Introducción

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Montevideo, 1930 - Internado Estrella del Norte

La noche era tormentosa. Cada rayo azotaba a la tierra como un látigo ardiendo proveniente del cielo. El firmamento estaba cubierto de ira. Alguna fuerza celestial parecía tener la intención de castigar a quien osase a poner un pie en la intemperie.

Esa noche Ana no podía dormir. A través de su ventana veía al mundo venirse abajo. La habitación —donde varias niñas intentaban descansar—, se iluminaba con un resplandor fantasmal que haría estremecer a cualquier espectro que se atreviera a levantarse de su tumba a echar una vuelta. Los truenos se comportaban de una forma muy extraña, parecían verse atraídos por un sendero, arrasando con todo a su paso. Además de su estruendo, Ana pudo sentir unos golpes rotundos en la entrada al instituto. Un pedido de auxilio, y un llanto desahuciado.


Aquella noche la luz se había ido, sin embargo, Ana pudo divisar destellos de una suave luz colándose por debajo de la puerta. Aquella niña de cabellos cortos corrió asustada hacia su cama, y fingió estar dormida, al igual que sus otras compañeras. Asomando un ojo de entre sus sábanas, pudo espiar a la directora corroborando con vela en mano que todas estuvieran dormidas. Si aquella mujer la llegaba a descubrir despierta, su castigo podría ser más severo que la tormenta sucediéndose afuera.

Ana esperó hasta que aquella veterana mujer de rasgos desafiantes en la cara desapareciera; para aventurarse hacia los oscuros pasillos. No era normal que a esa hora hubiera movimiento. Empero, aunque Ana fuera tan valiente a su corta edad, no se animaba a andar a oscuras por esos pasillos chirriantes del instituto. Ir con su mejor amiga le daría, tal vez, un poco más de confianza.

—¡Isabel... Isabel, despertate! —susurró Ana con suaves golpecitos que surtieron efecto.

—¿Qué...? —musitó su amiga sin entender nada, y un tanto molesta por haberla despertado.

—Algo está pasando afuera, acompañame a ver.

—Ya es tarde Ana. Si nos descubren nos van a matar —Le advirtió Isabel, intentando que su amiga entrara en razón. Mas fue en vano—. Solo hay mucha lluvia afuera, dejá de ser miedosa y andá a dormir.

—No, no, no es eso. Escuché unos llantos y hay varias personas afuera. ¡No me dejés sola Isabel, por favor!

—Capaz alguien se lastimó... —Ana la interrumpió despertando una curiosidad que podría ser peligrosa, pero que si no la resolvía, esa noche no volvería a conciliar el sueño.

—Oí gritos pidiendo ayuda. Acompañame a ver, nada más. Vemos qué pasa y nos volvemos rápido a la cama.

La noche era propicia para vivir en carne propia alguna de aquellas historias de terror que tanto les gustaba contar a las niñas de su edad a oscuras y cobijadas por una sábana. Narrarlas era divertido, un tanto aterrador a veces. Pero adentrarse en los confines del misterio, sabiendo que detrás de cada recoveco oscuro se podría ocultar el horror más inimaginable, no les parecía tan gracioso. Al contrario, les helaba la sangre. Transitar por aquellos pasillos añejos era un desafío. La oscuridad se extendía como una niebla lóbrega que no les permitía ver más allá de sus narices. Ir juntas de la mano les daba una extraña sensación de seguridad... la misma que se podría sentir al dormir con la luz encendida o utilizando las sábanas como escudo ante los monstruos debajo de la cama. Ana llevaba con ellas a su inseparable muñeca Luli, la cual sostenía con su otro brazo simulando que era otra persona en esta aventura.
Los truenos y relámpagos —que en su naturaleza intimidante podrían espantar hasta a un muerto—, resultaban ser sus mejores aliados. La luz fantasmagórica que reinaba por segundos y su estruendoso eco, eran un alivio frente al no saber qué podría estar oculto entre las sombras.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora