J.J

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El teléfono no dejaba de sonar. Al final ya había desistido, ni siquiera miraba la pantalla. Siempre era él. Cuando Joane se enfadaba, se enfadaba mucho. Se conocía bien y conocía su carácter impulsivo y su dificultad para pensar antes de hablar o actuar especialmente cuando estaba disgustada. Con los años había aprendido a controlarlo un poco, pero no pretendía engañarse a sí mismo. El control no significaba cambiarse a sí misma. Por ello prefería prevenir situaciones que después fuese a lamentar. Mario seguía insistiendo, así que ella había dejado el teléfono sobre la mesa mientras limpiaba, y únicamente percibía la vibración del aparato. La única cosa que lamentaba era haber descubierto cómo era realmente antes de tener sexo con él. Llegado aquel momento, no había marcha atrás, así que nunca sabría como era estar con él en la cama. No obstante, no quería volver a verlo, aunque Mario no era el único con el que estaba disgustada. Joane era incapaz de entender por qué Jack se había guardado algo así para él. De alguna manera parecía que no tenía confianza suficiente, cuando para la chica era lo más parecido a una familia que tenía en Gullyshore. ¿Por qué no había tenido confianza de decirle quién era Mario?

Su moto avanzaba rápida por la carretera, adelantando coches y otras motos por igual. El cabello de la chica volaba por el viento a pesar de llevar el casco puesto. No estaba siendo el mejor lunes de su vida y para colmo llegaba muy tarde a trabajar, algo impropio de ella. Joane siempre era puntual, al menos lo intentaba, y como mucho podía llegar unos cinco minutos tarde porque se había distraído con algo o porque no había calculado bien. Probablemente por eso se libró de una reprimenda cuando llegó a la biblioteca de la Universidad de Gullyshore, donde se puso directamente a trabajar. Varias pilas de libros se acumulaban en su carrito, al lado del mostrador. Su compañera la había castigado por el retraso. La chica estaba evaluando las estanterías en las que debía dejar cada libro cuando Mario la llamó. Al otro lado del mostrador, el chico la miraba afectado. 

— Por favor —le pidió con la voz ronca—, déjame explicarte.

— Yo no necesito que me expliques nada. Lárgate de aquí, déjame trabajar tranquila. 

— Joane, te he dicho que lo siento, ¿vale? Dame la oportunidad de explicarme, todo tiene un sentido. 

Joane dejó el libro que tenía en la mano sobre el mostrador, golpeándolo contra la madera y haciendo un ruido que se escuchó por toda la biblioteca. Cogió aire y cerró los ojos. No podía permitirse perder los nervios en su puesto de trabajo, mucho menos con alguien que formaba parte de la comunidad estudiantil. 

— Te lo voy a decir por última vez —le dijo seria y desafiante, mirándolo a los ojos—. Jack es mi familia. Si te metes con él, te metes conmigo. No me interesa nada más. ¿Vienes aquí creyendo que tienes motivos para justificar lo que hiciste? Tus motivos me importan una mierda. 

— Yo no le toqué, Joane.

— Eso ya me lo has dicho. Permitir que otros le tocasen me da más asco que pensar que le pegaste. Vete, tú y yo no tenemos nada de qué hablar. 

Mario se dio la vuelta, dándose por vencido. Ella siguió trajinando con los libros, viendo como el chico salía por la puerta con la cabeza baja, visiblemente decaído. Sólo cuando desapareció de su campo visual se permitió bajar las defensas. Se sentó en su silla y se llevó las manos a la cabeza, hundiendo su rostro en ellas. Tuvo que respirar profundamente para no romper a llorar allí mismo, pero Joane era una mujer fuerte, y fingía serlo incluso más de lo que ya era. Sus lágrimas eran sagradas, nadie podía verlas así como así. Se retiró el cabello hacia atrás y se lo recogió en un moño mal hecho, de esos típicos recogidos que se hace una en un día de calor, en los que no estás presionada para lucir perfecta las veinticuatro horas del día. Decidió centrarse en su trabajo. Anotó todos los estantes y puso los libros en el carro, empujándolo por los corredores entre estanterías con cientos de libros olvidados. Joane fue colocando cada libro justamente donde debía estar, deambulando por toda la biblioteca. Después regresó al mostrador, donde estuvo el resto de su jornada. Pronto llegó la tarde y con ella la hora de marcharse. La biblioteca se había vaciado, sólo quedaban las pocas personas a las que verdaderamente les preocupaba su carrera, y su compañera había regresado. Joane cogió sus cosas, despidiéndose de ella, y salió por la puerta para dirigirse a la parada de autobús y marcharse a su casa. Aunque por la mañana había llegado con moto, Joane era una chica pobre con pocos recursos económicos, así que tenía que hacer estrategias para no agotar la gasolina de su moto hasta el mes siguiente. Por eso la dejaba aparcada en el aparcamiento del campus y cogía el autobús, así el día siguiente tendría que ir en autobús al trabajo pero podría volver a casa en moto. Seguramente su estrategia parecería ridícula a otra persona, pero a Joane le funcionaba para administrar bien el poco dinero que ganaba, así que lo que pensaran los demás no importaba. 

Tenía muchas ganas de dormir. A medida que se acercaba al lugar sintió que el corazón le daba un vuelco. Jack estaba allí, sentado en el banco, dibujando algo en su cuaderno azul. No quería hablarle porque todavía seguía molesta, especialmente después de la escena que Mario le había dado en la biblioteca. Si hablaba con él en aquel estado de ánimo se arriesgaba a tener una discusión, cosa que no era para nada agradable. A Jack no se le daba nada bien discutir. Todavía se estaba debatiendo sobre si debía dar media vuelta cuando su amigo, que había alzado la cabeza y la había visto, levantó la mano para saludarla. A Joane no le quedó más remedio que fingir su mejor sonrisa y avanzar hacia el banco. 

Jack estaba radiante, básicamente por la enorme sonrisa que tenía en su cara. No había cambiado nada de su estilo, pero Joane notaba algo diferente en él. Se sentó a su lado en el banco mientras el chico volvía a concentrar su atención en el dibujo. El bus todavía no tenía que llegar. Ella, una chica que creía en las energías del Universo, comenzaba a pensar que su destino era hablar con Jack en aquel preciso momento, en aquella precisa parada de autobús. 

— Te he estado llamando.

— Ah, disculpa —le dijo su amigo sin apartar la mirada del dibujo—. Llevo sin móvil casi dos días.

— ¿Se te ha roto?

— No, lo he perdido. Pero ya aparecerá, seguro que está en casa de Mark. 

— ¿Has perdido el móvil en casa de Mark? —preguntó sorprendida—.

Jack se giró a mirarla. Aquella sonrisa dulce e inocente hizo que Joane olvidase toda la mala energía que llevaba con aquella aquel dichoso lunes. Aquello era lo que había cambiado en su amigo. Su energía era distinta, nunca antes había sido así porque Jack no había estado antes con un hombre como Mark, alguien capaz de hacer desaparecer cualquier inseguridad y cualquier atisbo de que algo podría torcerse en de un momento a otro. Pero la energía de Jack no era la única que no fluía como de costumbre. 

— ¿Te ha pasado algo? Te noto tensa. 

Joane giró su mirada hacia el frente. En un instante meditó con rapidez si debía hablar con él o no. Ella quería a su amigo por encima de cualquier otra criatura. Había estado allí incluso cuando su familia no lo había hecho. No era perfecto, pero ella tampoco lo era. Y ambos lo sabían y lo aceptaban. Jack era un hermano, esa persona que aunque no esté ahí, al menos lo intenta. No estaba segura de si era lo mejor tener aquella conversación en aquel momento, así que optó por dejarlo estar. 

— No he tenido un buen comienzo de semana...

— Oh, pues arreglemos eso. ¿Te hace una noche de 3C?

— ¿Hoy? —rio Joane—. Jackie, mañana tienes clase, y yo tengo que trabajar.

— Para algo está el café, Jo. Venga va, así me cuentas qué ha pasado. Somos J.J, ¿recuerdas? Si tú estás mal, yo estoy mal. 

Joane sonrió, conmovida. Joane y Jack. J y J. Nada los había separado, habían sido amigos por mucho tiempo, y a esas alturas ambos sabían perfectamente que eran hermanos, aunque la sangre que corría por sus venas no fuese la misma. Si uno sufría, la otra también. Y así seguía siendo. La chica se abalanzó sobre su amigo y lo abrazó, apretándolo fuerte entre sus brazos para que no se apartase y la viese llorar. Él, que podía notar a su amiga temblar, reprimiendo los sollozos, la abrazó fuerte hasta que pudo volver a controlarse. Ambos fingieron que no había llorado y se levantaron para subir al bus que los llevaría al piso de Joane. 

 

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