Capítulo 30

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W H A T E V E R I T T A K E S

Nunca soy suficiente, soy el hijo pródigo
Nací para correr, nací para esto
Cueste lo que cueste
Porque me encanta la adrenalina en mis venas
Hago lo que sea necesario
Porque me encanta cómo se siente cuando rompo las cadenas
Estoy listo para hacer lo que sea necesario

Christopher tuvo un pensamiento en una noche de diciembre. Fue un pensamiento extraño, llegó sin ningún aviso y lo tomó desprevenido. Nunca había tenido un pensamiento como ese y ni siquiera tuvo tiempo para analizarlo porque su cuerpo se movió por sí solo. Tal vez se debía a la batalla cercana, tal vez fue porque nunca antes había tenido miedo de luchar. Fuera cual fuera la razón, Chris se aventuró con ese pensamiento. Se acercó a Caleb, maravillándose con sus latidos cada vez más acelerados y esta vez fue él quien acunó su rostro entre las palmas y lo besó. Caleb se entregó por completo y suspiró sobre sus labios. El pensamiento no se detuvo ahí. Christopher tampoco. Una de sus manos bajó por la espalda de Caleb sujetándolo contra su cuerpo con firmeza y su boca recorrió su piel hasta su cálido cuello. Lo mordió, de una forma diferente. No habían colmillos que atravesaran su piel, solo eran sus dientes atrapando una parte de ella. Caleb gimió, con un sonido bajo y débil y una extraña sensación invadió el cuerpo de Christopher por completo. Pensó entonces que quería arrancarle la ropa, quería volver a escuchar ese maravilloso sonido que acababa de emitir. Quería más. Mucho más.

Se separó entonces, jadeando sin comprender por completo cuál era la razón. Caleb lo miró de una forma diferente, con la respiración agitada, sujetándose a él como si temiera caerse en cualquier momento. Entonces Christopher huyó, porque no podía controlar ese pensamiento.

Ahora está cerca del pueblo, en lo más alto de un árbol permitiéndole al aire helado de la noche que acaricie su cuerpo y lo ayude a calmarse. Tiene que estar concentrado para esa batalla porque sabe que Caleb lo está esperando. Tiene que volver con él, porque no hay otro lugar donde quiera estar.

Convencerlo de quedarse no fue fácil. Caleb insistió que quería ir, que quería rescatar a Jasper, pero Chris lo hizo entender que no podría concentrarse en luchar si pensaba en cuidarlo. Que, aunque no quisiera aceptarlo, era la persona más torpe sobre la faz de la tierra, carente de habilidades y conocimientos de lucha. Y no lo dejaría solo, porque, por alguna extraña razón, la rastreadora seguía ahí. Christopher no entiende por qué, tampoco está seguro de poder confiar en ella, pero tendrá que tomar ese riesgo si quiere que Caleb se mantenga fuera del campo de batalla.

Cuando se calma por fin, continúa su camino. Se detiene en la azotea de uno de los edificios exteriores. Todo el pueblo está iluminado por grandes reflectores de luz blanca que lo deslumbran un poco. Ahí están los lobos, corriendo, aullando, rompiendo todo lo que encuentran a su paso. Escucha muchos más latidos, pero no los ve aún. Los humanos deben de estar escondidos, sus latidos son frenéticos. Toma su arma dorada en una mano y una plateada muy parecida a la otra, que le dio Moll, en la otra mano. Exhala una vez. Los lobos levantan las orejas y uno a uno se giran hacia él, gruñendo y mostrando los dientes. Christopher asegura la jeringa con el supresor en su cinturón y salta.

Un disparo le atina justo en el muslo derecho y eso hace que su caída sea un poco torpe. La plata le quema la piel, como un trozo de hierro encendido. No tiene tiempo de pensar en ello porque los lobos se lanzan contra él. Chris esquiva al primero con facilidad y se dirige a la orilla del pueblo de donde provino el disparo que lo hace cojear. Hay un hombre oculto en una de las casas abandonadas, pero no logra escapar. Quizá Christopher no es tan rápido como un vampiro, pero es mucho más rápido que los humanos. Le rompe el brazo que sujeta el arma y a penas tiene tiempo de saltar antes de que el lobo que lo perseguía, caiga sobre el hombre mordiéndole la cabeza.

BáthoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora