encrucijada

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Mark llegó muy cansado y con muchas ganas de ducharse y acostarse, pero en lugar de eso se quitó la ropa y se fue a comer algo. Se había acostumbrado a la comida de Jack y había notado el cambio en su dieta y sus hábitos alimenticios, aunque todavía echaba de menos la comida basura que lo había mantenido vivo durante años. Se tumbó en el sofá a ver la televisión, esperando a que fuese la hora de ir a buscar a Jack a la hamburguesería. El chico insistía en que podía caminar, pero ya no vivía en la ciudad y a Mark jamás se le habría pasado por la cabeza dejar que volviese a casa solo y andando a aquellas horas. Por más agotado que estuviese, el hombre quería ir a buscar a su novio. Las cosas habían cambiado una semana después de la trágica tarde en que Abigail volvió con sus padres, incluso cuando actuaban como si todo siguiese siendo como antes. Afortunadamente, no todo había cambiado para mal. Mark, Jack, Joane y Mario se habían convertido en un grupo más unido, al principio por apoyar a la chica pero las cosas en común habían acabado por acercarlos. Era la primera vez que Jack y Joane tenían un grupo de amigos de aquel tipo, esa clase de amigos que salen a cenar y se ven a diario en casa de alguien. Se sentía bien, sobre todo porque Joane necesitaba más cariño que nunca. 

El teléfono de Mark comenzó a vibrar. Los mensajes de Jack asomaron por la pantalla. El hombre dio un salto, se puso el pantalón de chándal y bajó corriendo al coche. Conocía a su novio demasiado bien. Si no recibía una respuesta suya en cuestión de segundos, Jack iniciaría el camino de regreso a casa por su cuenta, no pensaba llamarlo ni insistir, aun cuando Mark le había pedido que lo hiciese. El hombre encontró a Jack cruzando la calle, alejándose ya de la hamburguesería, y acercó el coche despacio parándose justo al lado. Jack se detuvo para mirarlo desde la acera.  

— ¿En serio has venido así?

Mark se miró a sí mismo, como si no tuviese nada de extraño que fuese a buscar a su novio únicamente con el pantalón de chándal. Jack abrió la puerta y se subió, riéndose. 

— Pareces uno de esos delincuentes a los que atrapas. 

— No los atrapo a todos —dijo el policía, besando a su pareja en el cuello—, a ti no te detendría nunca.

— Es que yo no cometo ningún acto delictivo, Agente Whisky. 

— ¿Cómo que no? Me has robado el corazón, Jackie. 

— Menuda gilipollez.  

El chico comenzó a reírse de aquella estupidez sin ser consciente de lo rojas que se habían vuelto sus mejillas. El coche avanzó por la ciudad. Las calles estaban desiertas y el único ruido que se escuchaba eran el del propio vehículo avanzando por la carretera. Ambos estaban cansados, no tenían demasiadas ganas de hablar. Al llegar a casa fue más evidente. Jack dejó su mochila en el sofá y fue hacia el baño mientras Mark se quitaba el pantalón nuevamente, tirándolo sin mirar dónde. Se ducharon juntos, pero sin ninguna intención sexual oculta. La pareja salió y se secó mutuamente, improvisando besos y caricias, y poco después ya estaban en la cama, abrazados. Jack notaba a Mark muy cansado, más que de costumbre, por eso le hacía caricias en la cabeza, jugando con su cabello. Parecía que el hombre fuese a dormirse en cualquier momento, pero no fue así.

— ¿Eres feliz?

Jack se quedó mirando a su novio. Su mano se detuvo y sus ojos parpadearon varias veces ante aquella pregunta inesperada.

— ¿Qué clase de pregunta es esa?

— Sólo quiero saber si eres feliz aquí.

Mark había abierto los ojos y miraba fijamente a los de Jack. El chico sintió algo en su interior, le conmovió aquella pregunta pero no acababa de comprender por qué le estaba preguntando aquello en aquel momento.

— Soy muy feliz —le respondió sin esconder su asombro—. ¿Y tú?

— Soy el hombre más feliz del mundo.

Jack sonrió. Mark volvió a cerrar los ojos y apretó a su novio contra él, exigiendo con ese gesto más mimos que a Jack no le costó darle. No tardó nada en quedarse dormido bajo los ojos vigilantes del chico. Mark era sensible bajo aquella máscara de indiferencia y a Jack le encantaba aquel contraste entre el hombre canónico, fuerte y duro, y el hombre que Mark era realmente, uno tranquilo, sencillo y cariñoso. Se descubrió a sí mismo en aquel dormitorio y no pudo evitar pensar en su antiguo piso, aquel ático diminuto que había sido su refugio durante aquellos últimos años. Jamás se habría esperado que su vida fuese a cambiar a aquellos niveles cuando aquel hombre entró en Aira's de madrugada. Reprimió su risa al recordar que le había levantado el dedo corazón en aquel primer encuentro, echándose hacia atrás para intentar dormirse. Siempre era él el que tardaba en cerrar los ojos, seguramente porque su mente tenía demasiadas cosas en las que pensar. Se tumbó sobre su costado con la cabeza apoyada sobre su brazo. Ver a Mark dormir era relajante, pero podía tirarse horas despierto sin hacer nada, esperando a que el sueño lo alcanzase mientras observaba con detenimiento a su novio. Era precioso. Su cara, su piel y su pelo eran perfectos, a Jack le gustaba incluso aquella barba descuidada de un par de días. Mark era un hombre muy atractivo y a pesar de eso y de lo mucho que había avanzado su relación, todavía no habían tenido sexo, al menos no bajo la idea que Jack tenía de lo que era una relación sexual. Lo peor de todo era que Mark no presionaba nunca a Jack, sino que era él quien se presionaba a sí mismo. 

Jack se había preocupado por ese asunto desde la noche en que estuvieron a punto de hacerlo en el coche patrulla, pero las últimas semanas se había obsesionado. Habían tenido momentos muy calientes en los que Jack había llegado a situaciones que no había experimentado antes, pero siempre acababa por agobiarse y lo zanjaba todo de golpe. No sabía qué era lo que le impedía avanzar en ese sentido y, aun cuando Mark nunca había protestado por eso, el chico comenzaba a tener miedo de que eso estropease lo que estaban construyendo. Quería estar con Mark, de eso no había duda alguna, pero no era capaz de tener una relación sexual convencional, siempre tenía que estropearlo. No sabía hasta qué punto Mark sería comprensivo y Jack se sentía atrapado en una encrucijada muy extraña, pues a pesar de querer tener sexo, no era capaz de llegar hasta el punto que él creía que tenía que alcanzar. En otras circunstancias lo habría hablado con Joane, pero con lo que había pasado la semana pasada, su amiga no pasaba por el mejor momento y molestarla con un tema así era algo que ni siquiera se planteaba. No era un problema realmente, Mark era ajeno a todos esos pensamientos, Jack se agobiaba a sí mismo. Por eso prefería dejar todo eso en su cabeza para no incordiar a nadie y a menudo se iba a dormir con esas ideas en la cabeza. El problema de su estrategia era que todo eso se convertía en un monstruo cada vez más grande y amenazante. Nuestra mente nos acompaña las veinticuatro horas del día, no es el lugar más indicado para dejar pensamientos que nos hacen daño. El chico no era consciente de eso todavía y como nos suele a pasar a la gran mayoría, no sería consciente hasta que viese las consecuencias. No obstante, en aquella cama en la que Mark dormía tan profundamente, a Jack le parecía una quimera que algo pudiese torcerse. 

 

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