Capítulo XII

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Un sentimiento inexplicable se implantó en el corazón del joven James, podría tratarse de tristeza, quizás de decepción, o una convinacion venenosa entre ambos sentimientos que se expandía por todo su cuerpo. Se había quedado congelado luego de escuchar lo que Erin le había contado. No sabía muy bien que respuesta esperaba por parte de la azabache, pero sin duda alguna la última que se podría imaginar era lo que ella había dicho.

—¿Pasa algo? — murmuró con miedo la joven, ante la reaccion corporal de su acompañante.

—No, nada. — respondió rápidamente, incorporándose de nuevo en su asiento y tomando un trago de Champán. — solo que me parece que eres demasiado joven para irte a una  guerra.

—¿Te he dicho mi edad? — cuestionó Erin alzando una ceja con gracia.

James se coloco nervioso pero negó con la cabeza.

—¿Cuántos años me calculas? — preguntó sonriente.

James la miró fijamente y se encogió de hombros.

—¿Unos veinte quizás? — respondió con duda.

—Cumplo los veinte años en Diciembre. — murmuró risueña. — ¿Y tú?

James sonrió. —yo tengo veinte, en Octubre cumplo veintiuno. Casi somos de la misma edad. — comentó.

Erin se encogió de hombros y miró a su compañero.

—¿Sigo siendo muy joven para estar en la guerra? — cuestionó, a lo que James asintió. — Esos soldados necesitan ayuda y yo estoy dispuesta en ayudarlos.

—Tienes un gran corazón. — murmuró James tratando de evitar que su sonrisa delatara la felicidad que sentía al ver que su compañera, era portadora de Buenos sentimientos hacia el prójimo. — Inglaterra necesita más mujeres como tú.

Erin se sintió tan halagada que fue inevitable para ella que sus mejillas se tornaran de un tono más rojizo de lo normal.

—Muchas gracias. — respondió, tomando la copa en su mano para después darle un sorbo.

La velada continuó con suma normalidad, el tiempo transcurrió y como había pasado en la tarde, los jóvenes no se percataron de ello, estaban tan sumergidos en sus conversaciones, estaban muy atentos de lo que el otro decía, en sus ojos un brillo especial había comenzado a delatar los sentimientos que crecían en el interior de sus corazón y al darse la media noche, salieron del recinto entre risas que acompañaban sus pasos hasta el auto.

Ambos habían bebido, pero de una manera tan responsable que era poco común en los jóvenes de su edad, todavía conservaban en facultad sus cinco sentidos, pero a pesar de eso se sentían tan felices y reían como si estuvieran hasta el cuello de alcohol, las carcajadas acompañaban cada una de las anécdotas graciosas que ambos tenían para contarse.

Esa noche se hicieron amigos sin darse cuenta, el día en el que se encontraron en el edificio donde Erin vivía había sido una grandiosa casualidad, o una obra del destino, en el fondo de sus corazones, aquellos jóvenes necesitaban un amigo, más que eso un confidente. Sus vidas eran tan distintas pero a la vez tan parecidas, quizás eso fue lo que hizo que ambos congenieran desde un principio y se sintieran con tal confianza de contarse prácticamente toda su vida, en un lapso relativamente corto. Cualquiera podría decir que eran desconocidos y lo seguian siendo, lo sabían, pero también eran conscientes de lo que su alma les pedía a gritos, el miedo a la soledad por parte de ambos fue lo que los empujó de manera inconsciente, pero esa noche, fueron realmente felices, era como si por primera vez tanto Erin como James se hubieran comportado como realmente eran.

Ella era divertida por naturaleza, pero el aura de timidez que irradiaba no la dejaba brillar por completo. Él por el contrario, parecía ser un completo espectáculo espacial, lleno de carisma, confianza en sí mismo pero en el fondo de su ser, el sentimiento de inconformidad había creado un nudo en su garganta y pecho, que no lo dejaba respirar. Y esa noche, el nudo desapareció por completo, la tristeza de Erin se esfumó, incluso el tiempo había dejado de ser relativo, parecían estar dentro de una burbuja que los atraía, los mantenía dentro y de la cual, verdaderamente no deseaban salir.

—Mañana en la noche abra una obra de teatro. — murmuró James deteniendo el auto al frente del hotel donde Erin estaba hospedada, por segunda vez. — ¿vendrías conmigo? — preguntó.

Erin lo miró con detenimiento, era tan guapo, pensó. Sus ojos avellana se veían mucho más oscuros y misteriosos gracias a la poca luz que irradiaba de los faroles de las calles, sus delgados labios parecían estar tallados a mano, su nariz perfilado y el porte de chico deportista que emanaba con su presencia. No  podía ser mejor.

—Claro. — respondió sin pensarlo. — ¿a qué horas?

—Pasaré por ti a las 8:00

Ella asintió y ambos se miraron por enésima vez, sonrieron al mismo tiempo, cosa que sorprendió a ambos. Erin se bajo del auto y entró rápidamente al hotel, no sin antes dsrse la vuelta a mitad de camino y extender la mano a su compañero que seguía estacionado al frente del lugar con el auto encendido.

—¡Gracias por éste día tan maravilloso! — expresó llena de gratitud.

James sonrió y sus hoyuelos aparecieron en medio de la oscuridad.

—¡Te veo mañana! — respondió.

Erin al fin entró al hotel y se dirigió rápidamente a su habitación, cerró la puerta con llave y se apoyo en la misma, tratando de recuperar el aliento que James le había robado, su corazón latia ferozmente y por unos escazos momentos, sintió que quizás el corazón se le podría salir por la boca, estaba tan emocionada y feliz como muy pocas veces lo había estado en su vida. Se dio una merecida ducha y al tener su pijama listo, observó entre la ropa que estaba en una de sus valijas, su uniforme de enfermera.

Cayó en la triste y cruda realidad de su vida, había elegido un camino y eso significaba que el lunes comenzaba su nueva vida, sin restaurantes, sin champán ni vino, sin las conversaciones y la compañía de su nuevo amigo. La melancolía abordó su corazón de forma brusca, atentando y colocando en tela de juicio los bonitos momentos que recién acababa de vivir.

Pero, ella no era la única que pensaba en la realidad que se avecinaba, su compañero de tertulia también pensaba lo mismo de camino a su hogar.

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