cupcakes

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Joane miró el anuncio una vez más. Estaba tumbada en el sofá, con el moño mal hecho amenazando con deshacerse por fin y aquel potingue puesto por toda la cara. No solía hacerse mascarillas ni dedicaba demasiado tiempo a rutinas de autocuidado, pero cuando estaba realmente nerviosa, Joane convertía su casa en su centro privado de relajación. Había localizado un anuncio en el que había un estudio, no era muy grande y era una planta baja, nadie querría irse a vivir allí, pero la chica no estaba pensando en mudarse. Quizá podía montar allí su ansiado estudio de tatuajes. No se lo había comentado a Mario porque todavía no se había despertado, pero estaba segura de que no dudaría ni un minuto en acompañarla si decidía ir a verlo. Era la primera vez que encontraba un local que pudiese permitirse pagar, aunque tendría que hacer un gran esfuerzo los primeros meses. ¿Y si llamaba a Jack? Era temprano, pero su amigo tenía horarios de octogenaria. Seguramente se habría despertado ya y estaría estudiando, él siempre estaba estudiando, fuese obligatorio o no. Era su pasatiempo. Se decidió a marcar el número, pero su amigo no respondió hasta que había pasado un buen rato, justo cuando Joane se disponía a colgar. La chica lamentaba haberlo despertado, aunque él se esforzase en fingir que aquella voz era por un resfriado y no porque acababa de abrir los ojos. Jack apoyó a su amiga, lo había hecho siempre, y la animó a ir a ver aquel estudio. 

Los tatuajes no eran precisamente lo que más unía a Jack y Joane. A ella le fascinaban, a él no, más bien le disgustaban. Jack consideraba que los tatuajes le quedaban bien a todo el mundo, fuesen como fuesen, pero él jamás se haría uno grande, como mucho se tatuaría alguna palabra o icono pequeño, que tuviese mucho significado para él. A pesar de eso, siempre había dicho que Joane tenía mucho talento y que podía llegar a ser una tatuadora solicitada, que se veía a la legua que aquella era su vocación. 

— Perdona por despertarte —dijo la chica—, suponía que estarías despierto como de costumbre.

— No, anoche fue una noche agitada. 

— ¿Agitada en un sentido negativo, positivo o sexual?

— No lo sé, pero sexual seguro que no. 

Joane no pudo evitar reírse con ese comentario y se tapó la boca, temiendo haber despertado a Mario. Los ruidos en el dormitorio indicaban que lo había hecho, así que la chica pensó en colgar y hacerle un desayuno sorpresa, pero después de lo que había dicho Jack, dudaba de si era el momento indicado para cortar la llamada. Quizás Jack tenía algo de lo que hablar.

— ¿Te apetece que sigamos hablando luego, tomando un café?

— Suena bien, pero no va a poder ser. He quedado con mi profesora para hablar de la exposición.

— Está bien, pues ya hablaremos. Que tengas un buen día, cielo.

Joane salió del sofá y caminó de puntillas hasta el dormitorio. Se asomó. Mario estaba sentado con la cabeza hundida en las manos. Fue a la cocina con rapidez y preparó una taza de café, pero no le dio tiempo a llevarla al dormitorio. El chico se presentó en la cocina y la abrazó por la espalda, besando su cuello. Joane se giró y le dio la taza, sonriendo. Él captó su felicidad al instante.

— Te veo especialmente contenta. No estarás embarazada, ¿verdad?

— ¿Eres tonto?

— Sí, vaya preguntas haces. ¿Hay algún motivo por el que estés tan feliz esta mañana? Incluso has madrugado.

Joane puso los ojos en blanco, ignorando sus bromas, y lo condujo hasta el sofá. Le explicó todo lo referente al anuncio, se lo enseñó y le comentó que estaba ilusionada. Tal y como había imaginado, Mario aceptó acompañarla. Lo harían aquella mañana, después de dejar a Abigail en el colegio. Antes de que la niña se despertase, la pareja se acurrucó en el sofá y hablaron sobre Rebecca. No había dado señales de vida y la niña llevaba ya una semana con ellos allí. No molestaba en absoluto, es más, Joane era feliz con los cambios que había vivido recientemente, pero la poca comunicación con su madre la preocupaba. No quería ni imaginarse las situaciones que podrían estar teniendo lugar en aquella casa. Mario la tenía abrazada, cambió de tema para despreocuparla y poco después, Abigail se despertó y la rutina matinal empezó.

Después de desayunar, Mario subió a la niña a la moto y se marcharon al colegio. Aparcó el vehículo como todas las mañanas y llevó a Abigail de la mano hasta la puerta, charlando con ella. Una de las profesoras que había en la puerta los saludó. Ya conocía al chico y era amable con él, pero el primer día se había sorprendido mucho al ver a la niña llegar en moto con Mario. En el colegio, la mayoría de profesores sabía la situación que se vivía en casa de Abigal Moon, y ya no era ningún secreto que la niña vivía con su hermana mayor. Lo que Mario no se habría esperado es que las profesoras que habían tenido la oportunidad de hablar con él lo felicitasen por cómo estaban llevando la situación. Abigail había mejorado su comportamiento en clase, era más tranquila y amable, se interesaba más por las clases y parecía más feliz. Aquella mañana, la profesora no estaba tan contenta como otros días, aunque se empeñase en disimularlo. Cuando Abigail se había despedido y entró en el edificio con una de sus amigas, la mujer apartó a Mario para comentarle lo que se había oído por los pasillos. La policía había visitado varias veces la casa de Rebecca porque el vecindario había llamado a emergencias. Las peleas eran cada vez más frecuentes y fuertes. Mario asintió, cabizbajo, aunque no estaba preparado para escuchar lo que la profesora tenía que decirle.

— La Junta de Profesores ha estado debatiendo este asunto. No queremos que Abigail pierda todo lo positivo que ha estado consiguiendo desde que salió de casa de la señora Rebecca. Sabemos que no es asunto nuestro, pero queremos manifestaros que apoyaríamos a Joane si decidiese pedir la custodia.

— ¿Joane va a pedir la custodia? —preguntó el chico, impactado por lo que acababa de escuchar.

— No, no, no he querido decir eso, disculpa. Sabemos que Joane está cuidando a su hermana de forma temporal. Simplemente quería manifestarle nuestro apoyo, creemos que sería muy beneficioso para Abigail quedarse con su hermana. Si diesen cualquier paso, cuentan con el apoyo del colegio. Pero también debo informarles de que la Junta de Profesores tiene la obligación de contactar a los Servicios Sociales en caso de que algún niño o niña esté creciendo en un ambiente poco adecuado. 

Mario asintió, agradeciendo el gesto de la profesora, y se despidió para dirigirse de nuevo a la moto. De camino a casa, reflexionó sobre la posibilidad de que Joane adoptase a Abigail de forma definitiva. Era un paso muy importante, cambiaría la vida de Joane definitivamente. Además, había entendido a la perfección lo que la profesora había querido decirle. La situación tenía que estabilizarse por el bien de Abigail, la niña necesitaba estabilidad para poder desarrollarse como persona sin problemas emocionales. Era una conversación importante, por más vueltas que le diese, Mario era consciente de que tenía que hablarlo con Joane. Pero no aquella mañana. Irían a ver aquel estudio y tendrían un buen día, tal y como habían planeado en el sofá. Su chica se lo merecía y él no estaba dispuesto a arruinarle el ánimo tan temprano. De hecho, decidió darle una sorpresa y comprarle cupcakes. Se detuvo en una pastelería y guardó con cuidado los dulces en el cajón de la moto. Se subió al vehículo con una sonrisa al ver que Joane le había enviado un mensaje para saber cuánto le faltaba para llegar. Arrancó la moto y se lanzó a la carretera, dispuesto a hacer que Joane tuviese un buen día. Lamentablemente, hay cosas que escapan a nuestro control sin que podamos evitarlo. 

Al girar la curva, vio de reojo que un vehículo se lanzaba a toda velocidad contra la moto. Todo ocurrió en cuestión de segundos. La moto fue embestida y arrollada y Mario salió despedido, cayendo de cara sobre la carretera. Dio varias vueltas antes de quedar tendido en el suelo. La moto estaba destrozada en la cuneta y, antes de perder el conocimiento, el chico pudo ver como aquel coche negro desaparecía en el horizonte. 

 

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