Capítulo X

778 68 7
                                    

La joven estaría mintiendo si dijera que se encontraba bien, porque no era cierto, en el fondo de su corazón sentía un espacio vacío, donde se supondría que tendrían que estar sus padres, pero luego de pasar parte de la madrugada llorando cual magdalena se felicitó así misma por la decisión que había tomado. Evidentemente no se encontraba dispuesta a levantarse de la cama, era lo último que deseaba en estos momentos, pero la soledad y sus pensamientos no habían dejado de atormentarla desde que salieron del edificio después de esa animada conversación.

Su estómago estaba rugiendo, exigiendo algo de comida, pero a la joven solo le quedaba unas cuantas monedas que si bien podría solventar comida para tres ocasiones, le faltaba para todo el día de mañana y la el amanecer del día siguiente.

Ideó un plan estratégica mente para no escuchar quejas de su estómago y recriminaciones de su mente: Dormir. Mientras estaba en los brazos de morfeo no podía sentir las ansias de comida, ni escuchar los reproches de su propia mente, durmió cuál bella durmiente hasta que llegó la hora pertinente para encontrarse con ese chico, con James.

Evidentemente, no estaba de ánimos para salir o para hacer amigos, pero su estómago se lo iba a agradecer encarecidamente, además no podia quedarse encerrada hundiéndose como el Titanic, pero por culpa de su propia miseria.

Sacó fuerzas suficientes para dejar atrás todas sus decepciones familiares y se puso de pie, llegó al baño para arreglarse y ponerse lo mejor posible para su encuentro. Media hora después de alistarse y ya se encontraba lista, salió apresuradamente del hotel y comenzó a caminar en la dirección de la cual había venido la noche anterior, llegó al edificio de color gris plomo y en las escaleras, justo en el mismo sitio donde ella se había sentado la noche anterior, se encontraba James, vestido como todo un muñeco de porcelana, tenía un elegante y formal traje de color caoba, con una corbata de color verde. Erin, al verlo quedó impresionada por la presencia tan pulcra y elegante del joven, la noche anterior debido a la oscuridad que otorgaba el anochecer fue imposible o casi imposible admirar las prendas que el chico usaba con determinación.

Ambos sonrieron al verse y James se colocó de pie inmediatamente, Erin se percató entonces de un ramo de flores que sostenía con su mano derecha, observó a su compañero quien no pudo evitar colocarse nervioso ante tal situación.

—Pensé que vivías aquí. — murmuró con cierta curiosidad y desconcierto, así como también decidió comenzar la charla de la forma más segura que tenía, puesto que no conocía a la chica de nada, para poder iniciar un tema de manera correcta sin estropearlo.

—Hasta ayer viví aquí. — respondió con algo de melancolía en el tono de su voz. Sus brazos se juntaron por delante de su vestido azul, el joven asintió y se acercó a ella con el ramo de flores (una delicada combinación de margaritas y azuzenas) en sus manos, gentilmente miró el ramo y luego la miró a ella, dándole una invitación no verbal para que las tomará, el jesto final para que Erin tomará las flores fue cuando James extendió el mismo hacia su dirección.

—No tendrías que haberte tomado la molestia. — dijo Erin dirigiéndose al chico.

—Recorrí casi todas las floristerías de Londres y ¿crees que alguna de ellas tenía rosas? — el tono divertido de su voz acompañó toda la narrativa de James. — al parecer el destino confabuló en mi contra.

La chica sonrió.

—No lo creo así. — Erin miró al joven a los ojos. — no me gustan las rosas. — añadió.

Jame soltó una carcajada sin poderlo creer.

—¿Hablas en serio? — preguntó burlón. — es la primera chica que no le agradan las rosas.

—Es para mí un placer ser la primera. — murmuró con gracia.

Ambos rieron y luego se miraron mutuamente.

—¿A dónde vamos? — preguntó Erin ahora con el ramo de flores  en sus manos.

James se encogió de hombros. — pensé que tu decidirías.

La muchacha se mantuvo unos segundos pensando, y recordó como en una de las propuestas que James le había dicho ayer, se encontraba ir al cine.

—Podríamos ir al cine, como habías dicho. — murmuró.

—El cine abre sus puertas a las 16:00 pero podríamos ir a tomar el almuerzo, no he comido nada y me suenan las tripas.

Erin iba a hablar, pero un sonoro rugido interrumpió de seco todas sus palabras, se podría decir de cierta manera que su estómago había respondido por su parte. James comenzó a reír mostrando por primera vez sus hoyuelos, mientas que Erin, deseaba morirse de la vergüenza ahí mismo, su rostro apenado y sus mejillas rojas, la delataron.

—No te preocupes. — le dijo James, notando cómo se había colocado en una situación bochornosa. — qué tu estómago no es el único que está hablando.

La muchacha sonrió con algo de timidez, pero sin poder evadir la situación tan vergonzosa que había tenido que vivir.

—Sígueme, conozco el mejor restaurante de Londres para que nuestros estómagos hagan silencio. — el joven sonrió, ambos cruzaron la calle y allí James tenía su coche aparcado.

Se subieron y se pusieron en marcha al restaurante que James conocía, recorriendo las calles de un Londres nublado que amenaza con lluvias, como era de costumbre. El muchacho manejo alrededor de cinco minutos y llegaron al restaurante anteriormente mencionado. Ella casi abre la boca de fascinación, había pasado muchas veces frente al restaurante LE GRANT ya que estaba de camino a su escuela, pero jamás en sus escasos veinte años había entrado al mismo.

Y ahora se encontraba ahí, con un chico encantador a su lado, con más hambre de la que jamás había tenido en su vida, y con un tono rosado en sus mejillas. Caminaron y entraron al establecimiento, pidieron una mesa, en cuestión de segundo se habían sentado y ojeaban de reojo el extenso y fino menú.

Erin se fijo de varias cosas, la decoración exquisita y monocromática del establecimiento, que se barajeaba entre los todos neutros y metálicos, logrando una combinación perfecta entre colores como el blanco y dorado. Estaba en un lugar tan cuidado y elegante como un juego de té de porcelana y se veía tan corriente con un simple vestido azul, que el miedo de no encajar se hizo presente en sus pensamientos.

Las mujeres portaban grandes sombreros, dando a conocer el estatus de la misma y en medio de todas esas mujeres que fácilmente podrían tener una vida perfecta, se encontraba ella, tan simple y básica como una una hoja de papel, sin un hogar y sin mucho dinero en su bolsillo.

—¿No te gusta el lugar? — preguntó el joven con inquietud, pues desde que había partido del edificio la joven no había dicho ni una sola palabra.

—¡No, es muy bonito! — se apresuró a decir conectando con sus ojos. — Jamás había estado en un lugar así. — admitió.

—A mí no me parece tan bonito como tú. — murmuró James mostrando sus hoyuelos nuevamente.

Detrás Del Uniforme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora