cal y arena

207 37 15
                                    

El luto por la muerte de John duró varios días, casi una semana. En ese intervalo temporal, la vida de todo el mundo que había conocido a ese hombre pareció detenerse. La única excepción fue Joane, que al contrario que el resto, estaba viviendo un buen momento. Después de que Dan aceptase firmar el divorcio, Rebecca era libre de marcharse, y se había instalado en el piso de su hija. Era un piso pequeño porque Joane había vivido siempre sola y esa era su idea, no había planeado nunca juntase allí con su madre, su hermana y un novio. Exceptuando los pocos momentos en los que hablaba con Jack, Joane estaba viviendo un dulce momento que deseaba que fuese eterno. 

Aquella noche, tumbada en el sofá que compartía con su novio, la chica se dio cuenta de que tendrían que pensar en mudarse a un lugar más espacioso. Dormir en el sofá estaba bien temporalmente, pero Mario y ella necesitaban su espacio como pareja, y Abigail y Rebecca no podían estar durmiendo juntas para siempre. Su piso era demasiado pequeño para cuatro personas. Eso era un plan sobre el que reflexionaba ella, pues desde que abandonase el hospital, Mario había cambiado y Joane respetaba su espacio. Lo que había vivido era traumático. Se había vuelto algo más frío, reservado e incluso callado, algo increíble tratándose de Mario. Si no hablaba todavía, era porque no se sentía bien, y ante esa situación, Joane sólo podía darle espacio y tiempo y estar a su lado de la manera menos invasiva posible, y eso era lo que la chica había intentado todos esos días. 

— ¿En qué piensas?  —preguntó la chica, rompiendo el silencio al que se habían ido acostumbrando—.

— En nada. 

— Demasiado concentrado como para que sea nada, pero no importa. 

Joane se giró y hundió la cara contra el respaldo del sofá, dándole la espalda a Mario.  El suspiró cerca de su oído cuando se giró y la abrazó por la cintura. Ella esperaba que él dijese algo, pero no lo hizo, y se quedaron dormidos en silencio, abrazados en aquel diminuto sofá. Cuando llegó el nuevo día y Joane abrió los ojos, observó todo recogido a su alrededor. Sobre la mesa del salón había una taza de café que había impregnado toda la estancia con un aroma delicioso y algunos bombones. Ni rastro de Mario ni de su madre o Abigail. Al incorporarse, se dio cuenta de que había una pequeña nota bajo la taza: "en la puerta a las once en punto". Más allá de que era la letra de Mario, no había nada que a Joane le pareciese lógico en aquella nota, pero estaba dispuesta a dejarse llevar. Mario siempre había sido un hombre detallista y aquella nota manifestaba que lentamente volvería a serlo, que no se rendía. Si él no lo hacía, ella tampoco El Universo la había escuchado durante aquellos días, su novio sería poco a poco como antes. Era doloroso verlo tan apagado cuando era él el centro de atención en todos los lugares a los que iba.  

La chica se dio prisa para vestirse. Había dormido demasiado y no tenía la certeza de que fuese a estar lista para salir a la puerta del bloque a las once, así que ya tenía pensado no arreglarse demasiado. Se puso ropa cómoda, se hizo una coleta, se miró unos segundos en el espejo y salió por la puerta con las llaves y el móvil en las manos. Encontró a Mario apoyado contra su moto, con la chaqueta de cuero y la pose de tipo duro que le había resultado tan erótica meses atrás, cuando empezaron a conocerse. Se acercó a él para abrazarlo y besarlo, pero él la rehuyó y se colocó detrás de ella. Le tapó los ojos con las manos y la besó en el cuello. 

— ¿Puedes explicarme qué estás haciendo?

 — No, pero puedo enseñártelo.

Joane se deshizo del chico y se giró para mirarlo. Le extendía una mano con la que sujetaba un pañuelo de color azul. Mario había preparado algo más importante de lo que había imaginado. Dejó que el chico cubriese sus ojos con el pañuelo y se subió a la moto con dificultad. Sin poder ver nada, Joane se abrazó más fuerte que de costumbre a Mario mientras la moto avanzaba con suavidad por la carretera, a un ritmo que no fuese peligroso para una pasajera cegada. El viaje se hizo eterno porque, con los ojos cerrados, su mente veía mil posibilidades que mantenían a la chica angustiada ante lo que Mario pudiese haber preparado. El no haber tenido noticias todavía de su madre y su hermana sólo podía significar que también estaban implicadas. Aquella mañana pasaría algo grande, Joane no tenía ninguna duda, y temía no estar preparada para lo que el Universo pudiese haber designado para ella. 

JACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora