Capítulo XIII

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La hora había llegado y a las afueras del hotel se encontraba Erin con el vestido más bonito que tenía dentro de sus valijas, seguía siendo sencillo pero un poco más elaborado que los anteriores. Recuerdo muy bien el día en el que su madre se lo compró, con la ilusión que algún día lo llevará a la universidad, lino fino de color azul rey, hacia el contraste perfecto con su tono de piel, su cabello de color negro y las facciones de su rostro realzaban la belleza de su portadora, la cual esperaba pacientemente por la llegada de su nuevo amigo.

Esté último no tardó mucho en llegar, la noche había caído en Londres y para la sorpresa de los residentes, el cielo estaba iluminado por diminutas estrellas esparcidas a lo largo y ancho de la ciudad donde la noche ya se había apoderado de cada rincón de Londres. Ella se subió al auto así sin más, no espero a que el joven se bajará y abriera la puerta del auto, como se supone que deberían de ser las cosas, James había quedado con la puerta abierta de par en par y con un pie en el suelo, sonrió ante la acción de su acompañante y regresó a la posición que tenía con anterioridad.

—Buenas noches. — Erin sonrió al chico que tenía en sus narices.

—Te ves maravillosa. — murmuró James, con ese clásico tono de voz, tan seguro de si mismo y con un par de hoyuelos que complementaban su sonrisa.

Para la joven fue inevitable sonreír, ambos se pusieron en marcha para el teatro, el camino estuvo lleno de conversaciones diversas que le añadieron al recorrido mucho más interes, el lugar estaba repleto de personas que comenzaban a entrar para escuchar la función, James había sido bastante puntual con la llegada y eso podía notarse. La apariencia de las personas que ahí estaban reunidas, sin duda alguna no eran del estrato social al que Erin pertenecía, pero esa era la menor de sus preocupaciones, toda la tarde se había sumergido en una tristeza inmensa, la curiosidad de seguir conociendo a James le picaba por dentro, pero sabía muy bien que debía de cumplir su deber, que al día siguiente comenzaría su trabajo, la misión a la cual se había encomendado, por lo cual había estudiado durante un año, todo su mundo cambiaría completamente en cuestión de horas y sinceramente, eso le aterraba. Pero, al caer la noche, al encontrarse en una cómoda butaca al lado de la mejor compañía con la que había pasado su tiempo, en toda su vida, todos esos pequeños problemas y preocupaciones desaparecieron, dejaron de existir dentro de su mente, pues estaba tan concentrada en pasarla bien que no había espacio en su cerebro para los lamentos.

En cuestión de un año había cambiado tanto, era como si su verdadero yo hubiese surgido de las cenizas, no era la misma persona que hace un año atrás, no era ni siquiera la sombra de aquello, la jovencita sumisa se había quitado las ataduras impuestas por su padres, había decidido sola el rumbo de su destino y a pesar de encontrarse algo deprimida por las consecuencias de la misma, no se arrepentía en lo absoluto, por el contrario, fue la mejor decisión que pudo tomar para su vida. Si bien echaba de menos a sus padres de vez en cuando, sabía muy dentro de su ser, que las cosas estaban mejor así. No estaba arrepentida de ninguna decisión, había hecho bien en irse a un hotel y sin duda alguna de invertir su tiempo libre (que era bastante) acompañada de James Buckley.

Despues de dos horas de una función magnífica, la obra terminó, las personas comenzaron a aplaudir con efusión y Erin no fue parte de la excepción, a pesar de ser la primera vez en un lugar como éste, había quedado completamente fascinada. Los presentes se colocaron de pie para abandonar el recinto, James y ella fueron casi los últimos en salir, no sabían bien si era para evitar la congestión de personas, o porque deseaban permanecer más tiempo juntos, de igual forma, ninguno de los dos apresuró la salida. Pero, salieron del edificio, evidentemente y miraron el paisaje nocturno de Londres.

Curiosamente, algunas estrellas lograban asomarse a través de las nubes grisáceas, dándole un toque mágico a aquella noche. El interior de Erin estaba ardiendo y deseaba escuchar de los labios de su compañero que tenía otro plan para ambos, del mismo modo, la garganta de James le picaba, su lengua estaba apunto de soltar alguna idea descabellada para no abandonar a su acompañante.

Los dos deseaban a gritos hablar y escuchar planes para el resto de la noche, que era tan joven y prematura como ellos en el tema del amor, conquista y la seducción. Se quedaron como piedras, esperando que el otro hablará o hiciera un gesto siquiera, algo que les diera la señal para iniciar algo posiblemente maravilloso. Pero, fue James quien tomó el valor, se podría decir que se ajusto los pantalones y luego de tomar una pequeña bocanada de aire y tragar grueso, decidió hablar.

—Quisiera hacer algo más, pero no tengo ideas. — murmuró lleno de vergüenza, toda la coquetería había desaparecido de su sistema y ahora era el joven más tímido de quizás toda Inglaterra. — Digo, me refiero a que no quiero dejarte en el hotel sola, es tu última noche aquí antes de irte. Quisiera pasar contigo todo el tiempo posible.

Las mejillas de Erin se enrogecieron, pero la oscuridad jugó a su favor, ocultando el nerviosismo de la muchacha.

—Vamos al hotel, acompáñame. — le pidió, casi sin pensar en lo que estaba diciendo. James se sorprendió ante sus palabras, incluso la misma Erin no se esperaba aquello que simplemente salió de su boca disparado.

Se subieron en silencio al vehículo y no hablaron en el transcurso del camino, en la mente de la joven, había pensado que quizás asustó al joven con una propuesta tan directa, pero no era lo que podría pensarse, Erin no deseaba acostarse con él, no por los momentos, tenía varios inconvenientes, el primero es que era una mujer pura y el segundo, no podía perder su virtud con un joven al que apenas estaba conociendo. Pues esa era la verdad, James podría ser un completo desconocido que había iluminado su realidad por dos días, y aunque ella sabía que esas no eran las intenciones que ella tenía con el joven Buckley, estaba consciente de que el muchavho podría mal interpretar la situación y quizás por eso, se había quedado sin habla.

Pero James pensaba algo similar que Erin, al igual que ella, el joven era tan puro como el agua y pensaba en lo que podría llegar a pasar en esa habitación, ni quería aprovecharse del voto de confianza que la muchacha había depositado en él, puesto que invitarlo a su habitación había sido eso, el voto de confianza más grande que podía haber recibido de su parte y a diferencia de lo que muchos podrían pensar, James tampoco tenía esas intenciones con Erin.

Eran dos desconocidos que se hicieron amigos en cuestión de 72 horas cualquiera diría que no es tiempo suficiente para conocer a alguien, que Erin había sido muy ingenua y James todo un listo, pero aquello iba mucho más allá de la comprensión de los espectadores que observaron con detención a los jóvenes entrar a la recepción del hotel. Una conexión extraña los había unido aquella primera noche, ninguno de los dos era capaz de descifrar de lo que se trataba, pero se, sentían tan a gusto uno al lado del otro, que era lo único que a ellos le importaba.

Entraron en la pequeña habitación, el joven se mantuvo de pie, mientras Erin cerraba la puerta a sus espaldas, cuando giró su cuerpo, se encontró con el cuerpo de su acompañante, su nariz chocó con la manzana de adán del joven Buckley, su cuerpo comenzó a temblar debido a la cercanía que se podía cortar con un simple movimiento, James acarició la mandíbula de la joven con suma delicadeza como si ella fuera una pieza de porcenala fina. Alzó su rostro, para que ambos por primera vez en la noche, conectarán sus ojos y así fue, se mantuvieron en esa posición por unos segundos, el tiempo había dejado de existir, todo había dejado de tener sentido, estaban ellos dos dentro de una burbuja que los consumía poco a poco y los obligaba a acercarse inconscientemente cada vez más hasta que sus cuerpos chocaron, lo único que separaba sus labios era el roce de sus narices, distancia que pronto cortaron por completo para volverse uno, solo en medio de un delicado beso que sello y marcó la conclusión de una velada perfecta.

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