atender al muchacho primero, antes de saludar a su primogénita.

—Bienvenida hija. — la recibió su padre, la chica se levantó de su silla, abrazo a su progenitor acompañada de una sonrisa. — Ha sido un largo año. — mencionó sentándose en una de las sillas libres, Erin tomó asiento también y tomó un sorbo de café.

—Lo ha sido padre. — afirmó. — Pero, ya me gradué y en dos días, comenzaré a trabajar.

Su padre sonrió de oreja a oreja, al principio el mayor se encontraba algo nervioso por la decisión que su hija había tomado, pero al verla con un semblante tan feliz y después de leer todas las cartas que mensualmente le llegaron durante un año, escritas por su hija, estaba convencido de que la menor, había tomado la mejor decisión para ella, pues a pesar de todo, debía apoyarla, fuera cual fuese su destino.

—¿Sabes a dónde iras? — preguntó su padre.

—Aún no lo sé. — respondió con sinceridad. — siempre informan a último minuto. — acotó.

Siguió conversando con su padre unos minutos más antes de percatarse que ya Archibald no se encontraba en el recinto, su madre se había acercado a ellos e interrumpió la conversación. Saludando cordialmente a su hija, como si se tratase de una completa desconocida, luego de unas cuantas palabras, Erin fue invitada por su madre a una fiesta que iban a dar unos vecinos.

—Hoy cumple años uno de sus hijos. — mencionó. — será divertido Erin.

La chica aceptó y se fue al apartamento de sus padres a alistarse, entró nuevamente a su habitación y contempló que todo seguía justo como lo había dejado un año atrás, lo único que había cambiado eran las sábanas de su cama.

Se miró en el espejo cuando terminó de arreglarse, un vestido rojo era lo que llevaba puesto, con mangas de ¾ que terminaba un poco más abajo de las rodillas, justo del largo exacto que debía de usar toda señorita. Se había recogido su largo cabello negro, en dos trenzas las cuales había pasado sobre su cabeza, haciendo un peinado co  su cabello recogido muy inocente y delicado. Unos pequeños zarcillos de oro y un brazalete a juego, junto con unos zapatos de tacón bajo a cuerdo al color de su vestido y la chica ya estaba lista.

La curiosidad le picaba y deseaba conocer cuáles eran esos vecinos que organizaban la fiesta, pero la espectativa duró poco, puesto que al estar todos listos salieron de su apartamento dirigiéndose nada más y nada menos que al apartamento de los padres de Archibald pues hoy, era su cumpleaños.

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