prioridades

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Cuando abrió los ojos y vio la hora en la pantalla de su teléfono, Mario quiso gritar y arrancarse el pelo a tirones de lo nervioso que se puso. Se había dormido y llegaba muy tarde a clase, hacía casi una hora que la jornada había comenzado. No obstante, cuando echó un vistazo a su alrededor, el chico cambió de parecer. Joane dormía abrazándose a sí misma bajo la manta, pero con la cara escondida en el pecho del chico. Al otro lado, Abigail hablaba en sueños, abrazándose a la almohada y dando alguna patada que otra a Mario. El chico sonrió y los nervios que había sentido antes desaparecieron. Salió de la cama cuidadosamente para no despertar a las dos hermanas y se dirigió al baño para mear, mirándose al espejo al recordar lo tarde que era. Prácticamente era inútil que se vistiese, la última clase del día pronto empezaría. A Mario le sorprendía ver lo bien que se lo estaba tomando. Para un estudiante de intercambio como él, asistir a clase era importante, pero en sus circunstancias todavía más, pues había dado mucho para poder llegar a Reino Unido a estudiar, quizás demasiado. En aquel momento, con aquel pijama ridículo y sentado en la taza del váter de Joane, el chico fue consciente de que a él no le importaba suficiente su carrera universitaria y un hiriente sentimiento de culpa afloró en su interior. 

Se estaba subiendo el pantalón para ir a lavarse las manos cuando Joane picó a la puerta. Le preguntó si quería un café y el chico le agradeció el gesto. Al salir del cuarto de baño con las manos todavía húmedas, sus ojos descubrieron a Joane con aquella ropa de dormir de Harry Potter, con el emblema de la casa de Hufflepuff en mitad de su culo. Una sonrisa gigante invadió su cara. La culpabilidad no se había esfumado, pero viendo a aquella mujer preparando cafés en la cocina cuando un minuto antes estaba dormida en sus brazos, era imposible no darse cuenta de lo mucho que la quería. No la quería, la amaba. No podía preocuparse de la misma manera que antes por su carrera universitaria porque su lista de prioridades había cambiado. Él nunca había tenido una mujer como Joane en su vida, alguien con quien ser simplemente Mario, no el chico transexual fetichizado o rechazado. Joane había sido un punto y aparte, el comienzo de un nuevo párrafo en el texto de su vida. 

— ¿Sigues dormido? —preguntó la chica riéndose, apoyándose en el marco de la puerta de la cocina—. ¿Se puede saber en qué piensas?

— En lo bien que te queda ese short. 

Joane se dio la vuelta con una sonrisa de satisfacción. Sí, aquella tía tan increíble era su novia. ¿Cómo no iba eso a cambiar las cosas? Se sentaron en el sofá abrazados a desayunar. Joane se sorprendió a sí misma siendo cariñosa, pero no podía evitarlo. Los sentimientos reprimidos habían acabado fluyendo desde el momento en que se había sincerado con Mario. 

— ¿Tenías clase hoy?

— No —mintió él con total naturalidad—. Estaba pensando que podríamos irnos a comer a algún sitio, aprovechando que Abigail no tiene clase hoy.

— No creo que deba seguir gastando dinero —dijo la chica, dejando la taza de café en el suelo—. No sé lo que cobraré el mes que viene y no sé cuánto tiempo se quedará mi hermana. Tengo que administrar mejor el sueldo. 

— Tampoco le des muchas vueltas, por esta vez invito yo.

La chica sonrió, cogiendo la taza para darle un sorbo. Mario la contempló beber como el que contempla una obra de arte, pero no pudo evitar ponerse nervioso cuando Joane le preguntó de dónde sacaba el dinero. No era una pregunta fuera de lo establecido, nunca antes había mencionado que tuviese trabajo y Joane no sabía si Mario se mantenía únicamente con el dinero de las becas o si tenía algún tipo de oficio remunerado. Incluso ella captó la incomodidad en su novio. 

— Con el dinero de las becas me llega para permitirme salir a comer un día —respondió el chico, levantándose del sofá para llevar las tazas vacías a la cocina—. No te preocupes, no lo tomaremos como un hábito cotidiano.

— Está bien, sugar daddy, saldremos a comer fuera por esta vez. 

Mario todavía se sentía algo incómodo cuando Joane desapareció en el interior del cuarto de baño para ducharse. Sentado de nuevo en el sofá, se llevó la mano al cuello, acariciándose el tatuaje con las yemas de los dedos. Una sensación de angustia hizo que suspirase, echándose hacia atrás. No se arrepentía de nada, su vida no había sido fácil. Era un hombre transexual, por más sencillas que fueran sus metas, su camino siempre tenía más obstáculos que el de otros hombres. Aquel tatuaje había sido una gran oportunidad, la banda lo había ayudado a permanecer en el sitio en el que quería estar durante mucho tiempo. Jamás renegaría de esa parte de él, pero aquella mañana, echado en el sofá de Joane, Mario comenzaba a entender lo importante que era alejarse de todo ese pasado. Sus prioridades habían cambiado, la banda ya no era una ayuda, más bien era un impedimento. Tragó saliva al recordar las primeras citas con Joane, cuando la chica lo rechazaba precisamente por haber formado parte de ese grupo de gente. No la culpaba, incluso él se lo reprochaba a sí mismo. Sabía que eran homofóbicos y él era transexual, no congeniaban en absoluto, pero aún así Mario no podía enfrentarse a ellos ni ellos a él. Era una de las normas de la pandilla, ningún integrante podía tocar a otro. 

En las últimas semanas, la ausencia de Mario en la banda había sido un hecho innegable. Todos lo habían notado, incluso él, pero no había recibido ningún tipo de queja. Tampoco lo habían presionado para que volviese a ser como era antes de conocer a Joane. No se había planteado anteriormente que quizás su papel en la banda ya no fuese necesario y que lo mejor para él fuese dejar todo aquello atrás. Si Joane llegase a enterarse de todo lo que había tenido que hacer, de que su dinero salía principalmente de sus actividades en la banda, quién sabe cómo reaccionaría aquella chica. No podía decírselo y tenía que tomar una decisión. Si quería estar con ella, tenía que dejar atrás su pasado como pandillero, y no sería fácil hacerlo. Todo lo que había conseguido en aquel país extranjero había sido gracias a la ayuda de sus colegas. Darles la espalda ahora que había comenzado a formar la vida que realmente quería vivir tendría un precio, Mario era plenamente consciente de eso. 

— ¡Mario!

El grito de Joane sacó al chico de sus pensamientos. Sonaba asustada. Se levantó y salió disparado hacia el cuarto de baño. La encontró dentro de la ducha, completamente desnuda. Su cara reflejaba que no estaba realmente asustada.

— ¿A qué ha venido eso?

— Echa el pestillo y ven aquí —le pidió con un tono de voz seductor—. No me puedo enjabonar bien la espalda. 

— ¿Y ahora tengo que mojarme para enjabonarte la espalda? Cómprate una esponja con mango.

Joane lo miró, pestañeando varias veces seguidas. 

— Mario, en serio, a veces no sé si me estás tomando el pelo o es que eres idiota. 

El chico no pudo contener la risa. Se quitó la ropa interior y se metió en la ducha, agarrando a Joane por las nalgas y besando su cuello. Verla completamente desnuda era sensual, pero verla desnuda y molesta era una fantasía hecha realidad. Le encantaba su culo, pero no podía evitar molestarla todo el tiempo, adoraba ver aquella expresión en su cara. Mientras se arrodillaba para sumergir su boca entre las piernas de la chica, Mario desechó de su cabeza las preocupaciones que lo habían agobiado en el sofá, apenas cinco minutos antes, especialmente cuando Joane empezó a gemir. Aquel se había convertido en su sonido favorito. La chica lo agarró de la parte trasera de la cabeza para guiarlo y no había cosa que a Mario le excitase más. A aquellas alturas, ya no había nada en su cabeza salvo la certeza de que pasase lo que pasase, su sitio estaba con aquella chica que pronunciaba su nombre entre gemidos. 

 

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