Capítulo 43 - El tablero de ajedrez

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Una nueva mañana se asomaba por el internado. Una mañana con olor a victoria para Irene, quien se siguió desde temprano con una sonrisa de satisfacción en el rostro típico de alguien que estaba logrando conseguir sus objetivos. Para ella el internado era un tablero de ajedrez, en el que movía a las personas como si fueran meras fichas de su juego perverso, en el que pronto haría el jaque mate definitivo. Tenía a las monjas bajo su poder, y completamente obnubiladas por sus palabras dulces en las que confiaban casi con una fé ciega, y aquel día no iba a ser la excepción.

—Hermanas, muchas gracias por todo lo que están haciendo por estas niñas que tanto nos necesitan. De verdad que estoy inmensamente agradecida con todas y cada una de ustedes, y sé que Dios les recompensará por este sacrificio —Empezó diciendo Irene—. Confío plenamente en su trabajo, y les dejo a cargo el internado por un par de horas. Hoy voy al monasterio para ver cómo va la petición de un cura para practicarle el exorcismo a la pobre de María Victoria. Confío en que podremos salvar su alma de la bestia, pero por lo pronto les pido que por favor la custodien y no dejen que salga. Tampoco escuchen sus palabras, ya sabemos que el maligno tiene lengua de serpiente y no hay que escuchar nada de lo que diga —Les indicaba mientras las pocas monjas que la escuchaban asentían sin poner ni un pero a lo que decía—. Bueno, les dejo esa labor a cargo, prometo no tardará y espero tener noticias para todas. Que Dios las bendiga.

Sin embargo, cuando planeaba retirarse, se apareció doña Nora interponiéndose en su camino.

—¿Tiene mucha prisa, hermana? ¿O será que tiene un tiempito para un alma benefactora como yo? —Le preguntó con una sonrisa sarcástica, a la que Irene tuvo que ceder.

—Por supuesto, señora. Usted siempre es bienvenida.

Al llegar a la oficina, el aire se puso más denso.

—¿Y? ¿Averiguaste algo? —Preguntó Nora con cierta altanería.

—Más de lo que imagina.

—Entonces, ¿qué quiere?

—Digamos que su nuera le debe mucho dinero a Berenstein ... tiene un historial ... interesante —bromeó Irene, sin embargo a Nora no le hacía ninguna gracia—. El tipo no quiso hablar de negocios conmigo, pero al parecer su nuera era parte del burdel que él dirige.

—¿Un burdel?

—Clandestino ... parece que se trata de un fiolo que se ha enriquecido a costa de tener a mujeres como rehenes ahí. Y Josefina era una de ellas —Le descrita Irene.

—¡Dios! ¡En lo que se vino a fijar mi hijo! —Nora estaba horrorizada de saber la verdad—. Pero eso explica todo, por qué nos intentó robar ... el secuestro de Manuel, todo. —Ahora todo tenía sentido para ella—. Pero Berenstein debe tener un precio, no por nada tiene a Antonia secuestrada. Tengo que saber cuánto quiere y que esto no salga a la luz. Sería el fin de nuestra reputación si algo se sabe.

—Si me permite, señora ... creo que el precio de Berenstein aumentó ... bastante desde mi visita.

—¿A qué te referís?

—Verá ... el precio que debería que pagar por Antonia es invaluable. No se puede medir en pesos, sino en secretos.

—¿Qué secretos? Dejá de hablar en códigos y andá al grano.

—El que usted tiene en su poder y se niega a compartir. El que le ha dado todo lo que tiene y más. Digamos que Berenstein también quiere saber cómo tener al diablo a sus pies a cambio de muchas almas —Le confesó con la sonrisa cínica de siempre.

—¿Me estás traicionando, hija de puta?

—¡No le permito ofensas en esta casa de Dios, señora! Controle su temperamento por favor, y razone conmigo ... si usted nos da el secreto de cómo manipular las almas y entregárselas al diablo a cambio de poder, nosotros le entregamos a Antonia, y estamos a mano. ¿Vio? Es fácil y sencillo.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora