Capítulo 47

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Feliz cumpleaños gruñón

[Si alguno de ustedes es fan de leer con música les recomiendo las que aparecerán en el capítulo. Son perfectas para la ocasión.]

Kai

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Kai

31 de octubre

Convencer a mi padre de que me dejara esparcir las cenizas de mi hermana en el mar fue más fácil de lo que esperé. No pensé que fuese a ceder luego de pasar días observando la urna sobre su escritorio. Aunque estaba ahí su mente parecía estar en otro sitio, lucía pensativo, analítico, como si estuviese tratando de idear algo en su cabeza; y cuando mi padre adopta esa postura, nunca conlleva nada bueno.

Sin embargo y contra todo pronóstico, aquí estoy, a punto de cumplir uno de los deseos de mi hermana de ser arrojada a las poderosas corrientes del océano al que tanto ella decía que se parecía. Lo respetaba, nunca se bañó en el mar. Según ella el océano puede parecer hermoso, pero su majestuosidad alberga un trágico final para aquellos que se atreven a desafiarlo. Puede engullirte y arrastrarte a las profundidades y tú te verás obligado a obedecer, porque mientras más luches, más prolongado será tu sufrimiento.

Persuadir a mi tío, por otro lado, de que tome medidas contra el hombre que causó está desgracia en mi familia ha sido un tarea complicada. Él, más que nadie, había tenido negocios con Drákon, siempre se supieron entender y sé que no es de su total agrado tener que dar la orden de acabar con su vida. Pero también sabe que una falta como esta es imborrable e impermisible, y que solo puede ser pagada con sangre.

Es por esto que desde que hemos sabido que ha vuelto a Tokio, hace tres días, me tomé la libertad de preparar a nuestros mejores hombres para que acaben con él, sabiendo que no podré ser yo quien lleve a cabo la tarea, por mucho que ese sea el deseo de mi padre. El Pacto de Sangre de La Hermandad no puede ser violado por mí.

Resoplo y niego con la cabeza. Irónicamente las reglas que nos salvan, son las mismas que nos condenan a veces.

—Señor, su tío acaba de llegar.

El guardia sentado en el asiento del conductor me mira a través del espejo retrovisor y giro la cabeza para comprobar que, efectivamente, mi tío desciende de la camioneta que parquea a unos metros de la que yo ocupo.

Lleva sus manos a los bolsillos de la gabardina negra que usa en busca de calor y dirige una mirada interrogante hacia mi vehículo. Sin dilatarlo más abro la puerta y desciendo con el cofre en la mano, al instante el fuerte viento remueve mi cabello y hago lo posible por mantener cerrado mi abrigo con una sola mano.

—¿Dónde está Hiro? —pregunto por mi primo en cuanto se acerca a mí alzando un poco la voz por encima del ruido que provocan las olas al estrellarse contra las rocas en la orilla.

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