Capítulo 28 - Cartas al olvido

40 13 2
                                    

—Golpe, línea... línea, y tres golpes... —repetía Antonia, intentando memorizarse el alfabeto que acababa de descubrir.

Las correteadas por el patio o el sol del otoño haciendo brillar sus cabellos no le importaban. Estaba sumergida en los libros que había tomado prestados, sin embargo, unos pasos acercándose la obligaron a volver a la realidad.

—¿Qué hacés? —Le preguntó María Victoria.

—Intento estudiar el código que me dijiste, tengo que saber lo que nos quieren decir. Capaz así también pueda encontrar a mis amigas.

—¿Y cómo vas con eso?

—Maso... —confesó Antonia algo frustrada.

—A ver, dame el libro. Esto lleva tiempo y práctica, así que tranquila —María Victoria se sentó junto a ella con el libro entre manos—. Vamos a empezar con las primeras tres letras, ¿tá? —Antonia asintió—. Decime la letra A.

—Golpe, línea.

—Bien. ¿La B?

—Línea, y tres golpes, creo.

—Sí. ¿Y la C?

—Línea, golpe... —Antonia comenzó a dudar sobre la secuencia de ruidos—, ¿golpe, línea?

—No.

—¿Golpe, dos líneas, golpe?

—Tampoco.

—¿Línea, golpe, línea, golpe?

—Ahí sí. Te recomiendo que te lo anotes en la mano y todos los días practiques. Después que más o menos lo domines, te voy a poner a prueba con palabras cortas.

—Gracias —respondió Antonia muy seria.

—¿Qué te pasa? Tenés cara de estar frustrada.

—Me cuesta concentrarme —admitió Antonia—. ¿Creés que la hermana Irene nos pueda ayudar?

—Es la única cuerda de las viejas esas, y la más receptiva a nuestras opiniones. ¿Por qué creés que no nos ayudaría?

—No sé, ya me mintió antes y no le tengo mucha confianza.

—Igual hay que tener en cuenta que estaba gobernada por la antigua directora, y no podía hacer mucho aunque quisiera —Le explicó María Victoria—. Aparte que era una situación muy grave, dudo mucho que quisiera asustarnos a todas con lo que esa noche sucedió.

—Sí, puede ser.

—No perdemos nada con intentarlo. Ella sabe que el diablo ha estado esparciendo el mal en el internado, y ha sido el responsable de algunas desapariciones, así que supongo que nos va a apoyar.

—Sí, pero dame tiempo para hablar con ella —Antonia había aprendido por la fuerza a observar a las personas antes de actuar, lo que la había vuelto bastante desconfiada con todo el mundo.


***

Aquella mañana Josefina se levantó con otro fuerte dolor de cabeza, como si algo le hubiese tironeado fuerte de sus cabellos sin haberse dado cuenta. La vista estaba algo borrosa al igual que el recuerdo de sus padres, a quienes los había soñado con un rostro difuso, casi derretido. Apenas tenía recuerdo de ellos, y eso le asustaba de sobremanera. Algo muy serio estaba sucediéndole, susurrándole al oído, del mismo modo que le susurraba la presencia fantasmal que la seguía con su respiración agitada, aquella que conseguía helarle la piel en un escalofrío aterrador.
Entre alejamientos y suspiros que se sentían cada vez más cercanos, Josefina fue guiada esta vez a un lugar diferente que a la puerta del fondo: a la oficina de la señora Nora. Parecía la ocasión perfecta para husmear entre sus cosas. En mucho tiempo se había quedado sola. No había rastro de los Ferreira, y los sirvientes estaban ocupados en sus tareas. Por lo que —con el corazón en la boca—, Josefina se adentró en aquella habitación. Era enorme, con muchas estanterías llenas de libros, documentos, dos ventanales que daban hacia un jardín y un escritorio con un bar en forma de globo terráqueo justo en un costado. En uno de los sillones cerca de la ventana, una muñeca con su casi indistinguible sonrisa de porcelana la vigilaba mientras Josefina se disponía a revisar algunos documentos que estaban desparramados en el escritorio. No encontró mucho más que papeleos sueltos sin importancia. Sin embargo, los cajones que se encontraban debajo estaban cerrados con llave. Una llave que no parecía estar por ningún lado. El tiempo parecía agotarse en una búsqueda del tesoro que no iba hacia ningún lado. No obstante, Josefina decidió fijarse en el globo terráqueo que estaba cerca del escritorio, recordaba que Berenstein tenía uno igual en su oficina y que se abría a la mitad cuando quería ofrecerles alguna bebida cara a sus invitados. El de doña Nora no era diferente, sin embargo, entre algunos vasos y pequeñas botellas de alcohol, se escondía lo que estaba buscando. Parecía un lugar "inofensivo" donde esconder una llave. Tan sospechoso como la muñeca que la vigilaba sentada cerca de la ventana, le daba escalofríos con solo verla. También al ver hacia la puerta e imaginar unos pasos acercándose. Las pisadas de los sirvientes retumbaban tanto por toda la casa que podía sentirse descubierta en cualquier momento. El miedo era más plausible con cada minuto que corría, pero aún así, Josefina se decidió a revisar todos los cajones, hasta que encontró unos documentos recientes con la firma de quien pareciera ser el padre de Manuel: Juan José Ferreira.
«¿Por qué falsificaría su firma?», pensó Josefina, cuando escuchó unos pasos acercándose que le estremeció por completo, obligándola a esconderse debajo del escritorio.
La puerta se abrió, y sintió unas pisadas sigilosas merodeando por el piso de madera. Tenía el corazón en la boca. Si la descubrían, sería su fin. Fueron los minutos más letárgicos en mucho tiempo, donde respirar la hacía sentir en peligro de ser descubierta. No obstante, una voz a lo lejos fue su salvación: Hey, vos, vení. Necesito que me ayudes con el auto —Era la voz de Alí que venía a salvarla en el momento justo.
Al quedarse nuevamente sola en aquella oficina, aprovechó para tomar unas cartas que estaban al fondo del cajón cerrado con llave y que iban dirigidos a doña Nora.
El miedo aún le palpitaba en el corazón, pero fue solo ver a la muñeca que sintió como si el mismo se le saliera por la boca. Aquella muñeca de porcelana parecía haberla seguido con la mirada, pero lo más espeluznante era su sonrisa, que ahora era de oreja a oreja y mostrando los dientes, como si estuviera viva por dentro. Pero Josefina sabía que nada bueno podría estar dentro de aquella muñeca fantasmagórica, por lo que huyó despavorida de aquel lugar sin mirar atrás.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora