juana de arco

271 40 8
                                    

Aunque el canto de los grillos se oía demasiado alto como para ignorarlo y los ronquidos de Mario fuesen un poco complicados de aguantar, los tres chicos dormían tranquilamente en sus sacos de dormir. Mark y Jack dormían abrazados, bien cerca el uno del otro, y Mario parecía dormir muy a gusto incluso cuando roncaba de tal manera que los grillos en el exterior se quedaban en silencio de tanto en tanto. La única despierta a esas horas de la noche era Joane, pero la chica estaba acostumbrada al insomnio y a unos hábitos de sueño no demasiado recomendables. Estaba tumbada en su saco de dormir con la mirada perdida en el techo del refugio. Estaba muy cómoda y al contrario de lo que nadie habría dicho, la sensación térmica era perfecta en aquella vieja cabañita. No era el lugar lo que impedía que Joane pudiese dormir tan plácidamente como lo hacían sus amigos. La última semana había sido demoledora anímicamente y en parte era por eso por lo que había decidido aceptar la invitación de Mark. El piso se le caía encima y a medida que pasaban los días la cosa empeoraba. Creyó que la naturaleza y un poco de aire fresco le vendrían bien, pero no estaba siendo así. Durante el día sí había funcionado un poco, pero a medida que se acercaba la noche había ido notando la ansiedad creciente en su interior. El insomnio no se compadecía de ella ni siquiera en mitad del bosque. Había estado dando vueltas sobre ella misma para intentar dormirse, se había puesto algo de música con los auriculares, había intentando concentrarse en el canto de los grillos y respirar profundamente... Nada funcionaba.

Abrió los ojos cuando de pronto sucedió algo mágico. Sus oídos habían dejado de captar los ronquidos de Mario. Sonrió creyendo que podría dormir, pero no era así. El chico simplemente se había despertado. Sus miradas se encontraron a través de la oscuridad de la noche.

— Voy a mear —le susurró mientras retiraba el saco de dormir—. Vigila que no me coma ningún monstruo.

Joane sonrió. Mario caminó hasta la puerta del refugio, abriéndola con cuidado, procurando no hacer ruido para despertar a la parejita, que dormía aparentemente a gusto. Mario debía haberse estado aguantando las ganas de orinar bastante rato, pues tardó un poco en volver a entrar por la puerta, abrazándose a sí mismo por el frío. Subió deprisa hacia su saco de dormir y se arropó, retorciéndose por el frío. Joane le dirigió una sonrisa amable.

— ¿Qué haces despierta?

Joane se pensó dos veces la respuesta. Ella no tenía ninguna necesidad, no se estaba orinando ni tenía otras molestias. Sólo era insomnio. Negó con la cabeza y una sonrisa débil, intentando restarle importancia al asunto. Mario no la creyó.

— ¿Te apetece acompañarme fuera? Creo que he visto un monstruo mientras meaba.

— Seguro que era tu reflejo en algún charco.

— Podría ser, pero no me he quedado tranquilo. ¿No eras una tía valiente e independiente? Pues tendrás que asegurarte de que los tres tíos que estamos contigo no corremos peligro.

Joane tuvo que taparse la boca para no hacer ruido al reírse. Mario salió de su saco de dormir y le tendió la mano para ayudarla a levantarse, pero ella la apartó de un manotazo y se levantó sola. Salieron del refugio poco a poco y cerraron la puerta una vez que estuvieron fuera. Hacía bastante frío, pero estaban bien abrigados, y decidieron dar un pequeño paseo por el camino. Joane iba callada, aunque se reía de los comentarios de Mario y se esforzaba por ocultar que no estaba bien. El español sabía perfectamente que no lo estaba, había aprendido a ver más allá de sus sonrisas estándar y sus movimientos de cabeza, sus gestos y sus comentarios bien estudiados. Después de varios intentos de hacerla hablar, Mario se había dado por vencido y se había callado, pero seguían caminando bajo un celo con pocas estrellas, más oscuro que la oscuridad que los envolvía en aquel pequeño bosquecillo a las afueras de Gullyshore. Cuarenta minutos después estaban de regreso en el refugio. Joane abrió un poco la puerta y se asomó para averiguar si Mark y Jack seguían dormidos. No entendía cómo podían dormir de aquella manera, uno encima del otro y apretados, buscándose mutuamente. Ella se habría despertado enseguida o habría repartido patadas para asegurarse su espacio. Volvió a cerrar la puerta y encontró a Mario mirándola fijamente.

JACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora