reina del pop

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Las cosas cambian. A veces lo percibimos, a veces lo ignoramos. Pero el cambio permanece, todo es un cambio constante. En el momento en que Jack abrió los ojos pudo comprenderlo. Había estado anteriormente allí, pero en otras circunstancias, a pesar de que no hacía ni una semana que había pisado aquel suelo. La casa de Mark era completamente distinta a la suya, pero el sueldo de un policía es radicalmente distinto al de un auxiliar de cocina en una hamburguesería de mala muerte. Para empezar se encontraba fuera del centro de Gullyshore, en una zona que llamaban Fortside y que quedaba a las afueras de la ciudad, en unas colinas. Los bloques de pisos de Fortside eran anchos y bajos, no como los que había en el núcleo urbano, porque los apartamentos de Fortside eran más lujosos y espaciosos y por lo general había menos habitantes por bloque. La casa de Mark seguía siendo un desastre, aunque desde que Jack la había visitado había cambiado algo. Podía distinguirse el dormitorio como una zona apartada del resto de la vivienda, alzada a media altura y con unas escaleras de hierro como único acceso. El resto de la casa era un todo unificado. Cocina, salón, terraza y obviamente un baño, el único área de la casa que tenía paredes y puerta. Era un piso bonito, mucho más que el que Jack había dejado atrás, la casa con la que él siempre había soñado. El suelo era de parqué, las paredes de ladrillo, las ventanas eran grandes y con alféizar, para poder sentarse allí a desayunar. Pero lo mejor de la casa era su propietario, sin lugar a dudas. 

Mark estaba dormido todavía. Una mudanza exprés después de un día de trabajo no era el plan más recomendable, pero Jack no le había oído quejarse ni una sola vez, es más, lo había visto ilusionado. Dormía boca arriba y en ropa interior, con las sábanas revueltas a la atura de su ombligo. Jack lo miraba con ternura. Era la primera vez que lo veía así, pues las veces anteriores en que había dormido en aquella casa siempre había sido Mark el que se despertaba primero. Aquella mañana todo era diferente. Ni Mark tenía que irse a trabajar ni Jack tenía piso al que regresar. Aquel era su hogar ahora. Mark era su hogar. El policía debía estar muy cansado porque pasó un buen rato hasta que se despertó, no por voluntad propia precisamente. Fue aquel olor extraño el que le hizo abrir los ojos. Miró a su derecha para ver si Jack seguía allí. Bajó las escaleras en ropa interior, al encuentro del chico. No le sorprendió que aquel delicioso olor y Jack estuviesen relacionados. Mark no cocinaba nunca, aunque sabía hacerlo. Probablemente era la primera vez que en aquella casa olía tanto a comida. Mark observó al chico desde la escalera, con aquella sudadera y esas piernas pálidas y Ariana Grande haciéndole compañía. Jack actuaba como si estuviese en un videoclip o en uno de esos conciertos de divas. Daba brincos por la cocina y movía las caderas mientras se aseguraba de tenerlo todo bajo control. Las encimeras estaban llenas como nunca antes lo habían estado y el olor que desprendía lo que el chico estaba cocinando hacía que el estómago de Mark rugiese. De pronto, el cocinero soltó un pequeño grito de euforia y Mark tuvo que reprimir su risa para que el chico no lo descubriese. Sonaba una nueva canción, una que el policía no había escuchado antes, una en español. Jack sí la había escuchado y no una sola vez. Se había motivado más y cantaba un poco más alto, dando giros y en general siendo lo que era, una diva sin nombre y un montón de ilusión. 

Jack se giró al escuchar los aplausos, con el corazón a punto de salirse de su sitio y una sensación creciente de ridículo tomando el control de su cerebro. Mark estaba sentado en la escalera con una sonrisa tan grande que se veían todos sus dientes. 

— Voy a tener que vigilarte de cerca —dijo caminando hacia la cocina—.

— ¿Por qué? —respondió Jack con un hilito de voz, avergonzado por completo—. 

— Cuando Elizabeth II sepa que en mi casa hay una reina mejor que ella, se va a sentir amenazada, pero aquí estaré para protegerte. 

Jack se rio ante aquel comentario, dejando que Mark lo envolviese con sus brazos. Sus besos le producían pequeños escalofríos, todavía se estaba acostumbrando a aquella nueva vida junto a él. No se había fijado que el hombre iba en ropa interior, aun se sentía algo avergonzado por haber sido descubierto. Le pasaba muy a menudo, como a cualquier otra persona. La música le daba confianza, le hacía sentir seguro, intocable, poderoso. La música le daba libertad. Tenía que acostumbrarse a que Mark estuviera todo el tiempo a su alrededor, ya no vivía solo, pero la reacción que había tenido el policía le había sorprendido. Se dio cuenta en aquel momento de que Mark no había visto nada malo en que bailase y cantase mientras cocinaba, mientras que él si se sentía muy avergonzado. ¿Por qué sentirse así si sólo estaba bailando?

— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Mark apretando a Jack entre sus brazos—.  

— Quería hacerte algo especial para comer, por lo de anoche.

— ¿Qué pasó anoche? ¿Me hiciste algo mientras dormía?

— Claro que no —respondió el chico, apartándose del hombre—. Me refería a la mudanza. Eres un pervertido.

El estómago de Mark rugió con fuerza.

— Soy un pervertido hambriento.

Comieron en la terraza. Jack lo había preparado todo y a pesar de que la terraza no era muy grande, el chico la había convertido en un rincón precioso. Había varios manteles en el suelo y almohadones por los costados. También había velas aromáticas y dos bandejas. La forma cuadrada de la terraza era perfecta para Jack. A través de los cristales de la barandilla podía verse Fortside y algo más lejos una enorme mancha de edificios rodeada de árboles por un lado y del mar azul por el otro. Gullyshore parecía una ciudad completamente distinta desde allí. El guiso de patatas y carne de Jack no sólo olía delicioso, su sabor era increíble bajo el punto de vista de alguien que sólo come comida rápida. Mark no dejó ni las sobras. Normalmente comía fuera o pedía comida a domicilio, Jack lo había comprobado por el estado de las ollas y las cacerolas, que no se habían usado antes. 

— Podría acostumbrarme a esto, qué bien he comido... —comentó Mark estirándose—. ¿Qué tipo de carne era?

— Mark, ¿recuerdas que soy vegetariano?

El hombre puso los ojos en blanco, comprendiendo que lo que acababa de engullir no era carne.

— No era veneno —bromeó Jack—, sólo era seitán. Para matarte sólo tengo que esperar, es suficiente con todo el alcohol que te metes en el cuerpo, Agente Whisky. 

Mark rió, tumbándose en el suelo, mientras Jack llevaba los platos a la cocina. Jack lo encontró dormido boca arriba, con los brazos bajo la nuca. Admiraba que pudiese quedarse dormido con esa facilidad. Se tumbó a su lado y lo abrazó, apoyando la cabeza en su pecho. Poco después él también se había dormido. 

 

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