Capítulo 50

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La vida no es justa

MARATÓN 2/3

MARATÓN 2/3

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Luci

18 días después.


Creo escuchar una melodía familiar a lo lejos, haciendo eco en mi adolorida cabeza. ¿Estoy muerta? No, eso es imposible. Los muertos no sienten frío, ¿verdad? Tampoco tienen conciencia. ¿Estoy consciente, o esto es solo algún limbo entre la vida y la muerte? ¿Se supone que tengo que ver una luz? Lo único que veo es oscuridad. Estar muerto apesta.

Siento mis manos muy frías. ¡Un momento! Comienzo a sentirlas calientes. Una ligera presión en mi frente y un olor que conozco muy bien llega a mí nariz. Intento abrir mis párpados pero no puedo, no tengo control sobre ellos. Entonces... ¿Sí estoy muerta?

(...)

Arrugo mi ceño y tras un largo esfuerzo comienzo a despegar mis párpados, un fino halo de luz colándose entre mis pestañas hasta que poco a poco, y enfrentándome a la punzada tras mis ojos, logro abrirlos por completo.

Un techo con vigas de madera es lo primero que veo hasta que, luego de unos segundos, ruedo mi vista alrededor lo máximo que puedo, unas delgadas cortinas azules bloquean la luz que intenta filtrarse por la pequeña ventana. El pitido incesante y acompasado, sumado al suero, la intravenosa en mi brazo y la máscara de oxígeno en mi cara son suficientes para que ate cabos. Estoy en una habitación de hospital, o eso supongo.

De manera paulatina comienzo a ser más consciente de mí misma, de mi cuerpo. Mi boca está seca, la lengua pegada al paladar, pero con un poco de esfuerzo logro pasar algo de saliva. Mi cuerpo continúa adolorido, pero puedo asegurar que no se compara a los días anteriores. El recuerdo de no poder respirar con normalidad me llega de repente, y temerosa intento llenar mis pulmones lo más que puedo. Un pequeño pinchazo hace que me detenga, mas casi los he llenado al máximo y el dolor no alcanza a cegarme.

Mi mente evoca algunos vagos recuerdos de lo sucedido. ¿Cómo llegué aquí? Imágenes borrosas de Theo suceden en mi cabeza antes de ser sacudida por una fuerte punzada. Al parecer mi cuerpo decide que por ahora ha tenido suficiente y antes de poder detenerme, mis párpados están cerrándose de nueva cuenta, no sin antes ver el rostro de una mujer cernirse sobre mí. Sus labios se mueven diciéndome algo, pero ya no alcanzo a escuchar nada antes de que todo se vuelva oscuro.

(...)

Abro mis ojos y por inercia miro en dirección al punto en la pared donde está la ventana. Es de noche, lo sé porque no alcanzo a ver la claridad de afuera.

—¿Quieres que te abra las cortinas? —Pego un respingo ante la voz desconocida y ladeo mi cabeza en dirección a dónde proviene.

La imagen del hombre que se levanta del sofá y se acerca a mi cama hace que mi corazón se desboque del miedo y vuelvo a desear estar muerta.

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