Capítulo XXVII

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Los ojos del Doctor Kennedy se hacían cada vez más pesados y le costaba mantener la concentración en su lectura, un libro que cómo no, trataba sobre la anatomía humana. Sentado en una silla de madera en la entrada de emergencias se encontraba, como un vigilante a punto de dormirse.

La noche en emergencias había sido especialmente aburrida, algo que resultaba extraño, puesto que las noches estaban llenas de trabajo, hasta el punto de que en sus pies aparecieran ampollas, acostumbrado a un turno lleno de ritmo, la falta de trabajo estaba comenzando a jugarle una mala pasada y no era el único, las enfermeras de turno también sentían como sus ojos se hacían cada vez más pesados, incluyendo a Erin.

Ella y Adelaide estaban chequeando a un par de pacientes que habían solicitado ayuda, un poco más de morfina para el dolor que no los dejaba dormir, una que otra conversación fujaz sobre el paisaje de Gales, la vida que habían abandonado o incluso, si en casa les esperaba un novio, y justo cuando tocaban esa pregunta, Erin se ponía nerviosa.

—Tiene a un chico que la espera. — informó Adelaide. — Pero, yo le dijo que debería de conocer a más chicos, no está de más.

Algunos de los pacientes sonreían, otros empezaban a molestar a Erin con comentarios relacionados a un posible matrimonio e hijos en un futuro.

—Yo considero que es mejor que esperes por tu enamorado. — el soldado más longevo se atrevió a hablar, aportando su opinión a la conversación. — Si en verdad lo amas, no tendrás ojos para nadie más.

—¿Como puede amarlo si solo se han visto dos veces a lo mucho? — cuestionó Adelaide. — Todo esté tiempo se han comunicado por cartas.

—Querida niña, tengo una historia para ti. — el hombre que alcanzaba a lo mínimo, cincuenta años, intentó colocarse más firme en la cama donde estaba postrado, cada una de sus arrugas significaba una vivencia diferente.

” Digamos que nací siendo muy pobre, trabaje la mayor parte de mi niñez limpiando zapatos de grandes señores, siempre veía como caminaban de un lado para otro con sus elegantes trajes, mientras que yo tenía los zapatos rotos y mis vestiduras eran auténticamente las de un pordiosero. Un viejo banquero, me llevó a su casa un día, recuerdo ese momento como si hubiera sido ayer, cuando la vi, fue imposible no enamorarme de ella. La vida me trató bien, el viejo banquero del que te hable, me ayudó hasta el día de su muerte y conseguí graduarme de maestro. La vi crecer codo a codo, pero nunca fui capaz de hablarle por el simple hecho de lo diferentes que eran nuestros mundos, imaginar algo entre nosotros, era imaginar algo imposible y cuando intente declarar lo que sentí por años, ella se iba a casar con un político importante. Yo no tenía nada para ofrecerle, vivía en un apartamento pequeño mientras que alguien más podía ofrecerle mansiones y lujos con los que yo jamás podría disponer, y justo cuando estaba por darme por vencido, ella tomó el valor que yo jamás tuve, así como la había amado por siempre, ella también lo había hecho. Nos alejamos de los perjuicios que no permitían que ambos estuviéramos juntos y creamos una vida.

Todo el pabellón hizo silencio, no había nadie que se atreviera a abrir la boca para pronunciar una palabra, ni siquiera el Doctor Kennedy, el cual había llegado en el momento exacto para escuchar la historia de aquel viejo soldado.

—El amor tiene extrañas formas de presentarse, en algunos aparece en el momento menos indicado, otros se pasan toda la vida buscándolo, unos cuantos lo consiguen y otros simplemente mueren en el intento.

Erin suspiró y sonrió, dando así las palabras que todos los presentes querían decirle a aquel hombre.

—Es una maravillosa historia. — murmuró. — Su esposa estará muy feliz de verlo cuando, regrese. — aseguró.

El hombre sonrió. — Así será señorita.

Poco a poco el silencio y la tensión del momento desapareció y fue remplazado por algunas, conversaciones cotidianas entre pacientes, fue entonces cuando Terry terminó de entrar al lugar, para chequear a los pacientes que allí se encontraban, como era de costumbre. Erin y Adelaide abandonaron el lugar tiempo después y mientras caminaban, charlaban entre ellas.

—¿El doctor Kennedy ha hablado contigo? — preguntó la muchacha.

—No, y prefiero que sea así. — murmuró Erin.

—No entiendo porque no puedes darte la oportunidad con otros chicos. — comenzó a decir su amiga. — solo tienes las cartas que te manda James, ni siquiera sabes si el no ha visto a otras chicas en todo esté tiempo, además no estas haciendo nada malo.

Erin guardo silencio, no sabía muy bien como responder aquello, confiaba ciegamente en James y jamás se le había asomado por la cabeza la idea de que en todo esté tiempo, el pudiera haber salido con alguna otra chica, al final, ellos no eran nada, era duro decirlo, pero Erin sabía en el fondo de su corazón que así era. Tenían conocimiento de sus sentimientos, pero sólo tenían eso, las cartas y en parte para ella, el papel y la tinta eran más que suficientes.

Adelaide miró un instante para atrás y se percató de la presencia de Terrence, se dirigió a su amiga diciendo que tenía que irse y se fue lo más rápido que pudo para dejar a ambos jóvenes, a solas.

Erin sonrió de la forma más inocente y le saludo.

—Parece que Adelaide es una escéptica con respecto a tu enamorado. — comentó el doctor.

La muchacha no pudo evitar ponerse nerviosa ¿Cómo sabía él eso?

—Parece que está al tanto de todo Doctor Kennedy. — dijo evadiendo la pregunta.

—Quisiera no estarlo. — murmuró. — Pero las chicas en ésta unidad tienen un magnífico don para hablar y bueno ya sabes, los rumores corren más rápido que la pólvora.

Erin se sintió algo incomoda, pues se le había sido revelado que toda la unidad conocía sobre la existencia de James o que por lo menos tenían noción de que ella siempre esperaba cartas de un chico.

—No quiero que te sientas incomoda, yo solo quiero ser tu amigo. Si me lo permites.

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