Capítulo 44

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Librarte de la muerte

Librarte de la muerte

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Luci

No puedo dejar de admirar la belleza del lugar a medida que camino detrás del monje. El santuario es absolutamente pacífico, si no cuentas por supuesto los criminales que caminan de aquí para allá como si de un hotel se tratase.

Los hombres visten pantalones negros muy holgados, dejando al descubierto sus torsos y brazos completamente tatuados en algunos. En cambio las mujeres que veo visten un kimono color crema, largo hasta el suelo, con mangas largas.

El monje se detiene junto a una pequeña minka, toda rústica, separada del suelo por cimientos de madera. Se gira para indicarme que entre con una señal de su mano.

Dudo por un momento si acceder o no, pero no creo que tenga muchas opciones, además, Theo dijo que no habría problema.

Me frustro por seguir haciendo caso a todo lo que me dice y termino subiendo la entrada de mala gana. La madera crugiendo ligeramente bajo mis pies.

La puerta está abierta, o mejor dicho los paneles corredizos que la conforman. El suelo está cubierto por las tatamis y recuerdo que, al igual que en casa de Haha, debo quitarme los zapatos antes de entrar.

El piso de madera y las esteras son perfectos para alejar el frío de mis pies, pero no sé qué tal lo haga en la noche, ya que en medio de las montañas las temperaturas descienden más, y este octubre ya está siendo lo suficientemente frío.

Detallo las pequeñas dimensiones de la minka. Paredes de madera lisa a ambos lados y las fusuma corredizas adelante y atrás. Un gavetero en una de las esquinas, una mesa baja pegada a la pared y dos desniveles, que asumo, marcan el espacio de la cama y el diván junto a uno de los paneles.

El espacio es reducido y lo único que da la impresión de amplitud es la escasez de objetos en la habitación.

Una creciente preocupación comienza a abarcarme. ¿Qué hago aquí? ¿Qué es lo que haré? ¿A dónde me llevará todo esto?

Encima el espacio no ayuda a aclarar mi mente.

Los dedos de las manos comienzan a hormiguearme de un momento a otro y el cerebro se me satura con ideas que vienen todas una detrás de otra sin un orden lógico.

Antes de pensarlo, dejo caer la mochila que cargo a la espalda al suelo, tomo el móvil del bolsillo de mis vaqueros e intento llamar a mi abuela, pero es inútil, no tengo ni una sola raya de cobertura.

¡No hay cobertura en este maldito monte!

La respiración se me agita y creo que comenzaré a hiperventilar cuando escucho los pasos de alguien en los escalones.

Me giro conectando con los verdes de Theo y cuando ve mis intentos por tomar una bocanada de oxígeno tras otra, se apresura adentro sin siquiera sacarse los zapatos.

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