Capítulo 4 - Palacio de suspiros ahogados

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No sabía lo que podía esperar de todo esto. Cualquier chica en sus zapatos podría habérselo tomado como el príncipe azul en busca de la dama del tacón perdido. ¿Cómo puede ser que para ella hubiera calzado después de todo lo vivido? Para cualquiera sería un sueño que alguien le rescatara del abismo para llevársela en una carroza a vivir felices por siempre a su palacio. Pero para Josefina era distinto. Aunque por fuera pareciera que la estaban rescatando, en realidad se estaba salvando a sí misma. Él no era un príncipe azul, era un monstruo con el que debía convivir para salvar a su hermana. Y el palacio no era un destino de ensueño, sino otra prisión con cortinas de seda y faroles luminosos para apaciguar la oscuridad que se sentía en aquel palacete donde la esperaba la bruja del cuento: doña Nora Ferreira.

—Al fin llegamos, Josefina —Le dijo Manuel con la misma sonrisa amable en su rostro que tanto le fastidiaba—. ¡Madre! Ella es Josefina. Bueno... creo que ya se conocieron pero no en condiciones normales.

—Así es querido, ¿cómo podría olvidar ese par de faroles? —Le dijo Nora con una sonrisa condescendiente, detrás de ella estaban los sirvientes con la cabeza mirando hacia el suelo—. ¡Qué ojazos tenés, nena! Lo atrapaste de todas las formas posibles a mi hijo, eh —bromeó sarcástica, incomodando aún más a Josefina—. No lo culpo.

—Sí. Creo que los dos estamos igual de locos... usted sabe cómo soy yo, madre —respondió Manuel intentando romper el hielo duro e incómodo que había en la sala principal—. Alí, llevá todas las pertenencias de Josefina a nuestro cuarto. Gracias.

Al escuchar ese nombre, los dedos de Josefina se retorcieron intentando contener el odio que sentía por ese tipo. Él era el mismo que le había disparado a Antonia, y por su culpa estaba condenada a estar presa en aquel lugar, pagando una deuda de vida difícil de saldar. Ahora podrían estar muy lejos de aquí, pero por culpa de aquel hombre debía fumarse a todas esas personas, y sin saber por cuánto tiempo más. «¡Calmate, Josefina! Solo les tengo que seguir el juego por un tiempo, nada más», se repitió a sí misma varias veces antes de fingir la sonrisa más falsa que había hecho en su vida.

Al caer la noche, aquella casona se sentía más triste y oscura que durante todo el día, y eso era decir mucho. Para Josefina les pareció de mal gusto la decoración tan opaca de aquel lugar. El cuarto de huéspedes en el que se quedaría hasta casarse con Manuel, tampoco era tan diferente a lo que se veía en el resto del interminable palacio. Una cama gigante de dos plazas, con grandes almohadones, cortinas a su alrededor y dos grandes ventanales que daban hacia el patio principal de la casa. Los sauces llorones que custodiaban la entrada parecían rendir pleitesía al castillo que se erigía frente a ellos, aunque sus ramas caídas combinaban con el aspecto casi lúgubre de todo el lugar. Esta gente no tenía mucho sentido del gusto al parecer, ni aunque tuvieran todo el dinero del mundo.
A pesar de no gustarle aquella habitación que parecía de anciano, se sentía algo a salvo pudiendo al menos reencontrarse consigo misma sin la presión de tener que fingir simpatía a ese par de chiflados. Rato antes de estar sentada frente a la ventana mirando hacia el jardín, se vio obligada a compartir la cena más incómoda de su vida con madre e hijo. Lo más vergonzoso no fue que no supiera para qué habían dos pares de cubiertos a ambos lados de su plato, sino el silencio sepulcral que inundaba la enorme sala donde comían. Cada uno parecía exhorto en sus pensamientos mientras cenaba, a tal punto que a Josefina le daba miedo cada vez que hacía ruido al comer y tener que soportar la mirada de reojo de la señora de la casa, quien enseguida le sonreía de forma complaciente y terriblemente hipócrita con la que parecía decir todo sin emitir tan siquiera una palabra.

Para su suerte, Manuel fue quien rompió el hielo nuevamente, anunciándole una buena nueva a la recién llegada: Al parecer, Antonia estaba mejorando de forma notable, y posiblemente en la mañana ya estaría en casa.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora