Capítulo 9 - Las Ánimas

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«¡Te odio!»; «¡Todo es tu culpa!»; «¡Ojalá te mueras!», aquellas hirientes palabras resonaron una y otra vez como un disco rayado tocando una sinfonía infernal, a tal punto de colarse en las pesadillas de Josefina. La voz de Antonia la había perturbado durante toda la noche. La cruda realidad se apareció frente a sus ojos para mostrarle lo que se negaba a ver. No había sido buena hermana, aunque lo había intentado. La culpa la hizo despertar antes de tiempo, aunque su cuerpo seguía dormido e indefenso ante la materialización de aquello que anhelaba pero no estaba ahí. A través del minúsculo halo de claridad que se asomaba con el tímido amanecer, pudo observar a su hermana pequeña parada frente a ella gritándole cuánto la odiaba por no haber huido cuando podían; por no haberla escuchado; por haberla metido en otra prisión. Tal vez su idea de escapar no estaba tan mal. Seguirían siendo fugitivas del destino, pero libres.

Para Josefina, esa fue la mañana más triste en mucho tiempo. Se sentía sola y al vaivén de unas personas que querían manejar su vida manteniéndola de rehén en un castillo donde ella no era la princesa, sino la esclava de un engreído y falto de amor que encerró su corazón en una jaula llena de espinas.
Lo peor era que a aquel hombre que no amaba ni jamás iba a amar en su vida, tenía que verlo todos los días, desayunar con él todas las mañanas, soportar a la bruja de su madre, y llegado el momento: dormir con él. Aquel día no fue igual a los anteriores, pues Josefina había decidido sacarse la máscara por completo.

—¿Cuánto tiempo va a estar mi hermana ahí? —preguntó sin siquiera mirarlos a la cara.

—El que sea necesario para que salga bien educada —respondió la soberbia de Nora.

—Estoy segura que ella no le robó nada, señora —Aquella bruja parecía ignorarla, sentirla tomar el café la estaba poniendo de los nervios—. ¡Usted no puede decidir por ella! ¡Yo soy su hermana mayor y no me importa si no le gusta cómo la educo! ¡Yo la educo a mi manera! Y quiero que salga ya mismo de ahí, ¿me oyó?

—Josefina, tranquila —Manuel intentó poner paños fríos, pero terminó quemándose en el intento.

—¡¿Y vos no vas a hacer nada?! ¡¿Cuántos años tenés, que seguís haciendo lo que tu mamá te ordena?! —Josefina se levantó exaltada de la mesa, mientras la señora fingía que nada pasaba.

—Gritando no solucionamos nada, Josefina.

—¡¿Me estás cargando?! Estoy obligada a casarme con vos, no a que decidan hacer lo que quieran con mi hermana —Le advirtió Josefina. Ya no le importaba decir el asco que sentía por él.

—Tu hermana también participó del robo, tiene la misma culpa que vos, querida —añadió Nora echando más leña al fuego.

—Pero yo soy la adulta responsable. Háganme lo que quieran a mí, pero no se la agarren con ella —insistió Josefina—. No quiero que esté en ese lugar embrujado.

—¿Embrujado? —preguntó Manuel frunciendo el ceño.

—Sí. ¿Por qué creés que me encontraste llorando el otro día que fuimos? ¿Y la otra noche que vine hasta acá y los desperté? ¡Vos mismo me diste la razón! Acá y en ese internado hay algo que no es humano. No es normal.

—¡Pero qué ridiculeces estás diciendo, nena! —exclamó doña Nora alzando la voz—. Acá lo único extraño son vos y tu hermana.

—¡Madre! —Aquellas palabras hicieron explotar incluso a Manuel. La mesa se había convertido en una batalla campal—. ¡Deje de faltar el respeto, no lo admito!

—No es ninguna ridiculez lo que mi hermana y yo percibimos tanto en esta casa como en el internado. Y ahora quiero saber yo también, ¿qué esconden en la puerta de atrás? —preguntó Josefina desafiantemente.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora