Capítulo XXX

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Sosteniendo la pequeña fotografía que James le había obsequiado en el pasado, Erin se encontraba divagando acostada sobre su cama, su respiración era algo pesada y su corazón latía con algo de fuerza, signos claros de la presión pronto iba a caer sobre sus hombros. Si antes tenía un poco de desconfianza de Terrence Kennedy, ahora sus dudas, pasaron de ser una sospecha, a una realidad muy clara que le indicaba, que no estaba a salvo. Se sentía algo acosada e intimidada por la insistencia y lo que dejaba ver como una clara obsesión.

Decir que no sentía miedo por la visita de Kennedy, era mentir, se encontraba como un manojo de nervios que lograba respirar porque no era algo que pudiera controlar, pero eliminado esa acción, sus extremidades estaban paralizadas por completo, no era capaz de moverse o hacer algún movimiento, el miedo la tenía inmovilizada en su cama, presa de sus pensamientos y víctima de sus recuerdos. Un ruido la hizo levantarse casi al instante, se trataba de un golpe en su puerta, miró el pequeño reloj que marcaba las 7:00 pm, la misma hora en la que se supone, el doctor terminaba su turno. Sus manos temblaban en conforme más se acercaba a la puerta, el miedo se apoderó por completo de su cuerpo, había comenzado a sudar y sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo cuando su piel tuvo contacto con el frío picaporte de acero.

Otro golpe la sacó de sus pensamientos y finalmente abrió la puerta, para su sorpresa y también para su alivio, era Adelaide la que se encontraba al otro lado de la puerta, con una pequeña bandeja metálica y encima de ésta un caldo humeante. A Erin le regresó el alma al cuerpo, sintió una paz extremadamente increíble cuando se topó con la chica, la invitó a pasar rápidamente, cerrando la puerta tras ella y secando sus palmas sudadas con la falda de su uniforme blanco.

—Traje algo de sopa para que te recompongas. — dijo la chica dejando la bandeja sobre la cama de Erin.

—No tengo hambre, pero comeré. — indicó Erin, sentándose en el borde de la cama y tomando con cuidado la charola de aluminio caliente.

Adelaide la acompañó un tiempo más y luego se marchó, hablaron de cosas banales, pero el tiempo que pasó con la joven, la hizo olvidar por unos instantes el tema de Terrence Kennedy. Cuando la muchacha se fue, cerró la puerta y coloco el seguro, cerró su ventana e hizo uso de las persianas que jamás había colocado, quería esconderse, desaparecer, todavía no sabía porque se sentía tan paranoica, pero no podía dejar de pensar en la oscura mirada de Terrence, se sentía insegura y no tenía a nadie a quien acurrir, ni siquiera a Adelaide tenía el valor suficiente como para contarle el scoso que estaba sufriendo.

Es noche, no durmió casi, solo le faltaba tener un cuchillo empuñado en su mano, se dio varias vueltas sobre la cama y quedó mirando fijamente en dirección a la puerta, por si se le ocurría a Terrence aparecerse en la madrugada, pero las horas pasaron, una tras otra y cuando el sol comenzó a salir, Erin empezaba a relajarse un poco, el doctor no había ido, y eso solo podía significar que había recapacitado o se había arrepentido de seguir luchando por algo que jamás podía ganar.

Pero, en el otro extremo del gigantesco edificio, Terrence Kennedy se encontraba sentado sobre su cama, mirando con detalle el pequeño broche negro que se había caído de su cabello en una de las tantas noches de guardia que habían hecho juntos. Lo guardaba dentro de uno de sus libros, lo utilizaba como un marca página, el cual siempre tocaba en las noches y en el amanecer, cuando avanzaba en su lectura. En su mente, la imagen de Erin no salía de su mente, ella era como un camaleón, tenía tantas formas y Terry deseaba conocer cada una de ellas. Por un lado, tenía a esa mujer fuerte, tenaz y un poco altanera que no le importaba arrasar con su alrededor por obtener lo que deseaba, ese perfil suyo, se asemejaba mucho a su otto rostro cuando se encontraba furiosa, sus ojos escupian fuego y su boca intentaba venenar, era como una víbora, de las más hermosas, peligrosas y exóticas. Y luego, estaba esa parte de ella, que luchaba por ser tranquila y sumisa. Era la combinación perfecta ente la gracia y el caos, entre la belleza y la destrucción, esa dualidad de la que era dueña, la hacía tan única, tan diferente a las otras mujeres que había conocido en lo largo de su vida.

Sabía que no muchos se habían detenido a fijarse todo lo que ocultaba el simple traje de enfermera que llevaba, pero detrás de ese uniforme, se encontraba toda una mujer diferente, impredecible como un tormenta, peligrosa como un huracán, hermosa como las profundidades del mar. Erin lo tenía todo y a la vez le hacía falta tanto, Terrence lo había descubierto por completo, sólo al verla, al cruzar un par de palabras, luego de presenciar el odio que escupia por su boca y reafirmaba con sus ojos. Movía con una calma inquietante el broche negro, de un lado a otro con su mano derecha, pensaba en ella y se le hacia sensual e imposible, el hecho de que podía tener a cualquiera, menos a ella.

Y sabía que había sido rechazado de muchas maneras, pero en el fondo de su vacío corazón, sabía que Erin iba a estar con él, no sólo por un palpito, sino porque así lo había decido, luego de conocerla, también sabía que ella no lo quería, pero estaba muy convencido que sí ella dejaba todo de lado (incluyendo al esgrimista que no salía de su mente) y le daba la oportunidad, caería rendida a sus pies. Y no iba a descansar hasta tenerla a su lado, hasta despertar todas las mañanas con su cabello sobre su rostro, no descasaria hasta llamarla su esposa y haría todo lo posible y no posible, hasta tenerla, solo para él.

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