lágrimas

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El local se había llenado en cuestión de pocos minutos. Era algo habitual los viernes por la noche, pero Jack habría jurado que estaba incluso más lleno de lo habitual. Por un momento había pensado en irse a la cocina a holgazanear y hablar con sus compañeras, pero la cantidad de trabajo que estaba habiendo aquella noche era increíble. Era un día demasiado ajetreado incluso para ser viernes y eso lo percibía todo el mundo. Sus compañeras y compañeros estaban tensos, malhumorados y quizás incluso algo tristes. Cada quien soportaba el estrés como podía. Alguno cantando, otros bromeando y otros gritándose. 

A medida que la noche avanzó, el local se fue vaciando y los pocos clientes que quedaban estaban sentados en sus mesas, habían sido atendidos y no daban trabajo. Jack y el resto de la plantilla de Aira's se habían ido animando. En la cocina se escuchaban las canciones de Ariana Grande que su compañera había puesto por él, que canturreaba en voz baja limpiando y poniendo orden en la sala. Pero el trabajo no se había acabado todavía. Dos chicos esperaban en el mostrador, así que Jack fue hacia allí para atenderles. Uno de ellos, el más alto, tenía los brazos cruzados y la mirada perdida en el cartel donde estaban las ofertas del local. El otro, algo más bajo y rechoncho, tenía los ojos puestos en Jack. Cuando el chico les preguntó qué querían comer, se miraron entre ellos y empezaron a reírse. Jack puso los ojos en blanco y suspiró, intentando llenarse de paciencia. Sabía qué tipo de personas eran las que tenía enfrente, así que no quiso darle más importancia a lo que estaba pasando. Había tratado con clientes homófobos antes, así que sólo se dispuso a acabar rápido con ellos para poder seguir haciendo su trabajo. Volvió a preguntar qué querían comer y el chico alto le preguntó si no había otra persona que los pudiera atender. Jack parpadeó, confundido. No acababa de entender la pregunta, pero tampoco tenía ningún motivo por el que no pudiese contestar, así que simplemente les dijo que no y volvió a preguntarle qué deseaban pedir. El chico alto dejó de sonreír y puso sus manos sobre el mostrador, apoyándose en un gesto desafiante. Jack lo miró, frunciendo el ceño. El chico acercó ligeramente su cabeza hacia Jack, agachándose un poco, y lo miró de arriba abajo con una mirada despectiva.

— No me gusta hablar con maricones.

No dijo nada. Se sentía algo nervioso porque la actitud de aquel chico iba más allá de lo que había visto antes, pero no quería demostrarlo. Simplemente se quedó allí de pie, mirándolo fijamente sin ninguna expresión en su cara, y volvió a repetir la pregunta. El chico sonrió molesto.

— Te he dicho que no me gusta hablar con maricones —repitió alzando la voz—.

Se hizo un silencio total en la sala y algunos clientes se giraron hacia el mostrador. En la cocina, la música de Ariana Grande había dejado de sonar. Jack respiró profundamente, completamente superado por la situación, y se dio media vuelta para ir a buscar a su jefa, para que les atendiese ella. Rose salió hecha un basilisco cuando escuchó lo que Jack le contó. Le dijo que se tomase unos minutos para relajarse y Jack no discutió. Necesitaba fumar. Salió por la puerta de atrás y se sentó en la acera, pero no encendió ningún cigarrillo. Apretó las rodillas contra su pecho y se echó a llorar. Aquella había sido con diferencia la peor experiencia que había vivido desde que entrase a trabajar en Aira's. Para su desgracia, todavía no había acabado. 

La puerta de los clientes, a poco más de dos metros, se abrió de mala manera y los dos chicos abandonaron el local. No fue difícil que vieran al chico sentado en la acera. Jack supo que se había equivocado al salir a la calle cuando se acercaron a él corriendo y lo levantaron a empujones. El chico más alto lo tenía cogido por el cuello y tenía su cara a dos centímetros de la suya.

— Así que la nena sale a llorar a la calle —le susurró en la oreja—. Por eso no me gustáis los maricones. Sólo sabéis llorar. 

Jack cayó de espaldas al suelo después de que el chico lo empujase. El chico empezó a darle patadas en el estómago mientras su amigo lo animaba. El dolor que sentía Jack llegaba hasta su garganta y le provocaba un horrible nudo, quizás porque no podía dejar de llorar, y cada vez se le hacía más díficil respirar. Entonces dejó de sentir los golpes en su estómago y sus ojos se abrieron para encontrarse con la última persona a la que esperaba ver en aquella situación. Unas luces rojas y azules salpicaban la pared del local y aunque Jack apenas podía moverse por el dolor, pudo ver con claridad como un agente de policía se llevaba a aquellos dos chicos esposados. Cerró las puertas del coche y echó a correr hacia él, apartando a algunos de sus compañeros de trabajo, que habían salido a ver qué sucedía. Jack sintió que lo agarraba con fuerza y lo incorporaba, apoyándole la espalda con cuidado contra su pecho y asegurándose de que no tuviese lesiones graves.  

JACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora