mariposas y alcohol

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Se habían sentado en el mismo balancín en el que se había sentado con Sophie anteriormente. Mark estaba sonriente y relajado, con el vaso de cerveza que se había llenado incontables veces finalmente vacío, abandonado en el suelo. Jack tenía las piernas dobladas y entre ellas tenía su segundo mojito, aunque no tenía intención alguna de bebérselo. Estaba recostado contra el respaldo del balancín, con la mirada perdida en el cielo. Respiraba profundamente. Los nervios habían desaparecido, una tranquilidad enorme lo invadía desde dentro, no recordaba haber estado así de calmado en muchísimo tiempo. Era aquella sensación, la seguridad que sentía cuando Mark estaba cerca. Sonreía levemente al pensar que no le costaría acostumbrarse a eso, a una noche sin estrellas en un balancín a punto de colapsar, sentado junto al hombre más maravilloso que había conocido. Lo miraba de tanto en tanto, casi analizándolo. Su pelo estaba revuelto, quizá no se había peinado en todo el día, y su piel estaba brillante por el sudor. No hacía un calor excesivo, al menos no para Jack, pero Mark sí había sudado y bastante. Se había quitado las chanclas y sus pies descalzos aplastaban el césped de aquel pequeño jardín. A Jack no le enorgullecía demasiado reconocer que hasta sus pies le parecían preciosos. El chico estaba pensando distraído, con los ojos centrados en intentar encontrar alguna estrella en el contaminado cielo de Gullyshore, cuando vio cómo Mark se tumbaba en el balancín. Con lo grande que era, era de imaginarse que no cabría, pero el hombre lo solucionó colocando su cabeza sobre los muslos de Jack. El chico se ruborizó al instante, pero quiso mantener la calma. No quería que se levantase. Mark lo miraba con atención, sonriendo, meneando los dedos de sus pies, que sobresalían a través del hueco del apoyabrazos. 

— Podría acostumbrarme a esto. 

Jack lo miró sorprendido. Había pensado lo mismo unos segundos antes. Mark lo vio ahí arriba, observándolo sin disimulo y visiblemente nervioso, y para empeorarlo se mordió el labio inferior. Incomodado, Jack desvió la mirada y volvió a concentrarse en el cielo.

— Me hace muy feliz que hayas venido, Jackie. ¿Te puedo llamar así, verdad? 

— Si te empeñas, supongo que sí. 

— Te pega mucho. Jack es muy serio; Jackie es más delicado. Le queda mejor a alguien que va así vestido. 

Aquella última frase no sonó demasiado bien. El propio Mark se dio cuenta, pues calló súbitamente. Jack fingió no tenerlo en cuenta, pero con lo inseguro que era normalmente le sentó un poco mal. ¿Acaso no iba bien vestido? Mark iba algo bebido, pero siempre se había caracterizado por estar de buen humor, por tener una sonrisa en su boca, por ver el lado positivo de las cosas... Conocía el método perfecto para arreglar aquello. Se incorporó pero no del todo, acercándose peligrosamente a la cara de Jack. El chico parpadeó un par de ocasiones, pero no quitó sus ojos de él ni intentó apartarlo. 

— El color azul es mi color favorito —comentó el hombre mirando el crop top de Jack—. Y más si te lo pones así. Estás radiante, en serio.

Ni siquiera todo el maquillaje que Joane había utilizado en su rostro pudo ocultar lo rojo que se puso. 

— Si no te apartas ni me empujas, voy a comerte la boca. No es lo más romántico del mundo, pero mis labios me están gritando que muerda las tuyos. 

— Qué mal te sienta el alcohol, Agente Whisky —le respondió el chico riendo al ver como se caía después de empujarlo un poco—. Creía que alguien de tu nivel tendría más tolerancia al alcohol. 

— Lo dice el principito que no se puede ni levantar del balancín con un mojito —se burló el policía, sacudiéndose la ropa después de haberse levantado—.

Jack se puso en pie, pero evidentemente Mark no se había inventado nada. En cuestión de segundos perdió el equilibrio y el vaso que llevaba en la mano cayó al suelo. Si no hubiese sido por Mark, probablemente habría acabado justo donde ya sólo quedaba una mancha y varios cristales rotos. Sus miradas se encontraron a pocos centímetros la una de la otra. Mark aún lo tenía agarrado para evitar que perdiese el equilibrio, pero ya no hacía fuerza. Tenía sus manos en la parte baja de su espalda, apretando al chico contra su cuerpo sin apartar los ojos de su cara. Jack se dejó llevar. Pasó sus manos por el cuello de aquel hombre que tanto le gustaba y acercó su cara hasta que pudo rozar con su nariz el pómulo de Mark. El hombre no podía reprimir una risita encantadora cuando la nariz de Jack pasaba con suavidad por la barba de su mejilla. Los labios de Mark se acercaron al oído del joven. 

— ¿Me dejas besarte? —le susurró tan cerca que rozó con sus labios el lóbulo de su oreja—.   

No obtuvo ninguna respuesta, pero Jack no se separó. Miraba al hombre directamente a los ojos y se aferraba a él con fuerza. Mark lo mantenía tan cerca y tan apretado que podía sentir su respiración en su cuello y en la parte baja de su cara. Liberó su cintura de su abrazo y cogió su cuello con delicadeza, levantándole ligeramente la cara para después besar sus labios. Fue un beso dulce al principio, pero Mark no se contentó con eso. Besó sus mejillas, su nariz, su cuello y otra vez sus labios. Jack sonreía con vergüenza, pero no se movía. No quería que aquel momento acabase jamás. Mark le mordió el labio inferior, bajando sus brazos hacia la cintura nuevamente para cogerlo de las caderas. Las estrujaba con fuerza a la vez que una de sus manos se metía bajo el croptop, acariciándole la espalda. Jack notaba un calor que no había sentido jamás antes recorriendo su cuerpo de arriba abajo y una parte de su cuerpo despertando, pero no se sentía preparado para seguir avanzando. Se apartó de él, liberándose de su abrazo, y corrió hacia una esquina, donde finalmente se agachó y vomitó. Cuando acabó, se incorporó con lentitud debido al mareo y se encontró a Mark apoyado en el balancín, riéndose. 

— Espero que eso haya sido por el alcohol. 

— Creo que no —le contestó el chico acercándose—.

— ¿Tan mal lo he hecho?

— No —dijo mientras volvía a rodear su cuello con los brazos—. Han sido las mariposas de mi estómago.  

Los dos se rieron. Iban bebidos, pero ambos habían estado reprimiendo aquello mucho tiempo. Mark volvió a cogerlo por la cintura y le besó con dulzura cada estrella que tenía dibujada en las mejillas. Sin darle ningún aviso ni tiempo a reaccionar, se agachó y lo cogió en brazos, sentándose después en el balancín. Lo tenía bien cogido por de la cadera sin dejar de besuquearlo, como si temiese que Jack fuese a marcharse, pero ni cobrando por ello lo habría hecho. Aquella tarde se sentía como la tarde más especial de su vida, Jack no la habría estropeado por nada del mundo. Se incorporó para estar más cómodo, rodeando a Mark con sus piernas y quedando sentado justo encima de él. Ahora era el chico el que lo achuchaba, el que lo besaba con aquellos besos tiernos e inocentes, el que le incitaba a poner sus manos donde siempre había querido ponerlas... Jack notó a través del pantalón de Mark que las cosas estaban comenzando a subir de nivel, pero no quería separarse de él. Él pudo notar su inseguridad.

— Me estás besando mientras te acaricio, sentado ahí encima —carcajeó el hombre en voz baja—, es normal que se ponga así. Pero no tienes que hacer nada que no quieras, Jackie. Sólo cumplo treinta años, tenemos todo el tiempo del mundo. 

El chico sonrió, pero decidió frenar. Abrazó a Mark con todas sus fuerzas, escondiendo su rostro en su cuello. Se quedaron así por un momento no precisamente corto, aunque no durase la eternidad que a Jack le habría gustado. Sophie los encontró así cuando entró en el jardín. Le dio pena tener que molestarlos, pero tenía una misión importante que cumplir. Mark se lo había pedido. Era hora de irse. Jack miró al hombre, que todavía lo tenía abrazado. Quería quedarse con él o que fuese él quien lo llevase a casa, pero aún siendo el mayor amante de la cerveza, el Agente Whisky era una persona responsable. 

— Quiero que llegues a casa sano y salvo, ¿vale? Sería un idiota si cogiera el coche con la que llevo encima. 

Jack asintió, levantándose y acomodándose la ropa. Sintió que Mark lo cogía del brazo y lo hacía girarse de golpe. No se esperaba aquel beso, pero le encantó. 

— Avísame cuando llegues a casa, ¿vale? 

— Avísame cuando llegues a casa, ¿vale? 

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