Capítulo XXIV

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Adelaide y Erin se encontraban en el comedor, era la hora del almuerzo y para sorpresa de Adelaide, su amiga apenas había tocado la comida que estaba frente a ella, sus ojos estaban perdidos, observaba a la nada, esperando que algo ocurriera. Tenía algunos días así, pero ella no había querido molestar a su amiga con preguntas, pensaba que se trataba más bien del cansancio acumulado que tenía la profesión que ejercía, pues ella misma había estado un poco ida cuando el trasnocho se acumulaba. Pero, había algo en Erin que encendió las alarmas de Adelaide, no sólo era su extraño comportamiento, sino el poco apetito que manifestaba a la hora de comer.

—En vez de tocar la comida con el cubierto, deberías de comerla. — la mayor de las chicas hablo, llamando la atención de Erin. — ¿Que te sucede amiga? — preguntó.

—No es nada. — la respuesta sin ánimo de Erin, encendió nuevamente las alarmas, evitaba mirar a su amiga a los ojos y siendo Adelaide una buena observadora, logró a percibir cierta tristeza que emanaba de su compañera.

—Te conozco Smith, habla. — la mayor tomo un trago de jugo, dándole la oportunidad a Erin para que pudiera hablar.

La muchacha suspiró con pesadez, todo lo que había sentido dentro de ella había estado así, escondido. Su cabeza la estaba volviendo loca y su corazón, podría decirse que estaba marchitandose poco a poco.

—Es James. — confesó. — tengo días sin recibir noticias suyas.

Adelaide miró a su compañera con detenimiento y comenzó a reír.

—¿Eso nada más? — cuestionó en medio de risas.

—No se donde le encuentras gracia al asunto. — murmuró la menor, frunciendo el ceño.

—Amiga, sabes como es el sistema de correo. — añadió. — No estamos de campamento de verano, estamos en plena guerra, tienes suerte de que las cartas lleguen y de que James no se haya en listado a la armada, de ser así, tu corazón dependería de un hilo.

Erin observó a su compañera, quizás ella tenía razón, si bien era cierto que las cartas tardaban cada vez en llegar, debido al colapso de los mecanismos del correo del ejército, había algo dentro de ella que le indicaba que algo no estaba bien, podría llamarse un sexto sentido o un presentimiento, pero su alma estaba inquieta.

—Considera que tú no eres la única que recibe cartas. — murmuró tomando un bocado de comida. — imaginate las cartas que tienen que hacer llegar los soldados en el frente para sus esposas. Ten paciencia.

La muchacha volvió a suspirar, pero con un poco más de tranquilidad en su interior.

—Creo que tienes razón. — dijo Erin, logrando por fin tomar un bocado de la comida que yacía en el plato.

—¡Claro que la tengo! — exclamó Adelaide sonriente. — No te pongas triste por eso, además, tienes la fotografía que él te regalo. — dijo alentando a su amiga.

La chica sonrió entonces, recordando la imagen que estaba guardada en la seguridad de su habitación, la había escondido muy bien para protegerla, evitando así que de cualquier manera logrará dañarse. Cada vez que tenía un día difícil, o que estaba cansada, solía buscar su fotografía, la observa por unos instantes que parecían eternidades, su corazón se colmaba de alegría, su espíritu de nuevas energías y su cuerpo anhelaba una caricia. No tenía porque ser algo provocador, un simple beso en la comisura de sus labios, un ligero apretón de manos o la sutileza de apartar un mechón de su cabello tras la oreja. Cosas tan pequeñas que eran lo suficientemente valiosas para generar en Erin, la mayor explosión de emociones dentro de su cuerpo.

Caminaba aparentemente sin rumbo por los pasillos del hospital, con su uniforme recién planchado y de un blanco inmaculado, vagaba a la espera de que el turno nocturno diera inicio. No sabía lo que había pasado, pero en su agenda poco a poco los turnos de trabajo diurno habían comenzado a desaparecer, era como si de alguna manera la única forma de ella poder desempeñar su trabajo fuera en el turno de la noche, al lado del Doctor Terrence.

Aunque prefería ser llamado Doctor Terry, la muchacha de cabellos oscuros prefería referirse a él como Doctor Kennedy, intentando colocar barreras que lograrán marcar grandes diferencias entre ellos. No era que en particular no le agradará Terrence, simplemente deseaba evitar cualquier trato informal, para así conservar su profesionalidad intacta. Y esa era una actitud que no muchas enfermeras aplicaban, todas se podrían literalmente morir, con sólo mirarlo y que el tuviera la confianza suficiente para llamarlo con un diminutivo, no era sino que la manera perfecta de empatizar con el joven doctor, o así lo veían ellas.

La muchacha sin rumbo decidió observar el atardecer en los jardines del hospital, para su grata sorpresa el mismo se encontraba prácticamente vacío, no se podía escuchar el ruido de las sillas de ruedas que tenían que llevar arrastras sus colegas con los pacientes en ellas, tampoco se podía escuchar las habituales quejas de los pacientes más problemáticos, esos que no deseaban la ayuda de nadie y que en sus ojos, podías observar de cómo día a día se arrepentián de amanecer con vida.

—Es muy lindo ¿no crees?

Erin pegó un pequeño brinco, estaba sentada en una de las bancas de cemento que habían disponibles, específicamente la más próxima a los límites del hospital, daba una vista perfecta de la pradera y las montañas de Gales.

—¿Te refieres al paisaje? — preguntó, su corazon seguía acelerado debido a la impresión que la repentina llegada del Doctor le había ocasionado.

—Si claro ¿Que más podría ser? — la respuesta de Terry estuvo impregnada con la mayor cantidad de sarcasmo y coquetería posibles.

—Es espléndido. — respondió con simpleza.

La chica giro la cabeza, para seguir observando como poco a poco el sol caía, el cielo estaba lleno de colores, las nubes ahora eran naranjas y el contraste con la vegetación Galesa que se preparaba para tomar una siesta, resultaba ser más maravillosa de lo que era.

—En Londres te aseguro que no hay una puesta de sol igual a ésta. — comentó el doctor, quien había tomado el atrevimiento de sentarse a su lado, tomando algo de distancia para no incomodar a la muchacha.

Erin sonrió sin mirarlo y respondió.

—No Doctor Kennedy, no existe una puesta de sol igual a ésta.

Terrence contemplaba de igual manera la caída del sol, sintiendo dentro de su estómago un millón de emociones que jamás había sentido dentro de él. Siempre había sido un hombre simple, sin complicaciones y que se inclinaba más a tener una actitud lo más directa posible, pero estando frente a esa chica, simplemente toda la confianza y seguridad que le brindaba ser una personalidad importante como la que era, se esfumaba al instante y sólo quedaba en su remplazo, un hombre indeciso y temeroso, alguien que no sabía cómo actuar, ni que decir. Cuidaba muy bien sus palabras y pensaba unos segundos antes de decirlas, para sentir que cada una de sus oraciones, eran acertadas.

—¿Conoces el pueblo? — preguntó el joven, intentando iniciar una conversación con la muchacha, y dejando ver por encima las intenciones que tenía.

—No, cuando llegue de Londres inmediatamente me trajeron para acá, lo único que conozco de Gales, son estas magníficas montañas. — respondió señalando las imponentes montañas que se encontraban frente a ella.

—¿Te gustaría conocerlo? — otra pregunta, que quizás era un poco más insinuante que la anterior, pero cargada de inocencia.

—Sería maravilloso, pero eso es imposible. — dijo. — a no ser que hoy mismo termine la guerra de una vez por todas. — su pequeña risa se escapó de su garganta y a los segundos, ambos estaban riendo.

—Bueno ¿Que te parece si mañana en el día nos vamos de paseo?

Terry había soltado la bomba y solo estaba esperando una cosa; la respuesta que Erin tenía guardada en su boca.

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