Prólogo: el primer encuentro

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Para Mark era complicado aceptar que era un alcohólico. Pero también le costaba aceptar que su novia estaba muerta y ya llevaba tres años visitándola en el cementerio de Gullyshore. Su vida era un desastre, al menos desde su perspectiva. La relación con su familia era complicada, su inestabilidad emocional apenas le permitía irse a dormir cada noche sin haber discutido como mínimo una vez al día. Sus amigos ya no eran sus amigos, sólo el bueno de John seguía preocupándose algo por él. Mark se dedicaba a trabajar. Era lo único que seguía motivándolo, aunque su profesión no fuese precisamente fácil. Era un buen policía, casi todos sus compañeros y compañeras le tenían aprecio. Lo llamaban el Agente Whisky. A Mark no le molestaba en absoluto. Después de su rolex, el whisky era su cosa favorita en el mundo. Sé lo que estaréis pensando. Pobre Mark... Durante veintinueve años había sido el hombre más feliz del mundo, el típico tío que no destacaba en absolutamente nada pero al que todo le iba bien. Pero desde la muerte de Marie todo se había venido abajo, no había vuelto a ser el mismo. 

Miró en Internet si había algo abierto. No era necesario realmente, cualquiera sabe que a las tres de la madrugada no hay locales a los que ir a comer, pero Mark tenía el estómago vacío y los nervios le impedían dormir. Tuvo suerte. Salió de su casa con el pantalón del pijama que llevaba usando ya varias semanas y se subió en su coche. Sólo había un local en toda la ciudad al que pudiese ir, al menos según Google. Aira's. Cerraban pronto, así que pisó el acelerador con ansia y siguió las indicaciones de su teléfono móvil. Entre las casas más bajas podía verse el enorme poste de neón, el típico cartel cutre de local de mala muerte que aspira a que no lo cierren por serias infracciones contra la salud pública. Mark ya había oído hablar de esa hamburguesería, todo el mundo en Gullyshore había comido allí. Era barato y aunque la comida era similar a la basura que podía encontrarse en cualquier contenedor, lo barato siempre es popular. Mark llegó al aparcamiento. No había nadie salvo cuatro o cinco cucarachas intentando esconderse ante la presencia del humano. Pasó por el servicio de auto, esperando a que alguien le atendiese. Bajó su ventanilla, pero nadie dijo nada. Después de esperar varios minutos supo que nadie le atendería, así que aparcó y bajó del vehículo, maldiciendo en voz baja. Abrió la puerta del local. No vio a nadie, pero sí oyó los gritos en la cocina. Una mujer y un hombre discutían, probablemente un chico joven, por su tono de voz. Localizó una campanilla en el mostrador, así que se acercó y la hizo sonar. Las voces desaparecieron al instante y segundos después apareció una mujer rechoncha y sudorosa con una cara de simpática más falsa que las plantas de plástico que decoraban el local.

Mark salió a esperar su comida. La mujer se había disculpado por hacerlo entrar, así que no le iba a cobrar por la bebida y los complementos, sólo le cobraría la hamburguesa. Estuvo varios minutos mirando a la nada antes de escuchar que alguien lo llamaba. Se levantó de la acera y se giró para encontrarse cara a cara con un chico que le ofrecía una grasienta bolsa de papel que olía a gloria.

— Muchas gracias.

El chico lo miró de pies a cabeza con una mueca de disgusto en su cara.

— Púdrete.

— ¿Disculpa?

El chico se giró, dándole la espalda, y se dispuso a entrar en el local.

— No me extraña que te echen la bronca —le gritó Mark—. Eres un niñato maleducado.

El chico, ya dentro del local, se giró sonriendo hacia el hombre, levantando su dedo corazón con una gracia sorprendente. Para su propia sorpresa, Mark no se enfadó. Se alejó hacia su coche sonriendo, ignorando que aquel encuentro cambiaría su vida por completo. 

 

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