Capítulo 51

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Un nuevo comienzo

MARATÓN 3/3

“Nunca le declaré abiertamente mi amor, pero si las miradas hablan, el más tonto habría podido advertir que me tenía trastornado el juicio

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“Nunca le declaré abiertamente mi amor, pero si las miradas hablan, el más tonto habría podido advertir que me tenía trastornado el juicio.”

–Cumbres Borrascosas.

Pasado
Palermo, Italia.

Stefano Lombardi

El diluvio afuera hace que sea prácticamente imposible para mi chofer ver nada a más de tres metros adelante. Justo hoy que tuve que salir a una reunión de imprevisto tenía que llover cuando el sol llevaba días rajando las piedras. Odio la lluvia y los charcos de agua que deja detrás y salpican mis zapatos cada que doy un paso. En días así son en los que me pongo realmente irritable y casi puedo escuchar la voz de mi difunta esposa:

<<Ya no seas cascarrabias. Es solo un poco de lluvia.>>

Resoplo haciendo a un lado la ligera curva que toma mis comisuras ante el recuerdo. La muy desgraciada se atrevió a dejarme en esta mierda de mundo sólo, luego de dar a luz a nuestro hijo. ¡A mí! ¡Al Capo de toda Italia y líder supremo de La Sagrada Mesa!

<<Atrevida.>>

Fue en ese momento que me di cuenta que no podría criar sólo a Rafael. Tenía, y tengo, demasiados enemigos y Annabella era lo único que lograba sacarme una sonrisa y hacer que mis días valieran la pena. Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, pero yo sí que lo sabía. Fui el hombre más afortunado el día en el que ella me correspondió y a partir de ahí me encargué de hacerle saber lo mucho que le agradecía que me regalara una sola de sus sonrisas. Así que cuando la perdí, supe que lo había perdido todo, y que nuestro hijo no podía crecer junto a mí porque cada que lo mirara a sus verdes, esos iguales a los de su madre, me volvería débil. Y él no podía crecer de esa manera. Sería el futuro líder, y por ello, debía ser invencible.

Entonces lo supe. Supe que debía ser entrenado con los mejores. Pero la vida te da sorpresas y todo terminó yéndose a la mierda cuando lo mandé a espiar a Grimaldi. Se enamoró, nada más y nada menos que de su mujer y al final tiró todo a la basura por escapar con ella. Seis años. Ese es el tiempo exacto que llevo sin saber nada de mi hijo.

—Señor —La voz de mi chofer interrumpe mis cavilaciones y lo miro interrogante—. Ya hemos llegado.

Con un gesto de su cabeza señala afuera y, aunque la lluvia no ha cesado ni un poco, logro ver la entrada de mi casa a unos metros.

—¿Qué estás esperando entonces muchacho? —Le apremio—. Toma el paraguas y ábreme la puerta.

Asiente y sale afanado dándole la vuelta al vehículo hasta mi puerta, sosteniéndome el paraguas para evitar que me empape. Se lo quito de la mano dejándolo bajo la lluvia y me adelanto para subir los escalones hasta la entrada dónde ya me espera la sirvienta. Él aún está joven y puede aguantar un poco de agua, pero yo ya no gozo con la misma salud de antes. Además mi vida vale más que la suya.

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