Capítulo 30 - Cementerio de sueños enterrados

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Lo que Antonia le avisó, quedó resonando en la mente de Josefina al punto de no dejarla dormir por la noche. Algo le hacía pensar que los Ferreira escondían algo mucho más siniestro de lo que podía imaginar, y que todo este tiempo los golpes extraños en la nada solo trataban de advertirle sobre el peligro inminente que podría estar pasando. Pero es que... ni dentro ni fuera estaba segura. El peligro la había puesto a ella y a su hermana contra la espada y la pared. Josefina temía dar el sí en el altar; el sí a una inexistencia absoluta; el sí a su propio fin. Tenía que encontrar a la mujer de las cartas antes de su boda, y saber más sobre su futuro marido antes que fuera demasiado tarde.

Josefina se pasó la noche pensando y maquinando algún plan para desentrañar toda la maraña de misterios ocultos que rodeaba a los Ferreira, al punto que no se dio cuenta cuando el sol brilló otra vez y su suegra entró a su cuarto como si nada, causándole un súbito susto al verla entrar vestida de negro.

—Perdón por entrar así, querida. Pero es que hoy enterramos a Libertad. Te vine a dejar la ropa para el entierro —Le dijo doña Nora algo abatida.

—No voy a ir —afirmó Josefina decidida.

—¿Por qué? Acaba de fallecer una persona, querida.

—Porque me daba igual esa señora, porque le hizo la vida un infierno a mi hermana, porque me caía mal, porque no la conozco y porque me da lo mismo lo que hagan con su cuerpo —confesó Josefina sin demostrar ni un ápice de compasión.

—Que atrevida que sos, nena. ¿Así te educaron en tu casa? —Nora estaba horrorizada ante la actitud de su futura nuera.

—Con personas como ella, sí. Y usted no me puede obligar a ir.

—Está bien. Hacé lo que quieras —dijo doña Nora antes de salir dando un portazo.

Josefina se quedó viendo aquella ropa de luto... pensando que sería ideal para el día de su casamiento. Sin embargo, no perdió mucho tiempo pensando en su vestido de luto. En cuanto vió a los Ferreira partir hacia el entierro, aprovechó la primera oportunidad para aventurarse hacia la puerta del fondo, no sin antes tomar el candelero con las velas derretidas por si acaso tenía que defenderse de los sirvientes extraños. Esperaba oír golpes allí, o al menos aquellos suspiros en el viento que la guiaran, pero en esa ocasión no sintió nada más que los pasos acechantes del mayordomo y las empleadas yendo de aquí para allá. Nada de eso parecía importarle después de todo lo que había averiguado en tan poco tiempo: que los golpes extraños eran un mensaje, que los Ferreira efectivamente escondían varios secretos oscuros, y que otra ya había estado en su lugar hace varios años atrás. Josefina quería llegar al fondo de todo aunque la vida se le fuera en ello.

—Fátima, ¿sos vos la de los golpes? —susurró pegada a la puerta—. ¿Sos vos la que suspirás en mi pelo todas las noches? Si realmente sos vos, te pido que le des un golpe a la puerta.

Un silencio abrumador se apoderó hasta de sus pensamientos, que fueron sorpresivamente interrumpidos por el estampido de unos pasos feroces que se acercaban por el oscuro pasillo. Josefina sintió un escalofrío aterrador recorriendo su piel al ver que aquellos pasos se hacían cada vez más notorios, como si aceleraran su paso al sentir tan solo su respiración agitada. Estaba muy asustada, no tenía nada más que aferrarse al candelero que había llevado como arma en caso que esto pasara... justo lo que temió. Había sido descubierta por el siniestro mayordomo y dos sirvientas detrás de él que la miraban de una forma tan perturbadora y perdida como su mirada. Pero lo peor no era eso, sino que el mayordomo sostenía un cuchillo de cocina entre sus manos.

—¿Qué hace acá, señora? —preguntó mientras la miraba fijamente.

—¡Déjenme en paz o les juro que los reviento! —amenazó Josefina alzando el candelero.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora