Prefacio.

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Ya había pasado casi un año desde que la guerra había comenzado, el panorama político en Inglaterra era pacífico, pero se podía observar una tensa calma cuando los señores se juntaban a hablar del tema, algunos comentaban que Inglaterra no estaba preparada para otro conflicto como la gran guerra, que había sacudido al país y que había llegado a su fin con el famoso tratado de Versalles realizado hace más de veintiún años atrás.

—Los Alemanes no se iban a quedar tranquilos, fueron completamente humillados y el ego de una nación herida, es algo que jamás es perdonado. — comentaba uno de los hombres, el grupo de señores se encontraban reunidos en una cafetería, la mayoría consumiendo cigarrillo, café y otros vicios.

—Fueron los únicos responsables de que la gran guerra tuviera inicio. — murmuró uno de ellos mientras intentaba encender su cigarrillo. — y segun leí en el periódico de ayer, su deuda con los países victoriosos, no ha sido saldada.

—¡Y esa deuda no quedada saldada George! — expresó el tercero de ellos. — Con la invasión a Polonia el año pasado, dejaron claro que vienen por una revancha no amistosa.

La conversación del grupo de amigos cada vez se acalorada más y la joven Erin recorría mesa tras mesa llevando y recogiendo pedidos. Su trabajo era más que sencillo, ayudar a atender la cafetería que sus padres habían levantado con sudor y esfuerzo. No era el lugar más lujoso ni ostentoso de todo Londres, pero se encontraba justo en el corazón de la ciudad, siendo así el punto de encuentro predilecto para conversaciones, reuniones, encuentros y como no, una que otra cita a plena luz del día.

El día había sido agetreado y agotador, como el resto de los otros días, la joven se encargaba de atender las mesas mientras su padre se quedaba encargado de la caja registradora y su madre se encargaba de las empleadas de la cocina y las otras meseras que ayudaban a Erin en su labor cotidiana. Se podría decir que era su trabajo de tiempo completo, pero en el fondo, sus padres anhelaban de que su hija pudiera ingresar a la universidad, cosa a la cual la joven no le había prestado mucha atención. Siempre había una excusa cuando se hablaba del tema, entre algunas de ellas, que necesitaba pensarlo, además consideraba que el gasto monetario, no valdría mucho la pena para terminar ejerciendo como una asistente de alguna oficina o como simple secretaria.

A las 6:00 en punto el local cerro sus puertas, no sin antes presenciar la llegada apresurada de un joven muchacho quien arremetió contra la entrada en medio del alboroto que tenía. Se trataba de Archibald Williams, vecino de Erin y amigo de la familia.

—Oye, casi tumbas la puerta. — le reclama la muchacha cuando por fin le abre la puerta al joven para que esté entre al recinto.

—Perdón, se me hizo algo tarde. —respondió rascando con nerviosismo su cabello.

—Mi madre está en la cocina y mi padre también, si quieres ir a verles. — la chica volvió a tomar la posición anterior que tenía antes de que el chico llegara lleno de desespero, tomó la última bandeja que había quedado en una de las mesas y se aproximó a llevarla a su lugar.

El chico se marchó sin decir una palabra más y después de un rato, la madre de Erin salió con una sonrisa de par en par, su hija se encontraba a la afueras del local familiar, contemplando como los últimos rayos del sol caían y la noche se aproximaba.

Un automóvil se acerco y en el varias jovencitas recorrían las calles colocando carteles alusivos al reclutamiento militar femenino, para nadie era un secreto que con el inicio de la guerra la mayoría de jóvenes habían sido llamados al servicio militar, pero en un mundo sumergido en el caos, se necesitaba colaboración de todos, y entre ellos, el cuerpo de enfermeras de la armada nacional necesitaba nuevas reclutas.

Detuvieron el automóvil en frente del local y unas dos jovencitas se bajaron, llevaban uniforme militar y por su aspecto parecían tener la misma edad que Erin.

—¿Podemos colocar este aviso aquí? — preguntaron con gentileza, parecían buenas chicas.

—¡Oh claro! no hay problema. — respondió la muchacha con una sincera sonrisa. — ¿Son enfermeras? — preguntó.

—Estamos en la escuela de enfermería. — respondió una de ellas mientras la otra se acercaba a uno de los vidrios de la tienda para pegar dicho aviso. — ¿te gustaría unirte?

Erin lo pensó por unos instantes y debido a su clara indecisión la muchacha comentó:

—La enfermería es un trabajo grandioso. — declaró. — Y es una buena forma de servir a nuestra nación.

La chica que anteriormente había colocado el cartel se acercó a su amiga y a Erin.

—Si quieres más información, puedes buscarnos en la escuela de enfermería que está en el norte, pregunta por Margaret Dosson y Katherine Willes, un gusto. — la chica extendió su mano y la pelinegra la estrecho, se despidió de ambas chicas quienes se subieron al auto y salieron a toda prisa.

La madre de Erin salió del establecimiento y se encontró a su hija, perdida en medio de sus pensamientos.

—¡No sabes lo feliz que me encuentro hija mía! — chillo emocionada y Erin se asustó de tal sentimiento repentino que invadía a su madre.

—¿Que sucede madre? — preguntó mirándola seriamente, intentando descifrar cuál podría ser el motivo de la alegría.

—¡Archie acaba de pedir tu mano frente a tu padre querida!

La noticia le cayó como un balde de agua fría en medio de un gélido invierno ¿había escuchado bien? ¿o sus oídos y cerebro estaban actuando en su contra?

"—¿cuando pensabas decirme? —prosiguió hablando la mujer hecha polvo de la alegría.

—No te dije nada, porqué tal compromiso, no existe madre. — declaró con sinceridad absoluta. —Archibald no ha pedido mi mano y no pienso dársela tampoco. — sentenció.

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