kanagawa

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Joane era intuitiva y risueña, pero siempre estaba alerta y era desconfiada por naturaleza, especialmente en lo que concernía al género masculino. El restaurante en el que habían quedado era bastante famoso en Gullyshore, porque era quizás el restaurante de comida japonesa más importante de aquella pequeña ciudad, pero también porque estaba muy bien decorado y todo el mundo se arreglaba mucho para ir. Podría decirse que el Kanagawa era el restaurante de moda entre los amantes de la gastronomía japonesa en Gullyshore. Joane estaba apoyada en la pared del edificio, con el cabello a un lado y un cigarrillo entre los labios. Odiaba esperar porque no le gustaba estar sola en la calle sin nada que hacer, pero no podía enfadarse con el chico que se acercaba con el casco de su moto en las manos. Se debatía entre si lo más sensual de Mario era su piel morena o que por su cuello asomase la parte de un tatuaje que debía ser mucho más grande, pero que permanecía oculto bajo su camiseta. Su forma de andar, la altura y la anchura de su espalda eran otras de las muchas cualidades que habían gustado a Joane, que disimulaba su interés poniendo mala cara. El chico se plantó frente a ella, sonriendo, y la saludó con la mano. No se había acercado demasiado, pero aún así ella se sentía nerviosa. Hacía muchísimo que no tenía una cita, pero tenía en mente que Mario le atraía mucho. Era su fantasía hecha realidad. 

El interior del restaurante era inmejorable. Las paredes y el suelo imitaban las casas tradicionales japonesas y las puertas eran correderas, aunque en algunos casos no había puertas para facilitar el trabajo a los camareros y las camareras. El barman los llevó hasta una mesa algo apartada, la única mesa para dos libre a aquellas horas. Mario se quitó la chaqueta de cuero y la dejó sobre el respaldo de su silla, habiendo dejado el casco en el suelo. Joane pudo fijarse en que sus músculos se marcaban bastante a través de la camiseta, aunque no eran demasiado abultados. Él se había dado cuenta de las miradas analíticas que la chica le dirigía, pero la velocidad mental de ella era increíblemente superior a la suya. Lástima que él no lo supiese.

— ¿Quieres que me acerque más y así puedes tocarme?

— La verdad es que no —respondió ella completamente seria—, preferiría que me dijeses de qué está hecha esa chaqueta que llevabas puesta. 

— Pues de cuero, ¿por qué? ¿Te gusta?

— Sí, me encantaba antes de saber que está hecha con la piel de un cadáver. No ha empezado la cena y ya estás perdiendo puntos. 

Mentía como una profesional. No le gustaba la ropa hecha con pieles, pero no iba a dejar de hablar con alguien sólo por vestir con cuero. Mario no parecía haber notado que mentía y aquello subía muchísimo el ánimo de Joane, porque así no tenía que admitir que no podía quitarle los ojos de encima. Pidieron con rapidez. Mario solía ir bastante al Kanagawa, sabía exactamente lo que quería, y Joane no era precisamente muy fanática de la comida japonesa, así que pidió lo que quería probar y podía permitirse. Chico y chica se miraban a los ojos fijamente, sonriendo, sin saber muy bien qué pensaba el otro pero aún así sosteniéndose las miradas. Ella se habría enfadado de haber sabido que él estaba pensando en sus pechos y él se habría sorprendido también, porque no podía imaginarse que ella estaba pensando en el tatuaje que se escondía debajo de su camiseta. Como era español, Mario no pronunciaba correctamente todas las palabras; más bien no pronunciaba bien ninguna, pero eso era increíblemente sexy a ojos de Joane. Cuando el chico no encontraba la palabra que quería decir y se quedaba en silencio, ella sonreía casi sin darse cuenta. 

— Oye, ¿es verdad que en España coméis a las tres de la tarde? 

— Pues depende de a quién preguntes —rio Mario—, pero sí, en España tenemos un horario algo diferente. 

— Estáis todos locos ahí —bromeó ella—.

— Eh, que los ingleses también tenéis algunas cosas que se escapan de lo normal. Sois unos alcohólicos. 

Joane no pudo evitar reírse. No iba a protestar por algo que era cierto, pero tenía que matizar aquello. Siempre era algo incómodo que la llamasen inglesa cuando ella no se sentía así en absoluto.

— Me llamo Joane y he nacido aquí, igual que mis padres, pero no me considero inglesa. No me han hecho sentir así nunca. Mi familia es judía.

Mario empezó a toser, habiéndose atragantado con la Coca-Cola. Joane no supo muy bien cómo tomarse aquella reacción, pero optó por sonreír. La mayoría de las veces en las que sonreía era porque estaba analizando algo en su cabeza. 

— No habría dicho nunca que eres judía. 

— No te he dicho que lo sea, he dicho que mi familia lo es. 

Mario asintió, algo incómodo. Afortunadamente llegó una camarera con los platos, con lo que aquel silencio tan agobiante se interrumpió. El olor a sopa miso inundó la escena y Joane empezó a cenar, saboreando esa sopa, uno de los pocos platos japoneses que verdaderamente disfrutaba. Mario cogió la mano derecha de la chica sin previo aviso. La otra, que transportaba la cuchara hacia la boca, se detuvo ante la seriedad con la que el chico miraba a Joane. Estaba completamente anonadada por aquel comportamiento.

— Perdona, he sido un bocazas. No tiene nada que ver que vengas de una familia judía o no para ser como eres. Por favor, disculpa mi comentario.

La chica dejó la cuchara en el plato nuevamente, sin haberse tomado su contenido. Sus carcajadas se oían por toda la sala, pero Joane no podía evitarlo. Un hombre disculpándose por ser un bocazas sí era algo inusual para ella. Después de ese momento, la cita sólo fue a mejor. Mario era gracioso, es muy probable que de haber hablado un inglés más fluido lo hubiese sido más aún. Le había contado muchas cosas sobre España, sobre la vida que había llevado allí, cosa que Jack no solía hacer. Por la forma en la que Mario hablaba de su país, España parecía un paraíso, nada comparado a lo que se imaginaba a partir de las pocas cosas que Jack le había explicado. Joane le había contado un par de cosas sobre ella a Mario, como por ejemplo que su mayor sueño era montar un estudio de tatuajes independiente o que quería ser socia de un santuario de animales. Ella no podría saber jamás la buena impresión que le había causado al chico, porque su teléfono móvil empezó a sonar y tuvo que marcharse. Ella se quedó algo preocupada, pero él no le había dicho nada, sólo se disculpó y dejó billetes sobre la mesa para salir corriendo a continuación. Joane se acabó el helado de vainilla que estaba comiendo y después se fijó en los billetes que había dejado Mario casi sin mirar. Era casi cuatro veces lo que tenían que pagar. Obviamente pagó con ese dinero y se guardó el resto, pero dado que la cita ya había acabado, volvió a sentarse. Antes de volver a casa, tenía derecho a comerse un segundo helado de vainilla, probablemente la cosa más deliciosa que Joane hubiese probado jamás. Y mientras lo hacía, sacó su teléfono móvil para contarle a su amigo lo bien que había salido la cita. 

 

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