Capítulo 2 - El faro en la colina

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Su hijo ya llevaba días desaparecido. La tierra se lo había tragado y ni los huesos había escupido. No existían rastros más que su cachila destruída por la rama de un enorme árbol. Junto al automóvil, yacía el cuerpo sin vida del chofer que por tantos años los había acompañado.

En la mansión Ferreira todo era un caos. Las salas se habían oscurecido aún más de lo que ya lo eran. La señora Nora no quería ni abrir las cortinas, tampoco dejaba que sus empleados hicieran las labores domésticas del día a día. El polvo ya se estaba apoderando no solo de las cortinas y de los añejos muebles importados. La suciedad ya no permitía ver los antiquísimos platos de porcelana que posaban dentro de los lujosos muebles del enorme comedor.

No era un secreto para los sirvientes que aquella casona necesitaba de ostentaciones y limpieza frecuente para tapar el velo pesado de amargura que se solía respirar por sus pasillos. Misma angustia y soledad que azotaba ahora a la señora de la casa, una mujer ya pasada de veterana que nunca hacía acto de presencia sin sus enormes vestidos oscuros y el sorongo que recogía su cabello platinado.

Aquella mujer temía lo peor. Los policías ya le habían dado a entender que su hijo habría sido víctima de un ataque feroz a las afueras del barrio Punta Carretas. Su leal chofer estaba sin vida, pero el cuerpo de Manuel no había sido hallado, por lo que aún vivía una pequeña esperanza que, aunque se marchitaba con el correr de los minutos, las horas y los días, un rayito de esperanza quedaba dentro de un corazón tan marchito y lleno de polvo al igual que el resto de su casona, tan sola sin la presencia de su amado hijo.

El corazón de una madre es sabio, posee una magia particular que no se encuentra en otro lado. Y es que Manuel era una parte de ella que vio florecer con los años y convertirse en el hombre que tanto orgullo le daba. Él era su mayor creación, la que dotaba de vida su existencia. Y así como podía intuir cuando estaba triste, preocupado o decepcionado por algún amor; también podía percibir un paro en sus latidos cuando sentía que su hijo estaba en peligro. Esa sensación horrenda la apabullaba al no tener noticias de Manuel. Aunque no hallaran su cuerpo, ella tenía la certeza de que su vida estaba en peligro. Y sus sospechas finalmente fueron confirmadas cuando recibió el telegrama que la dejaría con el corazón en la boca.

—«Tenemos a su hijo. Diez mil pesos para mañana cerca del faro de Punta Carretas, o muere» —leyó Nora con una preocupación que rápidamente se tradujo en furia. El amarillento telegrama no tenía remitente, sólo un sello con la heroica imagen de Artigas y la marca del correo postal.

Nora temblaba, mas no de miedo, sino de rabia. Su hijo había sido secuestrado. Quién sabe cuántas salvajadas estaría soportando todos estos días. Manuel estaba en manos de gente peligrosa, y era su deber rescatarlo. Sin embargo, sus métodos eran poco ortodoxos. Cualquier persona en su sano juicio hubiese accedido al chantaje. Pero Nora era una persona de armas tomar. Se habían metido con lo que más ha amado, y debían pagarlo caro.

***

El tiempo parecía haberse detenido en aquella cabaña con olor a tierra mojada y agujeros en el techo. Manuel ya no sentía las manos de tan amordazadas que estaban. Se había cansado de luchar. Asumió que su muerte sería en aquel lugar inmundo, abandonado y olvidado incluso por Dios. Tal vez se lo merecía. Por las noches miraba hacia las estrellas intentando encontrar a su creador para expiar sus pecados en vida; por el día, apreciaba la belleza de su verdugo. Aquella mujer feroz de cabello oscuro y ojos celestes como el cielo que se asomaba tímidamente ante sus ojos. Solo que aquella mujer tenía poco de tímida. Tal vez para él, era deshonroso terminar en manos de alguien como ella. Su misión era pisotear sus sueños hasta que ya no le quedaran ganas de respirar. Pero ahora se encontraba a merced de aquella fémina que no lo dejaba partir. Puede que se estuviera enamorando cada vez que ella le da de comer, de beber, y lo mira con suspicacia.
Tal vez sienta excitación cada vez que ella le habla como a un trozo de mierda. No entendía lo que le estaba sucediendo, pero era sin igual. Sabía que estaba en manos de una asesina que no dudaría en acabar con él en cuanto no obtuviera la cantidad de dinero que quería por su vida. Pero su mente ya no distinguía entre claro y oscuro, era consciente que una vez que obtuviera esa plata, desaparecería de su vida. Y no estaba seguro de querer eso, quizás ella siempre ha sido a la que estaba buscando. El veneno que podría curar su propio mal.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora