capitana Owen

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Mark dejó la botella vacía sobre el asiento de mala manera. Si no se hubiera bebido hasta la última gota, lo habría manchado todo. Estaba sentado en el coche con los ojos rojos y la boca invadida por un fuerte olor a whisky. El pulso le temblaba y aunque estaba callado, notaba el nudo en la garganta. De haber hablado, su voz habría sonado ronca y rota, igual de rota que él. Miró hacia su propia casa. Las luces se habían apagado hacía ya bastante rato. No estaba dispuesto a que Jack lo viese en aquel estado, por eso había estado esperando en el coche a que el chico se fuese a dormir, pero había tardado mucho. Jack se tomaba muy seriamente lo de esperar despierto a que su novio volviese a casa, Mark había podido comprobarlo aquella noche. Había bebido muchísimo y, sin embargo, fue capaz de entrar en la casa con cuidado, procurando no hacer ruido. Ni siquiera se duchó. Se fue quitando la ropa a medida que se dirigía tambaleándose hacia la cama. Retiró las sábanas y se tumbó en silencio, respirando profundamente. Jack captó el olor a whisky desde su lado de la cama y se giró para abrazarlo, pero aquella vez Mark no se dio la vuelta para devolverle el abrazo. Se quedó en aquella posición. A pesar de ese gesto, Jack permaneció abrazado a él, con el rostro hundido en su espalda y los dedos ocupados acariciando su vientre. Y así fue como amanecieron y como cualquier persona podría suponer, Mark no se despertó hasta bien tarde, y lo hizo con muy mal humor. No obstante, los detalles que Jack había tenido le ayudaron a relajarse. Le había preparado el baño para que sólo tuviese que entrar en la ducha, le había dejado preparado el desayuno y las llaves, la cartera y el teléfono en el mueble de la entrada. Sólo tenía que vestirse. También encontró en su teléfono móvil un mensaje de voz del chico, dándole los buenos días y el mejor de sus ánimos para empezar con su rutina cotidiana. Mark decidió respirar profundamente antes de salir de su casa para coger el coche y dirigirse a comisaría. Jack tenía toda la razón, estar mal no ayudaría a John. Trabajar sí. 

La cosa cambió en cuanto llegó a su puesto de trabajo. Muchos lo miraban indecisos, era visible que el accidente de John le había afectado mucho más que a cualquier otra persona de aquella comisaría, pero había algo más. Olivia también lo miraba con tristeza, pero a diferencia de los demás, estaba obligada a darle una mala noticia. La mujer esperó a que el vestuario se quedara vacío. Mark no era idiota, sabía que algo tenía que decirle, pero intentó recordar los detalles de Jack y mantener la calma. Mientras se ponía la camisa del uniforme, se giró hacia su compañera con una sonrisa forzada. 

— Si querías verme desnudo, podrías haber preguntado, Oli. No hacía falta tanto misterio. 

— Sigo practicando el lesbianismo, Mark, no entras dentro de mis gustos —bromeó ella con otra sonrisa igualmente forzada—. Verás, hay algo que debes saber, pero conociéndote irás directamente a hablar con Owen. Tienes esta carta. 

Mark tomó el documento y vio que Olivia se daba la vuelta para marcharse.

— Si me necesitas para cualquier cosa, ya sabes dónde estoy. 

Mark no respondió a su compañera. Se apoyó en las taquillas mientras rompía el sobre que envolvía el documento, firmado por Owen. La capitana Owen era demasiado rígida en muchas ocasiones, pero Mark no había tenido una mala relación con ella, más bien al revés, la consideraba una mujer muy compatible con el cargo que desempeñaba como autoridad de la comisaría. Por eso Mark fue incapaz de comprender por qué quería apartarlo del trabajo por unos días. Owen mejor que nadie en aquel lugar debía comprender lo necesario que era para él trabajar en aquellas circunstancias. Se levantó más enfurecido de lo que creía y caminó con energía hasta el despacho de la capitana, entrando sin llamar. Ella, que estaba al teléfono, resopló y se despidió para atenderlo. Se levantó de su asiento y se acercó al policía, haciéndole un gesto para que se sentase. Después cerró la puerta detrás de él. Mark comprendió que estaba perdiendo los nervios y aprovechó los pocos segundos que su superior tardó en volverse a sentar para respirar y tranquilizarse.

— Sabía que dártelo por escrito no serviría de nada, pero a veces se me olvida quién eres.

— ¿Qué mierda es esto?

— Eh, relájate. Primero, no me llames de esa forma como si estuviéramos echando unas birras. Segundo, estás personalmente involucrado con John y necesitas descansar. Tercero, es mi decisión, no se admiten réplicas.

— ¿Pero qué he hecho? Sólo quiero trabajar como siempre.

— Mark, no me llaman Capitana Owen como apodo, ¿entiendes? Te estoy diciendo que te doy unos días libres, no que te esté despidiendo. Considero que lo mejor para esta comisaría y para ti mismo es que te vayas a casa a descansar. 

— Pero Owen, yo necesito trabajar. No puedo quedarme en casa solo bebiendo whisky.

— Creía que tenías pareja. Aparte, ¿desde cuando rechazas el whisky? ¿Te das cuenta de lo mal que estás?

Mark estaba al límite. Respiraba con dificultad y tenía la cara enrojecida. Antes de darse cuenta, las lágrimas habían comenzado a estrellarse contra el suelo del despacho. Samantha era una mujer fría y autoritaria, era perfecta como capitana de la comisaría de Gullyshore, pero también era una persona y llevaba mucho tiempo trabajando con Mark. Verlo llorar así le traía recuerdos de una época pasada y era doloroso, pero como jefa estaba comprometida a proteger a todos sus policías. No podía permitir que Mark trabajase. Si tenía que sincerarse con él, lo haría.

— Hagamos un pacto. Yo soy sincera contigo y tú acatas las órdenes que se te den, sin cuestionarlas. 

Mark asintió, secándose las mejillas humedecidas.

— Mark, quiero tu palabra, joder. Lo que voy a contarte es confidencial. 

— Tiene mi palabra, Capitana.

— Está bien. Personalmente considero que te vendría bien desconectar y pasar tiempo con tu pareja, alejado de todo esto. Pero hay algo más. La revisión del coche patrulla revela que el accidente de John podría no haber sido un accidente.

— ¿Qué quieres decir?

— Había explosivos bajo el coche. Al detonar, los neumáticos reventaron y John perdió el control del vehículo. No fue un accidente, Mark.

— ¿Qué estás diciendo? ¿Por qué querrían hacerle daño a John?

— Mark, piensa. John no era quien tenía que estar en ese coche. Eras tú. Fuese quien fuese, iba a por ti. 

 

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