Capítulo 25 - Morir en la orilla

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El amanecer se asomó con rudeza por la ventana de Josefina. Lo último que recordaba era la cara del monstruo de Berenstein antes de nublarse su vista y luego fundirse en la oscuridad absoluta, donde solo oía una voz de ultratumba que le advertía sobre Manuel. Una voz que le repetía: no confíes en él, está maldito. Un aviso que le hacía ruido cada vez que lo veía a los ojos, y no podía distinguir quién era realmente.

—Josefina... ¡Josefina! —Manuel la trajo de regreso a la tierra una vez más—. ¿Se siente bien? Estuvo toda la mañana callada.

—Sí, sí... estoy bien —respondió ella titubeando. No se animaba a sacarse la duda sobre el pasado de su prometido.

—¿Pudo dormir bien anoche?

—Sí, como un bebé —Era el momento, debía preguntárselo—. Manuel, nunca me ha contado sobre sus antiguos amores.

—¿Qué quiere saber? —Josefina notó que se le cambió el rostro.

—No sé... ¿cómo han sido sus relaciones anteriores?

Un silencio incómodo se interpuso entre los dos antes que Manuel se decidiera a romperlo:

—Tuve algunas novias... como todo hombre. Las cosas... no terminaron bien.

—¿Qué pasó?

—Algunas relaciones no funcionaron, y otras nomás... se fueron.

—¿Así sin más?

—Sí, no sé si el problema fui yo, o qué pasó —confesó él agachando la mirada—. ¿Pero por qué quiere saber de mi pasado?

—Quiero conocer más a mi futuro marido.

—¿Y usted? ¿Ha tenido muchos pretendientes? Imagino que sí con lo bella que es.

—No tantos, tampoco he tenido una vida como para estar pensando en novios.

—Me gustaría conocer más de su pasado, todos tenemos uno.

«Créame que no quiere saber», pensó Josefina. Le aterraba que él descubriera sus muertos en el placard, y aunque intentaba con todas sus fuerzas mantenerlo cerrado, al parecer eran más de los que creyó poder sostener. La verdad podría salir a la luz en cualquier momento.

***

En el Estrella del Norte las cosas se estaban poniendo cada vez más turbias. Así lo notó Antonia, cuando luego de ser atendida por la enfermera notó a los policías dando vueltas y tomándole declaración a las monjas, de las cuales algunas de ellas lloraban como si una tragedia hubiera sucedido. No entendía lo que estaba pasando, pero no tardó demasiado en saber la verdad.
La directora había sido hallada muerta, de una forma brutal y sanguinaria. Lo último que Antonia vio de ella fue su mano colgando de una camilla en la que sería dirigida a su sepelio. No entendía lo que había sucedido, y cómo pudo terminar en aquel estado. Pero peor aún, no entendía por qué María Victoria era llevada al interrogatorio como si fuera una sospechosa de aquel crimen atroz. ¿Quién podría haber sido? No tenía idea, pero definitivamente María Victoria no sería capaz.

—María Victoria Álvarez, ¿correcto? —preguntó el policía bigotudo frente a ella.

—Sí —respondió ella asustada.

—Soy el oficial Antúnez. Estoy acá para saber quién fue que mató a la directora Libertad —Le explicaba mientras sacaba su cuadernito de anotaciones—. Contame, ¿cómo era tu relación con ella?

—Bien... normal —respondió María Victoria intentando ocultar el temblor de sus manos.

—¿Y con sus reglas? ¿Eras de seguirlas?

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora