Los gritos de María Victoria retumbaron por los pasillos oscuros mientras era llevada a rastras por las monjas, sin embargo, nadie parecía escucharla... o querer ayudarla. La muchacha sintió por primera vez el mismo terror que sintieron Antonia y Raquel cuando fueron llevadas como criminales a un castigo inimaginable. El mismo aguardaba por ella atravesando la capilla, en una puerta escondida donde había una sala que funcionaba como depósito. En el medio, había una tabla con dos círculos que retenían sus muñecas y la obligaban a estar de rodillas mirando hacia la nada. Aunque intentara zafarse, le era imposible, de igual modo que era imposible librarse de las miradas inquisitorias de las monjas.
—Tenemos que exorcizarla nosotras, no hay tiempo —propuso una de ellas.
—No, eso es tarea de un cura. Nosotras no debemos desobedecer a la iglesia —dijo Irene—. Tampoco la policía tiene que verse implicada en esto, ya sabemos lo que pasó la última vez.
—El maligno va a acabar con nuestro hogar sagrado... ¡Dios nos salve! —Se lamentaba otra de las monjas.
—Cálmense, vamos a tenerla acá hasta mañana y vemos lo que hacemos.
—Pero directora... tenemos que avisar a la policía, hay dos personas muertas en la enfermería.
—Si la policía se sigue enterando que hay más muertes acá, nos van a cerrar nuestro internado. Y acá hay muchas niñas que no tienen a dónde ir, y a las que hemos acogido para darles una educación y un futuro. Les estaríamos quitando esa chance, querida —dijo Irene, parecía tener las palabras correctas para persuadirlas a todas.
—¡No le crean! ¡Ella fue quien las asesinó! Por favor, tienen que creerme —Las interrumpió María Victoria al borde del llanto.
—No nos vas a engañar, demonio. Ya lo hiciste una vez y escapaste– ¡No vas a volver a hacerlo! Nosotras estamos entregadas a Dios, todas, por lo que nuestra fé es más fuerte que tus mentiras —bramó Irene con una mirada desafiante.
Todas las demás monjas parecían cegadas por su lengua de serpiente, dejándola condenada al encierro absoluto, al menos por aquella noche en que sobrevivir sola, con frío y miles de miedos sería todo un desafío. Sus pensamientos se habían vuelto ecos en la oscuridad, tanto que podía sentirlos materializarse detrás de sí. Los pasos arrastrándose en el suelo le generaron un escalofrío aterrador al percatarse que al parecer había alguien más junto a ella en la opresiva negrura del ambiente. María Victoria intentó averiguar si había quedado alguien más junto a ella, pero no obtuvo respuesta alguna más que el silencio. Con el pasar del tiempo sintió cómo lentamente su corazón subía desde el pecho hacia la garganta; sentía que la respiración se le cortaba del miedo y que sus sentidos se paralizaban hasta llegar al momento cumbre cuando la luz de una vela irrumpió en la oscuridad. Del pequeño candelero emanaba una luz tenue que no dejaba ver casi nada en la oscuridad más que su llama flameante.
—¿Quién está ahí? —preguntó María Victoria intentando agudizar la vista, sin embargo, no veía más que oscuridad y una vela encendida que alguien incógnito sostenía en las sombras —. ¡Voy a llamar a las monjas, responda por favor! —Su respiración comenzaba a agitarse. Intentó zafarse de la picota que mantenía sus muñecas prisioneras, pero cualquier esfuerzo era inútil.
Su corazón lo sentía en la punta de la lengua, desangrándose y dejando el sabor horroroso del miedo oxidado por toda su boca. Por más que forcejeara, por más que pateara la tabla para salir corriendo de allí, no había forma de huir de la oscuridad. La única llama encendida en aquel estrecho lugar, resultaba aún más oscura e incierta que las sombras que la rodeaban. Lo que sea que estuviera escondido detrás de su tenue luz no era bueno. Al contrario, era silencioso y parecía alimentarse del temor de la niña amarrada a una tortura psicológica imposible de soportar. Los gritos no servían de nada, nadie quería escuchar a la hereje que acababa de dejar un río de sangre tras sus pies. Parecía que su sombra la había abandonado, y nada podía hacer ante aquella presencia incógnita que estuviera sosteniendo la vela en las penumbras, misma que comenzó acercarse lentamente hacia ella. Los gritos y la expresión de horror en el rostro de María Victoria eran inexplicables, jamás había sentido en su vida algo semejante, y estaba convencida de que aquello se trataba de algo más que no era humano. El sonido de los pasos parecían ser de alguna bestia imponente que no se dejaba ver, y que causaba un eco aterrador cada vez que avanzaba hacia ella. María Victoria no quería mirar, sólo se encomendó a Dios como última esperanza de salvar su vida. Sin embargo ya era muy tarde. Detrás de sus trenzas podía sentir una respiración fría como el hielo del Norte, un suspiro que emanaba muerte y le causaba escalofríos, hasta que algo tironeó de sus cabellos obligándola a ver hacia atrás y constatar que lo que estaba allí no era humano. Detrás de la vela, pudo ver los ojos dorados del diablo mirando fijamente a su alma, la cual sintió que quería salir de su cuerpo al escuchar el susurro aterrador e inentendible del maligno. No obstante, su fé era más fuerte, y al diablo no le quedó más remedio que lanzar un alarido de horror y de rabia contra ella. Lo último que pudo recordar, fue su cabeza siendo golpeada contra la tabla que la mantenía prisionera, con una fuerza tal que la dejó inconsciente por el resto de las horas siguientes.
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Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)
Horror¿Qué serías capaz de hacer para evitar algo marcado por el destino? Josefina tuvo que cambiar su felicidad por la libertad. Manuel le propuso tener un matrimonio a cambio de liberarla de su condena. Él la ve como una muñeca; ella como su próximo jug...