Capítulo 24 - Enfrentando al pasado

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El resto del día se había hecho insoportable para Josefina, aguantando las risas, las miraditas indecorosas del cerdo de Berenstein y sus comentarios siempre tan fuera de lugar, pero que como buena futura esposa y además de un político, debía aguantar sin decir nada. Definitivamente aquel estaba lejos de ser su ambiente, y su mente lo sabía. Sabía que no estaba en ese lugar, ver a aquel tipo sentado en la misma mesa le traía recuerdos tormentosos, como la vez que más cerca estuvo de huir de él.

Lo recordaba bien, era una noche tormentosa y fría. Las gotas gélidas se escurrían por su ropa como un hielo desgarrador que le generaba escalofríos a cada momento. Josefina sabía que aquel escape era un viaje de ida que no podía por nada del mundo tener un boleto de vuelta. Eso significaría un tiro en medio de la frente por tener el coraje de desafiar a ese monstruo que la mantenía en su burdel de los horrores contra su voluntad.
Josefina estaba dispuesta a huir, corrió con todas sus fuerzas sin mirar atrás, pero antes, debía salvar a su familia de las garras de aquel tipo. Una familia a la que tenía mucho que reclamarle por venderla como si de un trozo de pan se tratara, pero que al fin y al cabo seguían haciéndose cargo de la única persona que sí le importaba en la vida, su confidente y hermana Antonia. No podría perdonarse si algo le pasara a ella. Josefina corrió, corrió como si su vida se fuera en ello. Los relámpagos del cielo parecían lentos a su lado, sin embargo no alcanzó a ganarle al mal. El mal era veloz; era sigiloso; tenía ojos en todas partes, y tentáculos dispuestos a alcanzarte a donde quiera que te escondas, y una vez que te encontrara, se enroscaría en tu cuello hasta dejarte sin aire. Así se sentía Josefina al llegar a su casa y encontrar al maldito de Berenstein apuntando con un arma a la cabeza de sus padres, quienes se encontraban arrodillados. Había caído en la trampa para el ratón, donde el gato fue más listo y se pudo anticipar a lo que haría. Sus padres lloraban suplicando con miedo por sus vidas, pero Berenstein parecía ignorarlos, frío como una serpiente a punto de comerse a su presa. Lo último que Josefina vió de ellos fue su mirada envuelta en lágrimas.

—¿Qué hiciste, Josefina? —Le reclamó el padre justo antes de sentir el frío cañón del arma en su nuca.

El primer disparo fue para él, y el segundo para su madre. La sangre de ambos se confundió con los charcos de agua que se formaban en el suelo, formando un río de sangre que desembocaba en los pies de Josefina, la cual gritaba y lloraba atónita al verlos morir. No obstante, aquello no fue lo peor que le tocó vivenciar. Antonia había sido atrapada por Berenstein y sus matones. Verla llorar por sus padres le rompió el corazón. La peor de sus pesadillas se había hecho realidad, y aunque creía que Antonia correría con la misma suerte, en ese momento comprendió que hay destinos peores que la muerte.

—¿Venís, o te la traigo en dos horitas? —Le dijo Arturo sosteniendo su paraguas negro e invitándola a subir a su cachila.

Josefina no tuvo más opción que ir con ellos y con su hermana aterrada de regreso al infierno del que intentó huir. Aquel donde las mujeres fingían una sonrisa cada noche mientras escondían sus lágrimas con maquillaje. Sin embargo, aquella noche era distinta. Ninguna sonrió al verlas llegar, sus caras fueron de pena; otras de horror; y algunas de rabia. Los únicos que rieron al verlas fueron Arturo y sus matones, quienes parecían celebrar su regreso.

De la misma forma en que celebraban y reían los Ferreira junto a él, entre un par de copas y un banquete que le habían preparado a ese cerdo. Josefina no veía la hora en que aquella tortura terminara de una buena vez.

—Josefina, ¿se siente bien? —preguntó Manuel—. La veo bastante distraída. ¿Quiere irse a dormir?

—Estoy bien.

—Está bien, sí. Si conoceré a las mujeres... toda mi vida estuve rodeado de ellas —interrumpió Arturo con ese torno burlón que tanto odiaba Josefina—, cuando hablan mucho, te reclaman; cuando están alegres se ponen medio hincha pelotas; y cuando están calladas es porque no les pasa nada —sentenció aquel cerdo, ofendiendo a Nora, pero sin moverle un pelo a Josefina, quien ya estaba acostumbrada a sus groserías—. Discúlpeme señora, no todas son así evidentemente. Creo que ya me voy porque ya es tarde.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora