Capítulo 4

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Igual que un Dios griego

La luz de los primeros rayos de la mañana me despiertan mientras me estiro perezosamente en la cama

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La luz de los primeros rayos de la mañana me despiertan mientras me estiro perezosamente en la cama.

A travéz de la puerta del balcón, que dejé abierta anoche, corre una ligera brisa que me invita a seguir durmiendo. Pero decido que dormí lo suficiente. Además, ya estoy despierta y mi estómago lo sabe.

Mientras bajo los escalones me llega el olor al café y la risa de mi abuela.

—Buenos días cielo. —me saluda mientras paso por su lado a coger un vaso con agua.

—Buenos días. — le devuelvo el saludo con la voz algo ronca.

—Hay café recién hecho, guafles, zumo de naranja y frutas — me indica mientras sale por la puerta de atrás —. Estamos en la terraza tomando el desayuno, por si quieres unírtenos.

Me preparo una gran taza de café con leche, y sé que muchos me odiarán por lo que diré a continuación, voy a la hielera y le pongo unos cuantos cubos. Sí, ¡me encanta el café frío! No lo tomo siempre así, pero lo prefiero.

Salgo a la terraza. ¡El día promete, sí que sí! El sol está brillante, el aire fresco y el clima cálido. Me siento a la mesa al tiempo que me sirvo unos guafles y tomo el tazón que tiene las fresas.

—Hay más frutas además de las fresas, no es necesario que te las comas todas. —menciona la abuela al tiempo que me dedica una mirada de advertencia.

Ella sabe que si no me controla sería capaz de acabar con todas las fresas del tazón.

Desde pequeña siempre ha sido mi fruta preferida, y todo lo que huela a fresas simplemente me encanta. Soy de esas personas que colecciona lo que le gusta. Mi shampoo, cremas y alguna que otra fragancia son de fresa. ¡Soy súper fan!

—Abuela cuando termine mi desayuno cogeré la bici e iré a la ciudad a dar una vuelta. ¿Te hace falta algo?

—Pues además de fresas — señala el tazón casi vacío — te daré una lista de algunas cosillas que necesito para mañana.

—¿Qué sucede mañana?

—La venta de pasteles anual. — termina de decir Ephrain.

—¡Cierto! Había olvidado que era por estas fechas.

Cada año realizamos una venta de pasteles entre diferentes familias de la comunidad y el dinero recaudado lo donamos al orfanato de Jacksonville. Es una gran celebración en la que se nos unen muchos turistas desde ciudad.

—¿Ya sabes que harás? —le pregunto a la abuela con tono ansioso.

— Chocolate, mucho chocolate. —me guiña un ojo.

—Entonces traeré fresas, muchas fresas —digo al tiempo que me levanto con intenciones de ponerme en marcha.

—¿Por qué no te llevas el coche? — me detiene.

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