Capítulo 28

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Epifanía

Ingreso a la parte principal del club dejando atrás el olor a muerte, mas las ganas de matar siguen presentes, y mis manos cosquillean por retorcerle el cuello a alguien

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Ingreso a la parte principal del club dejando atrás el olor a muerte, mas las ganas de matar siguen presentes, y mis manos cosquillean por retorcerle el cuello a alguien. Mis ojos no pueden evitar buscar a la niñata mientras me abro paso escaleras arriba a la parte privada donde me espera el Líder de la Yakuza.

Doy un paso dentro y el hombre en la puerta hace amago de revisarme en busca de armas.

Hottoite. «Déjalo.» —ordena él.

Me recibe con sus ojos analíticos desde su posición reclinado en el sofá, sus piernas cruzadas muy pulcramente y con un ligero gesto de su mano me indica que me siente frente a él. Obedezco, fingiendo una tranquilidad que no tengo, a la par que evaluo la habitación.

La seguridad erguida en puntos estratégicos: tras él, junto a la única puerta de entrada y salida, y al lado del balcón desde donde se controla todo el club. Alrededor, disfrutando de los beneficios, distingo demás miembros de la mafia. Unos me observan con curiosidad y en otros puedo ver el claro reconocimiento cuando ladean la cabeza en señal de saludo. Cada Oiran complace a su dueño sin protestar y la cocaína y el éxtasis no se hacen esperar cuando se trata de obtener diversión.

El suelo negro pulido refleja las luces rojas en el techo que forman el mismo símbolo en la tarjeta: los tres círculos, uno dentro del otro; representando los tres obstáculos que debemos enfrentar para llegar al líder. El primero es la seguridad del lugar en sí, no cualquiera tiene acceso y tratar de engatusar a los guardias puede costarte la vida. Segundo el anillo de fuego el cual prueba tu valentía, ya que no todos tienen el valor de atravesarlo. Y por último debes usar no solo tu fuerza y habilidades, sino también tu inteligencia para lograr salir con vida.

—Tiene que ser demasiado importante el motivo por el cual has decidido regresar. —comienza y hace una seña para que nos llenen dos vasos con whisky —Después de haber estado huyendo y evadiendo tus responsabilidades con la organización.

Me recuesto en el cuero del sofá encogiéndome de hombros.

—Siempre he estado disponible.

Recibo el trago y le doy un largo sorbo que me ayude a bajar la inquietud que no deja de agitar mi pecho.

—Es difícil dar con alguien que no quiere ser encontrado. —se inclina hacia adelante con mirada acusadora —Alguien que se convierte en un maldito fantasma si así lo desea.

—Es difícil, pero no imposible.

—Entonces, ¿no lo niegas?

—Nunca me escondí, pero tampoco es mi culpa no ser de fácil acceso. Después de todo —hago una pausa para imitar su postura —, soy el mejor, ¿no es así? Por algo me confiaste una apuesta tan grande hace unos minutos, sabías que podía con esos cincuenta hombres.

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