miradas

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— No pasa nada, tío. Los ojos están para eso. 

— Por enésima vez, John, cállate. No estaba mirándole el culo y no vamos a hablar de ello nunca. 

El coche patrulla avanzaba por la carretera, rumbo a comisaría, con un ambiente algo tenso en su interior. Mark mantenía su mirada en la carretera, mientras John revisaba su teléfono móvil. Hablaba con Sophie, la chica con la que recientemente había iniciado una relación. Ella quería salir a cenar aquella noche y John miró a su amigo, que mantenía una actitud bastante fría. Estaba enfadado. John suspiró, molesto. En la academia de policía siempre fue el chico rubio y delgado con el que todos se metían, nadie quería nunca trabajar con él, su único amigo había sido Mark, y gracias a él había conservado ánimos suficientes para intentar entrar en la brigada municipal después de haber fracasado varias veces. John quería a su amigo y sabía que a veces podía ser fastidioso, porque siempre estaba haciendo bromas, pero no siempre eran de buen gusto. 

— Oye tío, lo siento. A veces me pongo pesado.

Mark se giró para mirar a su compañero.  No respondió, estaba demasiado molesto y seguramente habría dicho algo que realmente no pensaba. El rubio lo conocía bien, supo que era mejor no insistir. Entraron en la comisaría y fueron a los vestidores. John acabó enseguida, cerró su taquilla con llave y se giró a mirar a su amigo antes de marcharse. Parecía decaído, pero su broma no había sido para tanto. Volvió a insistir. No quería dejar a su amigo solo viéndolo tan triste, pero tampoco podía obligarlo a ir con él. Mark le sonrió con esfuerzo, rechazando de nuevo su invitación. Cuando John se marchó, Mark estaba sentado en el banco, con la camiseta en sus manos. Sólo tenía que ponérsela para poder irse a su casa, pero no tenía ganas de hacerlo. ¿Adónde iba a ir? Odiaba su piso, era una pocilga y olía a alcohol por todas partes. No sabía demasiado bien cuál era el motivo, pero su ánimo se había desplomado. No eran las bromas de John ni mucho menos. Estaba completamente acostumbrado a sus comentarios y además, no había mentido. Sí le había mirado el culo a aquel chico. Antes de las bromas de John ya había comenzado a sentirse así, triste, vacío... No sabía describirlo, pero apestaba. 

Había cerrado la taquilla y se estaba acomodando la camiseta cuando la recepcionista, su compañera Olivia, picó a la puerta del vestuario y se asomó. Al parecer alguien lo estaba buscando. Salió dispuesto a aceptar la invitación de John cuando lo vio allí sentado, utilizando su móvil. Llevaba una sudadera rosa, unos tejanos oscuros y un paraguas negro. No, no era John. Sin saber por qué, Mark se acercó al chico sonriendo hasta mostrar sus dientes blancos. Jack levantó sus ojos oscuros y se sacó una cartera de color negro exactamente igual que la que Mark tenía. El hombre se llevó las manos a la cabeza. No se había dado ni cuenta de que había perdido su cartera.

— Se te cayó en el piso de mi amiga —le comentó el chico, dándosela—.

— Muchísimas gracias, de verdad. ¿Has venido hasta aquí sólo por eso?

— Claro que no —se rió el chico—. Iba de camino a mi casa, pero llovía mucho así que me paré a comprar un paraguas. Por cierto, te faltan 21 libras. No te las pienso devolver.

— Tranquilo, de todas formas me hacía falta un paraguas.

— ¿Me lo vas a quitar? —se indignó Jack—. ¿Has visto cómo llueve?

— Tengo coche. Vamos.

Mark se despidió de Olivia y caminó hacia la puerta, pero Jack no se movió. No sabía si debía aceptar irse con él. Era policía, no iba a hacerle daño, además ya había tenido oportunidades de hacerlo. Lo que verdaderamente le molestaba era aquella actitud suya de aceptarlo todo con una sonrisa. Era imposible verlo enfadado, era un incordio para Jack. Lo peor era que en la última semana había coincidido con aquel hombre demasiadas veces, posiblemente porque Gullyshore era una ciudad pequeña, pero igualmente Jack consideraba que eran demasiadas veces para ser casualidad. El chico estaba en la puerta, mirando a través del cristal como el policía subía a su coche bajo aquella lluvia torrencial y le hacía gestos para que se diera prisa. Seguía dudando, pero el temporal no parecía que fuese a amainar y, habiéndose quedado sin paraguas, no tenía demasiadas opciones. 

El coche de Mark olía a una especie de mezcla entre alcohol y fragancia de lavanda. La lluvia caía con fuerza sobre el vehículo, que avanzaba por la carretera, y el sonido que producía era la banda sonora de aquel corto trayecto que a Jack le estaba resultando menos incómodo de lo esperado. Ante el silencio, Mark decidió encender su reproductor de música y la canción de Justin Timberlake comenzó a sonar de pronto, sobresaltando a su acompañante. El conductor no pudo evitar sonreír al escuchar a Jack cantando tan bajo que apenas podía oírse. Antes de que aquella canción acabase, el coche se detuvo frente al edificio en el que vivía Jack. El chico, que había estado cantando, no se había dado cuenta de que habían llegado y Mark, por una razón que no alcanzaba a comprender, no sabía cómo hablarle. Se quedó mirándolo, con las manos todavía en el volante y una sonrisa extraña en la cara, aunque él no percibía nada de eso. De pronto, Jack salió de su pequeño trance y se giró para despedirse. Miró a Mark bruscamente, sin entender demasiado bien por qué lo miraba de aquella forma. El hombre volvió su vista al frente, aferrándose al volante, pero su cara ya se había vuelto colorada por completo. El chico, todavía a su lado, arqueó una ceja. Se quitó el cinturón y suspiró. 

— Gracias —le dijo abriendo la puerta para bajar—.

— Espera, Jack. 

El chico lo miró con los ojos bien abiertos. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre. Ambos sabían el nombre del otro a aquellas alturas, pero ni siquiera eran amigos ni se veían por voluntad propia. No había necesidad de llamarse por sus respectivos nombres y no lo habían hecho, hasta aquel momento. Mark cogió el paraguas y se lo dio. Seguía lloviendo fuera, bastante fuerte, desde el coche hasta la puerta de su edificio se habría empapado. Jack cogió el paraguas, pero antes de bajar se quedó unos segundos mirando al hombre, que también lo miraba. Se miraban fijamente a los ojos. El chico cerró la puerta con fuerza, echando a correr hacia el portal sin abrir el paraguas. Mark no le quitó la mirada de encima hasta que desapareció en el interior del edificio. A través del cristal de la puerta, Jack no apartó la mirada del coche hasta que el vehículo desapareció por la carretera. Incluso después, se quedó mirando la calle vacía, sin saber por qué, y desapareció después escaleras arriba. Tras entrar en su casa, cerró la puerta y se quedó apoyado en ella, con la mirada perdida, pensando en qué acababa de suceder. Caminó despacio hacia la cama y se dejó caer, abrazándose a su cama. Miró su reflejo en el espejo y no pudo evitar sonreír.

— Eres gilipollas —le dijo a su reflejo sonriente—.

— Eres gilipollas —le dijo a su reflejo sonriente—

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