extra de patatas

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La mayoría de mesas estaban ya limpias y las pocas que seguían ocupadas ya no iban a pedir nada más. Ya casi era hora de cerrar y regresar a casa. Estaba bastante cansado y su humor no había mejorado, incluso comenzaba a encontrarse algo mal. Rose, su jefa, lo miraba con desagrado desde su pequeño despacho, polvoriento y destartalado. Jack podía notar sus ojos clavados en él, a pesar de que se ocultasen detrás de aquellas lentillas baratas que seguramente había comprado para algún disfraz cutre de su consentido hijo de ocho años. Estaba seguro de que la bronca del otro día no se había acabado; así era Rose, una terca cabezota incapaz de dar su brazo a torcer, especialmente si tenía razón. Pero a Jack no había cosa que le diese más rabia que dar la razón a los demás, era incapaz de hacerlo. ¿Por qué? Quizás por orgullo, pero más probablemente por diversión. Fastidiar a los demás era su pasatiempo favorito y se le daba genial, bastaba con mirar la cara de Rose. Antes de darse cuenta, el local se quedó vacío por completo. El chico procedió a limpiar las pocas mesas sucias que quedaban, pero entonces Rose lo llamó. Él resopló, dejando el trapo sobre la mesa para dirigirse sin ganas al despacho de su jefa. Se apoyó en el marco de la puerta, cruzándose de brazos. Rose lo observaba desde su asiento, estaba visiblemente enfadada y se estaba preparando para irse. 

— No hemos acabado la conversación del otro día. 

— No era una conversación —comentó él con un tono seco—, pero por mi parte está más que acabada.

— Pues por la mía no. Estoy bastante cansada de tu comportamiento y de que hagas lo que te viene en gana. 

— Y yo estoy cansado de cobrar lo que cobro y no te voy mareando. ¿Algo más?

Rose golpeó la mesa con el puño cerrado. El chico sonrió. Era demasiado sencillo sacarla de sus casillas. 

— ¿¡Quién te has creído que eres, eh!?

En ese preciso instante alguien hizo sonar la campana desde la sala. 

— Soy Jack Fernández —respondió el chico yendo hacia allí—. Si se te vuelve a olvidar mi nombre, lo encontrarás en el contrato que me hiciste firmar. 

Jack todavía se reía cuando llegó al mostrador y se encontró con él. Otra vez. Era imposible. No podía creerse que aquel cretino hubiese regresado después de lo que habían vivido el día anterior. Su sonrisa se borró por completo, desde luego. El hombre, simpático como siempre, saludaba al chico con la mano. Rose, que se asomó desde su despacho, salió alegre y cariñosa a recibir al cliente, tomándole el recibo que traía con él. Jack se tapó la boca con la mano, maldiciendo por dentro. Aquel hombre tan pesado era el cliente que había hecho aquel encargo, el mismo encargo que había olvidado preparar. Rose se giró hacia el chico para pedirle que trajese la comida de aquel incordio de hombre, pero supo al ver su cara que la comida no estaba preparada. Los gritos de la mujer se oyeron desde el aparcamiento, en el que sólo estaban el coche de Mark y las cucarachas de siempre. 

— No se preocupe —intervino el hombre—, esperaré aquí mientras lo preparan. No tengo ninguna prisa. 

— Oh, ¿de verdad? —le sonrió Rose dejando de gritar al instante—. Es usted muy amable, le regalaremos ración extra de patatas. 

— ¡Suena genial!

Rose corrió a la cocina, a preparar el pedido de Mark, quien se sentó en una silla. Jack suspiró. Ahora no sólo tardaría más en irse a casa, sino que tendría que aguantar a aquel hombre en la sala. Su suerte iba de mal en peor. Se puso los auriculares y siguió barriendo la sala, intentando ignorar la presencia de Mark. El hombre comenzó a jugar con su teléfono móvil y de tanto en tanto se reía en voz alta, con fuertes carcajadas que Jack escuchaba a pesar de tener los auriculares puestos.  Resopló molesto, subiendo el volumen al máximo, y siguió limpiando. Mark sonreía al verlo enfadado, le hacía gracia el mal carácter de aquel chico. Volvió a reírse más fuerte y lo hizo diversas veces, hasta que Jack se quitó los auriculares y se giró a mirarlo, con cara de enfadado. 

— Este juego es gracioso —respondió Mark encogiéndose de hombros—.

  — ¿Y quién te ha preguntado? Baja el volumen, incordio. 

— ¿Por qué estás tan enfadado siempre? Eres un amargado. 

— ¿Disculpa? Métete en tus asuntos, idiota. 

Justo en ese momento, Rose salió de la cocina y escuchó a Jack insultar al cliente. Obviamente no reaccionó demasiado bien. La mujer dejó de controlarse y no pudo evitar gritar, asustando a los dos chicos. Jack intentó defenderse, pero Rose había entrado en cólera y no le dejó hablar.  

— Insultar a un cliente es demasiado, no puedo más contigo. Estás despedido. Lárgate de aquí y la próxima vez que vuelvas será a por el finiquito, ¿entendido?

— No, espere —interrumpió Mark, sintiéndose mal al ver llorar a Jack—. Sólo estábamos bromeando, no me lo decía en serio. 

— No se sienta mal por él, señor, siempre consigue lo que quiere con esas lágrimas de cocodrilo. 

— No, de veras, nos conocemos. Por eso estábamos bromeando. De hecho vengo aquí a cenar gracias a él, me recomendó sus hamburguesas.

Rose miró sorprendida a Jack. El chico se estaba limpiando las lágrimas, completamente atónito por las mentiras que Mark estaba inventándose. 

— ¿Es usted su primo? ¿El extranjero?

Mark miró a Jack, desconcertado. El chico le asintió para que siguiera mintiendo.

— Sí, sí, claro. Soy su primo, por eso bromeamos. Nos pasamos así todo el día. 

— Haberlo dicho antes, hombre, los familiares de los empleados tienen un descuento. Y yo que creía que lo de tu primo era otra mentira para que no te regañase por llegar tarde.

— Claro que no, Rose —mintió Jack sonriendo—, tienes una imagen muy fea de mí. Primo, coge tu comida y vete ya a casa, que me entretienes.

Habiendo cogido la bolsa del mostrador, Jack se la dio a Mark, acercándose lo suficiente como para agradecerle que no se quedara callado. Mark sonrió y siguió mintiendo. 

— Bueno primo, ya nos veremos. Buenas noches. 

Y después de la escena, cada quién volvió a lo suyo. Rose y Jack siguieron con su cierre y Mark se fue a su casa contento, sin saber demasiado bien por qué. 

 

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