El amanecer era gris y oscuro para Antonia, quien se había levantado adolorida y cojeando de la cama. Empezaba otro día de clases soportando lecciones que ya no le interesaban; viendo pasar las horas entre los bancos y las camas vacías de sus amigas de las cuales ni ella, ni la policía ni nadie tenía pistas. El tiempo transcurría lento incluso en los momentos en que antes parecía ir acelerado. En el patio las demás niñas jugaban y correteaban de aquí para allá entre ellas, pero Antonia se había aislado en un rincón donde solo su amargura la acompañaba. Tenía ganas de salir corriendo de aquel lugar, y no veía la hora de hacerlo. Sin embargo, aunque ella jamás pudiera adaptarse al internado, habían otras que sí, como la chica que se acercó a ella al verla tan sola. Era aquella gurisa de trenzas que presenció el horror que vivió Raquel antes de desaparecer.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—Mejor que nunca, ¿no ves? —respondió Antonia con un tono arrogante.
—No es la primera vez que la directora somete a alguna gurisa a esa tortura... otras cayeron en los clavos y tuvieron que llevarlas corriendo al hospital —confesó aquella chica que parecía saber mucho de lo que se hacía ahí—. Vos aguantaste mucho.
—Hubiese sido mejor ir a parar al hospital que estar acá.
—Te dije que enfrentándote a la directora no ibas a lograr nada.
—¿A qué viniste? ¿A decirme 'te lo dije'? —inquirió Antonia levantando la voz. Estaba harta de todos ahí.
—También. Y que perdiendo el control no vamos a resolver nada —manifestó la chica sin titubear—. Mirá, yo también he visto cosas, capaz más de las que vos has visto, así que te puedo decir que si queremos conseguir respuestas, tenemos que actuar juntas y sin llamar la atención.
—¿Y cuál es tu brillante idea?
—Tratar de descifrar un mensaje —confesó cuando oyó unos pasos acercándose a ellas que les impidió seguir hablando.
—María Victoria, que bueno que le estés haciendo compañía a Antonia, es bueno para ella —dijo la hermana Irene—. ¿Nos dejarías un ratito a solas?
—Sí, hermana —dijo la chica, quien ya no le resultaba anónima a Antonia—. Bueno, ya sabés mi nombre. Nos vemos.
Antonia no quería ni mirar a Irene, veía a la traición en su mirada, la mentira que no debía ser dicha bajo su palabra hacia Dios, y la complicidad hacia la infame directora.
—A ver esas heridas, Antonia. Me contaron mis compañeras lo que te hizo la directora.
—¿Por qué me mintió? —La increpó mientras la novicia revisaba los vendajes.
—No quería meterte en problemas, Antonia —respondió Irene titubeando, no se atrevía a verla a los ojos.
—Flor de trabajo hizo, ¿no? Usted tiene un compromiso con Dios, con la verdad, hermana. ¿Cómo pudo mentirme mirándome a los ojos? —Le preguntó indignada.
—Intentaba protegerte.
—No, usted no quería protegerme. Intentaba protegerse a sí misma. Prácticamente se lavó las manos —bramó Antonia.
—Las monjas tampoco tenemos elección, Antonia. No creas que estamos por encima de ustedes.
—¿Dónde está Raquel?
—No sé dónde está. La vi en el bosque cercano, intenté traerla de regreso pero no pude. Ella ya no es Raquel, Antonia.
—¿De qué habla?
—La última vez que la vi a los ojos, estoy segura que vi al diablo en su mirada. Ya no queda nada de la Raquel que conocimos.
—El diablo no es más poderoso que Dios, hermana —argumentó Antonia, le sorprendía que una monja hablara así, con tanta falta de esperanza—. ¿Qué fue lo que pasó aquella noche?
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Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)
Terror¿Qué serías capaz de hacer para evitar algo marcado por el destino? Josefina tuvo que cambiar su felicidad por la libertad. Manuel le propuso tener un matrimonio a cambio de liberarla de su condena. Él la ve como una muñeca; ella como su próximo jug...