El frío invierno azotó al hospital donde Erin y Adeliade habían sido asignadas, tenían ya algo de tiempo trabajando, pero ellas sabían que la compañía de Regina, les hacía falta. Ambas se habían convertido en las mejores amigas, casi como si fueran hermanas, era algo tan extraño de explicar, la actitud aveces fría y cálida con la que se expresaban, pero eso muy bien podría explicarse al estado de ánimo de cada una, así como esa pequeña particularidad que destacaba a los ingleses. Fuese como fuera, ambas estaban ahí, una para la otra. Sin darse cuenta, se convirtieron en el pilar que sostenía a la otra, cuando los días de trabajo eran difíciles, los dolores musculares insoportables o la tristeza en la noche irremediable.
Casualmente ambas estaban de guardia aquella noche y podían hacerse muy bien compañía entre ambas, pasaban revista de los pacientes y hablaban con ellos, con la calidez poco común de los ingleses, entre risas, increíbles y melancólicas anécdotas de los soldados postrados en cama.
—Aveces quisiera borrar todos esos recuerdos. — murmuró un sargento. — Todos los hombres que se han dejado atrás, las cruzes con ramas de madera que se han tenido que elaborar, el olor a pólvora mezclado con sudor y sangre.
Ambas enfermeras escuchan con muchísimo interés lo que el sargento contaba postrado en su cama.
—Dicen que el dolor nos hace más fuerte, pero ¿que nos hace la tristeza? Más débiles, somos fuertes y débiles al mismo tiempo, cargamos el peso de la guerra en nuestras espaldas, el dolor de las pérdidas nos hace creer con más firmeza que debemos ganar la guerra, pero la tristeza, esa que nos invade en la noche, el recuerdo de nuestras familias, de lo que antes éramos y de lo que somos ahora, eso sin duda nos deja muy vulnerables.
—Tenemos corazón. — comentó un soldado al otro lado de la habitación, el lugar se había convertido en una terapia para aquel grupo de malheridos. — pero, cuando estamos en el frente, toda nuestra humanidad desaparece, piensas "es el o yo" ves a otra persona como tu enemigo mortal, sin siquiera haberte hecho nada, sabes que tienes que pelear hasta el final, por la vida de todos los compañeros que ellos han asesinado, la guerra no es cuestión de hombres, es cuestión de animales.
—Cuando salgamos de aquí seremos condecorados, por valentía y honor, pero nuestras vidas estarán destruidas, no podremos ser los mismos de antes, una parte de nosotros murió en la guerra y aunque situamos vivos, siempre habrá un pedazo de nuestra alma que esté vacío, somos héroes por defender nuestra patria, pero también somos asesinos, asesinos con una medalla, recibiendo aplausos por nuestro sacrificio. — añadió otro.
—No es nuestra culpa. — habló entre dientes el sargento nuevamente. — Simplemente nos lanzaron al abismo con algo de munición, nuestro trabajo no era más que otro que sobrevivir en el infierno y eso hicimos, era nuestra vida o la de un alemán, pero no somos héroes, somos sobrevivientes.
El transcurso de la noche estuvo repleto de anécdotas, comentarios y pensamientos que se encontraban en lo profundo de las mentes de aquellos soldados, Erin descubrió entonces la brutalidad de ls guerra y lo que está causaba, como muy bien lo había mencionado uno de ellos "la guerra no es cuestión de hombres, es cuestión de animales" a pesar de apoyar a su país y tener una posición firme, su mente divagaba, haciendo a Inglaterra culpable en cierta parte de destruir la vida de sus habitantes, aquellos hombres, algunos con un ojo o extremidad faltante, no volverían a ser los mismos, la guerra les había dado un regalo de despedida, algo con lo que tenían que vivir por el resto de su vida ¿Acaso era justo todo aquello? ¿Valía la pena destruir tantas vidas por acabar con el enemigo?
Ella divagaba en sus pensamientos cuando la madrugada cayó, los soldados se encontraban durmiendo y parecían tan tranquilos, en sus expresiones faciales se notaba lo mucho que necesitaban dormir, las bolsas debajo de sus ojos, demostraba la infinidad de noches en vela que tuvieron que pasar. Los primeros días en el hospital para cualquer soldado eran difíciles y no se trataba por lo malherido que se encontraba, tenía que ver más con el hecho de que consiliar el sueño, era casi imposible para ellos, se despertaban asustados, sudando frío, su mente azotaba su cabeza con recuerdos que seguramente no le dejaban dormir.
Pero, ese no era el caso de ese salón, los soldados que se encontraban ahí, ya tenían algo de tiempo y estaban a punto de ser dados de alta, si las enfermeras montaban guardia era por mera precaución. Y con trasnochos Erin y Adelaide pasaron el tiempo restante, se turnaban para dormir por horas y así cumplían ambas con su trabajo.
Las siete de la mañana y casi era hora de entregar guardia, salieron disparadas al comedor cuando vieron llegar al par de enfermeras diurnas, se despidieron de sus compañeros de tertulia nocturnos y llegaron para desayunar. Allí se encontraban enfermeras y doctores solamente, ya que los pacientes recibían comida en sus camas.
Hicieron fila y recibieron su plato de comida, una sopa caliente de papás con un trozo de pan, suficiente para reconfortar el alma. Comenzaron a comer en silencio, sentadas en una mesa en el rincón, cuando Adelaide habló.
—Llegó un nuevo Doctor ¡es guapísimo! — murmuró abriendo sus ojos de más, con una clara expresión de asombro, y no era la única, todas las enfermeras habían empezado a murmurar entre ellas, haciendo eco de cuchilleo.
Erin se dio la vuelta, pues se encontraba dándole la espalda a todo el asunto. Efectivamente, un nuevo doctor había llegado y lo sabían porque siendo enfermeras, conocían a todos los doctores que el hospital tenía, con una bata blanca, haciendo claro el papel que tenía dentro del hospital, el hombre que no pasaba los treinta años, caminaba con cierta elegancia por el lugar, iba acompañado del Doctor en jefe, parecía que le estaba dando un recorrido por las instalaciones. El hombre en cuestión era alto, como un árbol, desprendía un aura sofisticado por donde caminaba, la postura recta lo hacia parece más alto aún, su cabello parecido al oro, hacía el contraste perfecto con la luz natural del sol.
Todas las enfermeras analizaban al nuevo doctor recién llegado, y Erin precisamente no era la excepción. Ambos hombres caminaron y el joven doctor levantó la mirada, cruzandose con la manada de mujeres vestidas de blanco, algunas rubias, castañas y unas pocas pelinegras, eso fue lo que más resaltaba de las pocas chicas que tenían el cabello con reflejos azabache, Erin era una de ellas, y fue objeto de la miradas del doctor.
Ambos cruzaron miradas por instantes, el joven sonrió de la forma más pícara y sensual que pudo, la mayoría de enfermeras sintió que se aproximaba un desmayo, el doctor en jefe hablaba, pero el joven doctor estaba mirando a una cierta chica, así que fingió que hablaba y disimulo, no sabía lo que había pasado, pero esa chica, a primera vista, le gustaba.
Erin se dio la vuelta rápidamente, pues sintió que esa mirada y sonrisa coqueta era para ella pero no quiso aceptarlo, ambos hombres se fueron del comedor, no sin antes que el joven doctor observará por última vez a Erin, la cual estaba ahora de espaldas.
—¿¡Qué demonios fue eso?! — exclamó Adelaide exaltada.
—No sé de que hablas. — murmuró Erin, como si no hubiera pasado nada.
—¡La mirada que ese doctor te dio, eso! — siguió hablando Adelaide con emoción.
—Quizás era para otra chica, hay muchas aquí. — respondió, intentando rebajar la importancia que su amiga quería darle a tal asunto. — también pudo mirarte a ti y tu piensas que me miro a mi.
—Oh Erin, que ingenua eres amiga. — hablo entre carcajadas Adelaide. — Esa mirada matadora, fue para ti. Así lo niegues.
Erin rodó los ojos y siguió comiendo.
—Deja un poco para las demás. — canturrio Adelaide. — ahora tienes al chico misterio y a ese guapísimo doctor. — la chica comenzó a reír.
—Eres un caso perdido Adelaide. — respondió Erin entre risas. Ambas comenzaron a reír y siguieron comiendo.
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Detrás Del Uniforme
Historical FictionLa vida de Erin parecía resuelta, siendo una joven bien parecida no era difícil que una propuesta de compromiso por su mano llegará, pero su mayor deseo iba más allá de un matrimonio ligeramente consensuado. En medio de un mundo sumido en la guerra...