Capítulo 34 - Secretos oscuros

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Las horas pasaban para Josefina contemplando la lluvia torrencial de afuera mientras sus pensamientos se perdían en los relámpagos. La tormenta afuera era el reflejo de la que se había instalado en su mente desde hacía mucho tiempo, sin embargo era mejor ver hacia afuera antes que al interior, porque a este último le temía. Tenía pavor de seguir en aquella casa siendo acechada por fuerzas siniestras que aún no comprendía. Ni ella, ni Alí, quien la regresó a tierra en cuanto la vió sola y con la vista perdida.

—Señora, ¿está bien?

—¿Eh? Sí, Alí, gracias. Solo pienso en varias cosas.

—Quiero decirle algo rápido. La oí hablando con el señor Manuel sobre Fátima, le pido por favor que no le diga la relación que ella tenía conmigo —Le pidió él algo preocupado.

—No, tranquilo. No voy a decir nada.

—¿Qué más pudo averiguar en el internado? —preguntó él sosteniendo su sombrero.

—Solo me dijeron que hace años ella se casó con Manuel y desapareció... y por lo que me dijo él, creo que aún tiene esa herida de no haberla podido encontrar.

—Sí, algo escuché... solo venía a decirle que mantenga nuestro secreto. Y otra cosa... el otro día la vi entrando a la oficina de la señora Ferreira... por poco casi la descubren, eh.

—Si no fuera porque me salvaste la vida, no la habría contado. Gracias, Alí. Y sobre eso te quería hablar... encontré unas cartas escondidas entre las cosas de Nora. Se ve que es de algún familiar que le reclama sobre la muerte del señor Ferreira, de Juan José. Se trata de una tal... Concepción Ferreira que estoy segura que sabe cosas de esa bruja —confesó Josefina—. Tenemos que encontrarla... vos que no estás tan controlado por esta gente, ¿podés ayudarme a localizarla?

—Sí, señora. Voy a hacer todo lo posible, y cuando la encuentre la llevo hasta ella.

—Gracias, Alí. Y por favor andá con cuidado, si nos descubren estamos en el horno.

—No se preocupe. Hasta ahora me he movido con cautela con esta gente, sé como escabullirme. Con permiso.

Josefina se sentía intranquila, estaba segura que aquella mujer escondía secretos más oscuros de lo que podía percibir a través de sus ojos tan oscuros como su alma. Tan solo aguardaba el momento de conocer cara a cara el perturbador pasado de Nora Ferreira.


***

Mientras las horas iban pasando, el atardecer llegaba como una estampida de truenos en medio de un cielo aún más oscuro de lo normal. Raquel casi no veía nada en aquel galpón venido a menos en el que estaba encerrada, pero el miedo crecía. Sabía que había perdido unas cuantas horas intentando desatarse y que alguna que otra cuerda había podido cortar. Sin embargo, le faltaba unas cuantas más. Era difícil moverse cuando sus brazos apenas y los sentía de tan dormidos que estaban. A sus manos ya no las sentía suyas, lo que desencadenaba unos movimientos lentos y torpes. El dolor de sus brazos cansados y el desgaste mental también eran un factor importante de tantas horas de intentar y aún no poder desatarse. Irene la había amarrado muy bien por si en alguna de esas intentaba escapar. Pero Raquel no se rendía fácil. Su determinación era más fuerte que cualquier cuerda que la quisiera detener. Así pasaron un par de horas más, hasta que al llegar la noche finalmente pudo deshacerse de las cuerdas que retenían sus manos. Luego de un leve descanso, y de recuperar la sensación de sus brazos, terminó de desatarse del todo. Ponerse de pie fue una tarea poco fácil, sus piernas también temblaban de tanto tiempo de llevar amarradas y sin una buena circulación. Su vista aún no se acostumbraba a la oscuridad casi absoluta del lugar en la que veía estrellas a cada rincón que mirara. Llevaba días comiendo mal y siendo maltratada, por lo que se hacía realmente difícil siquiera mantenerse en pie. Aún así, sería sencillo salir si la puerta por donde Irene entraba y salía estuviera abierta. Pero no había nada que pudiera abrirla. Solo le quedaba una salida, y estaba a unos metros de altura de ella. Para llegar a la pequeña ventana, debía primero pasar por una montaña de baratijas y objetos oxidados. Aunque estaba descalza y no veía bien por dónde pisaba, Raquel de igual forma se aventuró. Los objetos temblaban y algunos se caían con su peso. Debía moverse con cuidado para poder llegar, y aquello no era sencillo de conseguir con los dolores que sentía en su cuerpo. Los metales herrumbrados lastimaban su piel sin piedad, haciéndola tambalear a cada paso que daba. La desesperación por salir se incrementaba, haciéndola tambalear ante el mínimo paso en falso que diera. Nada le importaba más que salir de aquella ratonera, y su imprudencia por subir hundió una de sus piernas entre los escombros oxidados. Raquel lanzó un grito de dolor al sentir un clavo ultrajando la planta de su pie, y de un instante a otro cayó al suelo junto a gran parte de la montaña de baratijas encima de ella. Aún con el dolor por todo su cuerpo, pudo sacarse los metales oxidados de encima, pero el que más le costó era el que estaba incrustado en su pie: un clavo grande y filoso que salía de un trozo de madera. Raquel temblaba de tanto dolor que sentía al intentar sacar el clavo de su pie, pero aunque lo intentara, solo podía hacerlo lentamente porque su cobardía no le permitía soportar más dolor del que ya había sufrido. Así fue perdiendo un largo rato, hasta que sacó aquel clavo terriblemente oxidado en medio de muchos alaridos agonizantes. Aunque quisiera descansar, no podía hacerlo. El tiempo era clave para escapar de allí, por lo que se arrancó un pedazo de su camisón sucio y envuelto en la herida de su pie, nuevamente comenzó a escalar la montaña de basura hasta llegar a la ventana. Esta vez sí pudo llegar, con cuidado lo logró, y con un caño que encontró en el camino rompió el vidrio para poder pasar. La ventana era bastante estrecha, pero lo suficiente como para que pudiera pasar, aunque no sin antes sufrir varios cortes de los vidrios puntiagudos que habían quedado en el marco de la misma. Raquel estaba rota, desahuciada, y con mucho temor, pero aún con todo en su contra, había logrado escapar. Ya nada podía detenerla, y había llegado su momento de obtener revancha. Lo único que se reflejaba en sus ojos... era odio.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora