Prólogo

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P L A N E T H E L L

Un mundo muerto

Un oscuro camino

Ni siquiera encrucijadas entre las que elegir

Toda la roja sangre

Alfombras ante mí.

Contempla esta creación justa de Dios

El hombre lo observa, escondido entre las sombras. Con ojos brillantes vigila cada uno de sus movimientos. Su mirada sigue el recorrido de sus manos mientras se mueven por su cabello, su rostro, sus piernas. Con especial interés se concentra en su sonrisa, la forma en que sus labios se curvan y sus dientes se asoman entre ellos. La risa le resuena en los oídos, dos notas más alta de su voz normal. Sus ojos se entrecierran cuando se ríe, su nariz se arruga, su pecho se infla buscando obtener más aire.

Cuenta sus latidos, uno, dos, tres. Su sangre fluye de la misma forma pausada, lenta, pesada. Es más espesa a lo que está acostumbrado y eso lo hace suponer que será más caliente. Casi puede sentir su pulso bajo sus dedos y las yemas de los mismos le hormiguean. Un pequeño y débil cosquilleo.

Las encías comienzan a picarle, una intensa comezón que solo hace que el hambre se vuelva más fuerte. Mueve la lengua por su boca, tocando los dientes y esos dos nuevos incisivos que están a punto de brotar.

Quince segundos han pasado bajo su mirada insistente en el joven que está sentado frente a él. Sus latidos se aceleran, la sangre comienza a correr con más velocidad por las venas de su cuerpo, moviéndose como ríos dentro de sus extremidades.

Sus labios se curvan en una débil sonrisa que no muestra sus dientes, porque puede sentir como esas dos puntas son visibles y al acariciarlas le cortan la punta de la lengua trayendo a su boca un débil sabor metálico que no le causa la misma emoción que los latidos acelerados que suenan con fuerza en sus oídos.

Treinta segundos y el joven se excusa para ir al baño. Él se queda inmóvil igual que si se tratara de una estatua buscando contenerse de ir a buscarlo y probar que esa sangre es tan cálida como piensa. Mira el reloj, la media noche se acerca lenta y peligrosa con cada tic que da la manecilla del mismo.

Tic-tac, el tiempo no va a darle una tregua esta noche. Sabe que perderá la oportunidad una vez más. Frustración, es lo que siente y hambre, un hambre que nunca se detiene, que en ese momento está cobrando más fuerza que antes.

Cuatro minutos y el joven regresa más fresco, sin ese llamativo rubor en las mejillas. Su cabello está húmedo y aún hay pequeñas gotas casi invisibles sobre los bordes de su rostro evidencia de que lo empapó en un intento de calmarse.

El chico retoma la plática, pero él no tiene más ánimos de perder el tiempo. Los incisivos han vuelto a su lugar ocultos debajo de sus encías así que sonríe más amplio esta vez escuchando que los latidos se aceleran con más fuerza que antes.

Paga la cuenta del restaurante y acompaña al joven hasta su taxi despidiéndose con esa voz aterciopelada y altamente hipnotizante que lo caracteriza. El auto se pierde por la calle y él conduce sus pasos por el sentido contrario moviéndose entre la oscuridad. Aún siente esa mirada sobre él, hay una presencia que lo está siguiendo desde hace un par de días.

Levanta su nariz al aire e inhala con fuerza. Su aroma le resulta distinto, no es algo que reconozca o que haya encontrado antes. Las manos dentro de los bolsillos del pantalón, sus dedos bailan una melodía silenciosa y desconocida. Las ganas de volverse para perseguir a su perseguidor están cobrando fuerza.

Sus suaves pisadas no crean ningún sonido. Los zapatos parecen flotar sobre el asfalto porque incluso en la soledad de la noche, no hay ningún ruido más que el sonido del viento que está chocando contra su ropa.

Hay latidos. Su perseguidor parece estar en calma porque sus latidos no son más rápidos que los de un cuerpo en reposo. El aroma le resulta peculiar. No es un humano y no es de los suyos. No es ninguna criatura con la que se haya encontrado antes. No huele a miedo. Huele como a rosas... a rosas silvestres. Él detesta las rosas.

No se apresura en volver, está interesado en ese individuo y quiere que lo siga, quiere que lo encuentre para poder saciar las dudas que lo están atacando.

Pero cuando está cerca, el aroma desaparece de pronto. En un segundo ya no está y los latidos se callan. Se detiene y espera. Nada sucede, su perseguidor se desvaneció en menos de un segundo.

BáthoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora