5 a.m

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Joane llegó a casa cansada, tanto que nada más llegar se dirigió a su cama y se dejó caer. Ya había cogido el hábito de buscar locales en alquiler, ir a visitarlos, buscar gangas o socios con los que abrir el estudio. Estaba acostumbrada a eso, pero seguía resultando agotador, especialmente a nivel anímico, cuando parecía tan imposible que finalmente fuese a conseguir su sueño. No obstante, aquella noche había notado algo diferente. No estaba realmente cansada. Lo que sentía era tristeza, aunque lo disfrazase de cansancio. Tenía muchas ganas de llorar y con toda probabilidad habría resultado beneficioso dejarse llevar y derramar un par de lágrimas, pero Joane no era tan sencilla. No podía llorar por un chico, era una norma personal que no estaba dispuesta a quebrantar. Se fue a dar una ducha y luego encendió la tele mientras se preparaba algo rápido para cenar, habiéndose puesto únicamente una camiseta ancha para dormir y la ropa interior. Caminó con el plato hasta el sofá, descalza, y se sentó con las piernas dobladas dispuesta a sumergirse en una de esas series que la obsesionaban. Lamentablemente eso no sucedió. Su teléfono móvil empezó a vibrar y los ojos de la chica pudieron leer el nombre de Mario en la pantalla. Aún se cuestionaba a sí misma cuando deslizó el dedo, iluminando la pantalla de un color verdoso. La voz al otro lado parecía tan sorprendida como ella. Al saludarla, la voz de Mario sonó grave, seca. A Joane le provocó una extraña sensación en el estómago, pero la chica se convenció a sí misma de que no era importante, fingiendo que era el hambre.

— No sé por qué te llamo, estaba seguro de que no ibas a responderme.

Joane suspiró. Todavía sentía algo negativo respecto a Mario, pero no quería ser dura con él. Estaba confundida y era consciente de ello, por eso no quería ser demasiado brusca pero tampoco muy dulce.

— Mira Joane, lo he estropeado, lo acepto. No le hice nada a Jack, pero...

— Olvida a Jack —dijo ella con seriedad—. Ya he hablado con él, sé que no le hiciste nada. No estoy molesta por eso. En realidad ni siquiera sé qué es lo que me molesta de ti.

Mario no dijo nada, pero Joane podía percibir su respiración agitada al otro lado de la conversación. Supuso que a pesar de estar intentando sonar cordial, no estaba consiguiéndolo. Así era ella. Mario esperó varios minutos en silencio por si Joane decía algo más, pero ella ya no tenía nada que decir así que la conversación se acabó. El móvil de la chica se perdió entre los cojines del sofá a medida que ella se fue acomodando, quedándose dormida al final. 

El teléfono vibraba y con él los cojines. Joane se despertó con lentitud, sintiendo la vibración, y rebuscó en el sofá a pesar de que el aparato había dejado de vibrar. Ya había pasado la medianoche. Seguía adormilada, su cuerpo apenas respondía a ningún estímulo. Sin embargo, la chica se despejó repentinamente cuando leyó el nombre de su madre en la pantalla. Le devolvió la llamada, pero nadie respondió, ni esa ni las tres veces en que lo intentó después. Su madre apenas la llamaba alguna vez, de hecho la tenía agendada por su nombre de pila, Rebecca. Desde que Joane renunciase a las estrictas creencias de su padre y abandonase su casa, la chica apenas había mantenido contacto con ellos. Sabía que el dejar la casa en la que había crecido había tenido consecuencias para todos. Ella había sido quien había mantenido aquella casa desde que empezase a trabajar, incluso había mantenido a sus padres durante una buena temporada. Ella había sido su única esperanza y al dejar su casa, aquella vida se había desvanecido. La culpa la había perseguido durante un tiempo, no había sido un paso fácil ni una decisión sin meditar. Había sido un último intento de supervivencia, de tomar las riendas de su vida y ser ella misma. Nadie puede culpar a alguien que sólo intenta vivir a su manera, sin dañar a nadie, siendo la versión más real de sí misma. 

La noche se hizo larga. La llamada de su madre impidió que volviese a dormirse. No había sido un descuido, eso seguro. Sólo llamaba en días señalados como los cumpleaños. Esa llamada significaba algo y Joane se había pasado toda la noche intentando pensar en qué podía ser. Así la alcanzaron las cinco de la mañana, sentada en su cama con la cara hundida entre sus manos. Había conseguido reducir su ansiedad centrándose en algo más productivo y había encontrado algunos locales interesantes en alquiler en las aplicaciones de su teléfono móvil. Lo tenía al lado, sobre las sábanas, por lo que pudo ver que Jack estaba en línea. Le pareció extraño por la hora y en otras circunstancias lo habría ignorado, pero Joane necesitaba desesperadamente hablar con alguien. Jack respondió al momento, otra cosa inusual. Le envió audios de voz explicándole la aventura que había estado viviendo aquella noche y fue así como Joane descubrió que su amigo estaba inmerso en una mudanza exprés. Podía oírse la voz de Mark de fondo en los audios de voz de su amigo, el sonido de cajas siendo arrastradas, risas nerviosas... La chica sonreía mucho más tranquila. Simplemente con oír la voz de alguien tan querido calmaba la ansiedad que la devoraba por dentro. 

— ¿Y tú que haces despierta? —preguntó Jack en uno de sus mensajes—. 

A esas alturas Joane tenía decidido que no iba a contarle nada. Jack estaba en un momento único, posiblemente uno de los más felices de su vida. Como su amiga que era, Joane tenía que hacer lo posible por proteger ese momento, eso creía ella y así pensaba actuar. 

— Ya me conoces, Jackie, soy una chica nocturna.

La amiga se despidió del chico. Era evidente que Jack tenía cosas mucho más atractivas que hacer que escuchar sus paranoias sobre una llamada de su madre que podía ser perfectamente un error. Nunca la llamaba, no preguntaba sobre su vida privada, mucho menos se interesaba en verla. ¿Por qué tenía aquella inquietud en su interior? Tal vez no era sólo una paranoia, Joane intuía algo, quizá el Universo le estaba mandando señales y ella no las estaba captando. Observó el teléfono de nuevo. Las cinco de la mañana habían dado paso a las seis. Tenía que dormir. Caminó descalza al baño y se colocó una de las pastillas azules en la boca. Reposina era su mayor aliado para las noches en que el sueño se le resistía. Después de beberse todo un vaso de agua, la chica regresó a su cama. Se quedó dormida con el móvil en la mano y la última foto que se hizo con su madre siguió iluminando la noche unos instantes, hasta que el teléfono se apagó y el piso de Joane quedó sumido en el silencio. 

 

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