Epílogo 2/2

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—Acabamos de estar en la calle, ¿por qué no estás cansada?

Blesjan meneaba su rabo enérgicamente, con la lengua fuera y la mirada fija en Mark, que se estaba quitando la ropa. La dejó caer de cualquier manera en el suelo y se tumbó en el sofá en calzoncillos, resoplando agotado. El objetivo de aquellos paseos tan largos era cansar a Blesjan, pero el que acababa cansado siempre era él. Dejó el mando a distancia en su barriga después de encender la televisión, mientras debatía en su cabeza si aquel día pediría comida al kebab o se atrevería a preparase algo de las comidas precocinadas que tenía en la nevera. Blesjan saltó del sofá de pronto, sobresaltándolo, y corrió hacia la puerta. Mark la ignoró, estaban echando un episodio que todavía no había visto de una serie de los años noventa. Escuchó el timbre, pero lo ignoró. Todavía no había pedido la comida, no podía ser el repartidor, y si no era al repartidor, no tenía intenciones de interactuar con nadie más. Fuese quien fuese sí tenía ganas de que abriese, pues picó varias veces más, y viendo que nadie abría, pulsó el timbre fijamente. Mark se levantó del sofá molesto y abrió la puerta. Miró de arriba abajo a Jack, que respiraba agitadamente.

—Si vienes a por los restos de pastel, no quedan.

—No es por el pastel.

—¿Y qué haces aquí? Antes has dicho que no deberías haber venido.

—Necesito hablar contigo, necesito que me escuches y que me dejes explicarme. Sólo te pido eso, Mark.

El hombre se apartó riendo de la puerta, dejando al chico entrar en casa.

—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? -preguntó saludando a la perra.

—Después de dos años esperando escucharte, lo voy a hacer en calzoncillos y sin haberme duchado. No me jodas que no es divertido.

Jack suspiró, dándole la espalda y acariciándose el pelo, visiblemente nervioso. Mark cerró la puerta y apoyó su espalda desnuda contra ella y entre ambos, Blesjan se tumbó, ajena a la tensión que separaba a los humanos. Jack se giró y miró a los ojos de Mark. Se disculpó y esperó ver alguna reacción en él, pero no la hubo. Permanecía apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados frente a su pecho y una pierna doblada, apoyando la planta del pie en la puerta.

—¿Qué es lo que quieres, Jack?

—Disculparme.

—Ya lo has hecho. ¿Por qué sigues aquí?

—Quiero explicarme.

—Hazlo. Yo ya no quiero tus explicaciones, me dan igual. Eres tú el que necesita expresarlas, por lo que veo.

Jack se echó el cabello hacia atrás, acariciándose el cuero cabelludo con las uñas postizas que llevaba. Si lo tenía tan claro, ¿por qué dudaba ahora que tenía a Mark enfrente? Se le hacía imposible verbalizar lo que sentía y era incapaz de encontrar el motivo.

—¿Qué hice mal?

—Nada, lo hiciste todo bien.

—Si lo hubiese hecho todo bien, no te habrías largado de esa manera.

—Mi decisión no tuvo nada que ver contigo, Mark. El problema era yo. Te expliqué que soy asexual y lo aceptaste. Te dije que iría a Londres y lo hice y también lo aceptaste. Tú no eras el problema.

—Tú tampoco, Jackie. Nunca hiciste nada malo.

—A ti no, pero a mí sí. No estaba contigo por amor, estaba contigo por necesidad. Estar contigo impedía que estuviese a solas conmigo. Eso era lo que verdaderamente necesitaba, alejarme de mí mismo, de la persona que era entonces. Te utilicé, Mark. ¿Cómo iba a quererte si era incapaz de quererme a mí mismo?

JACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora